viernes, 11 de febrero de 2011

Mi ojo / 21


Por fin llega una carta. Yo acababa de venir de la escuela. Tampoco es de Hitomi, y mira que lo siento, ha soltado Sugita el cartero con indiscreción. Mamá ha mirado el remite y se ha ido enseguida a su cuarto. No es de papá, ni de tu hermana, me ha dicho. Se ha quedado sola un buen rato. Cuando ha salido ha quemado la carta. Me he quedado mirándola. Ella ha debido darse cuenta de que no me movía y se ha justificado. Era de Michio. Para decir que está bien y en una ciudad importante. Que no nos preocupemos. He callado, he seguido esperando, no he pestañeado. Además agradece la ayuda que le prestamos. Que un día más y aquellos hombres hubieran dado con él. No entiendo que aquel supuesto monje hable en plural. Yo no hice nunca nada; fue mamá quien le ayudó, quien preparó su huída. Tal vez la que le procuró algo más que no alcanzo a comprender. ¿Eso es todo?, la he increpado. Si sólo dice eso, ¿por qué has quemado la carta enseguida? ¿Por qué no la has guardado como las del otro hombre?

Mamá se ha quedado paralizada, contemplando el crepitar del fuego. A mi me parecía que los caracteres de nuestro alfabeto se consumían en la agitación desigual de cada llamarada. Luego, ella ha añadido sin apartar la mirada de la quema: Deja que el mensaje se convierta en cenizas. Las cenizas no hablan, ni denuncian, ni arriesgan las vidas. Las cenizas preservan los recuerdos. Las cenizas nos protegen.

A mamá se le han puesto los ojos rojos. Debe ser por efecto del fuego.




(Fotografía de Itou Kouichi)

2 comentarios:

  1. Qué bonito... El recuerdo siempre es más fuerte que la materia. Es otro tipo de materia, moldeada sólo por el efecto de lo que se desea.

    ResponderEliminar
  2. El recuerdo siempre es materia también. Tal vez más noble, más persistente, más incisiva. Según. Y, desde luego, con más proyección que la estupidez cotiana, la mediocridad de los pobladores y la resignación de los imbéciles.

    Moldeada siempre, desde luego. Siempre.

    ResponderEliminar