sábado, 12 de febrero de 2011

Mi ojo / 22


Hitomi se ha presentado de improviso. Mamá se ha emocionado tanto que no daba pie con bolo. Yo estaba a punto de partir para clase pero mamá no me ha dejado. Prefería que estuviera con mi hermana. Hitomi ha dicho que solo disponía del día. Le ha traído en coche un hombre elegante. Luego volverá a recogerla y se irán. No, no es mi novio, nos ha dicho enseguida. Solo el hermano de una amiga que tenía que hacer unas gestiones en una pequeña ciudad cercana y me ha venido bien aprovechar su viaje.

Mamá se ha sentido agradecida por su decisión. Luego la ha contemplado bastante rato y la ha piropeado. En efecto, Hitomi está guapa. Algo más delgada y me he fijado que, a pesar del colorete, no podía ocultar ciertas ojeras. Pero tiene buen tipo y se nota que lleva una vida a lo occidental. ¿Van vestidas como tú todas las mujeres en la ciudad?, la he preguntado. Claro que no, hermana. Las que trabajan en oficinas y en algunos comercios sí, pero luego hay un tipo de mujer tan tradicional como la que tenéis en el pueblo. Le brillaban extraordinariamente los ojos al responderme. En la empresa en la que trabajo hay de todo. Más refinadas si son contables o comerciales, pero las obreras son otra cosa, aunque quieras o no y a medida de sus posibilidades también se dejan influir por las modas. No sé por qué se sentía obligada a dar tantas explicaciones. Seguramente quería parecer convincente con nosotras. Después ha sonreído con generosidad, bien porque tratara de demostrar que está satisfecha de la vida que dice hacer o porque pretendía disimular.

Ha preguntado por papá, por los viejos amigos de la aldea movilizados, por la vida que llevamos. Era mamá quien se encargaba de responderla puntualmente. Mientras lo hacía y se enzarzaban en ese juego de preguntas y respuestas rápidas que mantienen quienes no se han visto desde hace tiempo, yo no he dejado de observarla. Tiene aplomo, se mueve con seguridad y delicadeza, y no se puede decir que al hablar demuestre que es tonta. Pero al escucharla una podría pensar que la guerra no existe. Naturalmente que hay escasez también en la ciudad, pero todo está muy organizado y, aunque los salarios no han subido los últimos años y el esfuerzo es superior, las autoridades intentan frenar la miseria. Me ha indignado un poco su manera de hablar. Cualquiera diría que ha cambiado de bando. Pero me he callado. No es cosa de darle un mal rato a mamá.

Cuando terminábamos de comer ha pasado por delante de la ventana el danzarín practicando alguno de sus ejercicios. ¿Y ese quién es?, ha preguntado Hitomi. Un espíritu, un loco, un ser que no tiene precio, un hombre libre, he contestado con energía. La salida audaz ha ahogado otras palabras mías. Y, sobre todo, las suyas.




(Fotografía Itou Kouichi)

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