martes, 27 de abril de 2010

Impacto

¿Significa algo que un gorrión haya chocado contra mi pecho? No cesa su picotazo. Él se ha quedado con mi tacto.


(Composición de Anke-Merzbach)

lunes, 26 de abril de 2010

Combustión

La noche puede ser un agobio y dejas de mirar o miras sin ver y puedes tener la retina cerrada aunque los párpados permanezcan en guardia y rígidos y esa luz tenue que cuelga del techo apenas te permite vislumbrar el vaso de agua cuando en tus despertares agitados sobrepasas la pesadilla y respiras agitadamente y por un instante por ese somero momento en que empuñas el vaso y paladeas un trago te confirmas en que estás a salvo del sueño que te había poseído y sabes que es peor cuando se te devuelve el control de la conciencia porque delante de ella desfilan temores más difíciles de dominar y pasas revista a los pensamientos que te turban y no te basta el agua de la jarra y vacías otro vaso como si al hacerlo como si al dejar fluir el líquido templado garganta abajo quisieras que arrastrase las sensaciones que ciegan tus ganas de vivir de otra manera y es en ese desliz a través del cual te manifiestas apegado a la roca dura y que no ha sido pulida todavía cuando sudas intensamente cuando exhalas el aire por la boca y a la vez lo vuelves a tomar apresuradamente como si en esa expulsión se te fuera el sentido y no puedes parar en la cama y el hormigueo constante trocea tu piel y los músculos se te pinzan y no sabes dormir y no puedes hacerlo porque no estás en ninguna parte porque no aceptabas el sueño tenebroso y tampoco resistes la acumulación de cuitas que se agolpan en tus parietales y los libros que hay sobre la mesilla no te dicen nada de pronto no te llaman ni buscas en ellos una calma y te sientes huérfano de otras letras como huérfano de otras voces como carente de otras manos y en tu extravío te clavas las uñas afiladas de tus dedos en el pecho como si quisieras abrir un agujero a la luz y mendigar una bocanada al alivio

domingo, 25 de abril de 2010

La insignia de la mejor juventud



¿Qué hacías tú, alter ego de un inimagible Fackel, el 25 de abril de 1974? De pronto, pasmarte. Saliste corriendo de madrugada a encontrarte con algunos compañeros. Llegaban noticias sorprendentes sobre Portugal. Había militares demócratas que se habían sublevado contra la dictadura postsalazarista -algo casi increíble, pero las guerras coloniales obligan a muchos desenlaces imprevisibles- y estabais anonadados. En vuestros rostros, a lo largo del encuentro breve en aquella pequeña churrería de barrio había una indescriptible y nada oculta alegría. Y un complejo enorme. Hasta los portugueses se nos adelantaban en el camino de la Libertad. Tenías que entrar a trabajar pronto, y apenas estrenabas empresa y puesto. Las esperanzas las habías incubado hacía tiempo, sin demasiados resultados. Muchas novedades en aquellos años de juventud. La mejor juventud.

Algún periódico de tarde adelantó fotografías. La población lisboeta recibía por las calles a los soldados con claveles. ¿Claveles en los cañones? En tu país lo mejor que podías hacer ante un cañón era correr en zigzag para no estar en su punto de mira. Nunca imaginaste ni claveles ni rosas ni lirios sobre los fusiles de tus paisanos. Aquí nunca fue posible eso. Ni el gusto del símbolo nos pudimos dar. Esto era el ungido cierra España, y la libertad, por más que se deseara, no llegaba nunca. Esto seguía siendo el cementerio español.

¿Por qué este año me acuerdo más del 25 de abril portugués? Tal vez por casualidad, porque caigo de pronto en la fecha. Tal vez me acuerdo del 25 de Abril porque era joven y tenía ilusión. O acaso también porque veo ciertas ofensivas políticas y jurídicas que no llevan a ninguna parte buena. Porque veo a la derecha patrimonialista bastante salvaje, tratando de descalificar a los que dimos siempre la cara por la democracia.

Cuando se está hablando de una próxima crisis económica en Portugal siguiendo los pasos de Grecia, uno se sobrecoge de la debilidad que forman nuestras naciones. Tal vez hemos olvidado dónde está nuestra fuerza. No en los mercados, al menos no de esta manera; no en los parlamentos, donde por un puñado de votos pueden erigirse los propietarios tradicionales; no en mirar para otro lado. Mirar para otra parte y no querer ver es debilidad. Pero la libertad, que no se nos otorga graciosamente, o se toma y se afianza, o sólo se quedará en la neoliberal libertad de comprar. La fuerza de los países no es tal si no se fundamenta en quienes los componen.

Así que revuelvo una vieja maleta -¿la misma con la que fuimos unos meses después a Lisboa a enterarnos de si era posible aquella aventura de los consejos obreros?- y encuentro una insignia. Sujeto el imperdible a la solapa de la chaqueta. Hoy saldré con ella puesta a tomar café.



jueves, 22 de abril de 2010

Un día más o menos (de la Tierra)


Aun escéptico de aquellas celebraciones de un Día, que no sean acompañadas por todos los días, no me resisto a ignorar este vídeo de Greenpeace. Contenido ético y crítico se alían con la expresión estética para obligarnos a un minuto de reflexión.

Disfrutadlo.


(Fotografía de Isabel Gómez)



lunes, 19 de abril de 2010

Cruce


Aquella tarde él esperaba delante de la puerta principal de unos grandes almacenes (se dice así, ¿no?) Una hora de transcurso de viandantes agitados, bien para tomar alguno de los autobuses que paran allí, o para entrar en el comercio, o ya para llegar a sus casas. Entonces, a corta pero discreta distancia, pasó aquel hombre, prácticamente olvidado. Treinta y tantos años más viejo. De hombros anchos, torso encogido, mirada tan turbia como cuando él lo conoció, cabeza de movimientos bruscos, andares abandonados, como si expulsara cada pierna en sentido opuesto. Prácticamente no había cambiado; por descontado que arrugas y lasitud consiguientes aparte. El hombre que espera ante unos almacenes ha olvidado los rostros de infinidad de individuos. Muchos pasan a su lado y ya no los ubica. Por un instante dudó. Tiene últimamente la impresión de que cierta gente de cierto tiempo se ha muerto toda. Creía que este personaje también. Es por eso que cuando ve a alguno ya lejano en su memoria no está seguro y tiene que racionalizar el recuerdo. De este tipo lo tuvo claro inmediatamente, tras la primera vacilación. Pero no sólo porque lo reconociera en cada facción o gesto de otro tiempo, sino porque el otro también lo miró a él. Fue una mirada directa. Fue una mirada de enganche, se reconocían. Fue una mirada de tanteo. Fue una mirada de complicidad manifiestamente precavida en ambos. Fue un mirarse como quien echa un pulso, a ver quién cede primero. Parece mentira que después de tantos años, y cuando la relación causa a efecto entre dos personas no existe, ambos se observaran con una mirada difícil de interpretar a primera vista. Probablemente el otro estuviera también sorprendido de cruzarse con el que esperaba delante de la puerta principal de unos célebres grandes almacenes. Probablemente el otro pensara que el hombre que esperaba también estaba muerto. Probablemente pensara que tiene una memoria que suele decirse de elefante, no sé por qué, y quién sabe. Quién sabe si también el otro recordó el nombre del que esperaba delante del comercio. Éste recordó de inmediato los dos apellidos de aquél, del hombre que pasaba encogido, trazando con la cabeza los puntos cardinales, separando los pasos lateralmente. Recordó muchas cosas más. Cosas que ya no le da en pensar habitualmente. No en vano su máxima es: acordarse de lo que fue beneficioso, olvidar lo lamentable. Pero en esa partícula de circunstancia en que dos hombres se cruzan puede haber algo más que caer en la cuenta de que se conocen. Puede que por una micra de tejido temporal ambos se hayan visto retrotraídos a una espiral de acontecimientos lejanos. Que se hayan ubicado fugazmente en la posición desigual e incómoda (obviamente trataba de ocultar que también violenta, pero no lo logro) que les hizo conocerse hace tantos años. El hombre que esperaba ante la puerta del macroalmacén no ha sentido nada por el otro. Ni una pizca de desprecio. Lo ha visto viejo y ni siquiera ha pensado qué viejo estás. El recuerdo de aquel otro cruce antiguo en sus vidas le aparece ahora en un sepia descolorido, arrugado, roído. La imagen de la detención y los interrogatorios al que le sometió el otro desde su posición prepotente en la brigada político-social la tenía prácticamente desvirtuada. Como un pésimo sueño, casi relegado al olvido. Por cierto, el pulso de la mirada entre los dos hombres que se han cruzado a la puerta de unos grandes etc., la ha ganado el hombre que esperaba ante la puerta de unos grandes etc. Estéril premio de consolación.


(La fotografía es de William Klein)

sábado, 17 de abril de 2010

Reescribiendo a Marx


Tras las noticias de la noche, caigo rendido. Sueño con una reescritura de Marx, con algo que se llama Manifiesto cuyo texto me suena, algo que empieza diciendo...Un fantasma recorre Europa: el fantasma del volcán Eyjafjallajökull. Contra este fantasma se han conjurado, en una santa jauría, todas las potencias de la vieja Europa: el papa y la UE, Estrasburgo y Bruselas, las Cancillerías de todas las naciones y el Banco Central Europeo, Merkel, Sarkozy, Brown y Jean-Claude Trichet, los bancos europeos, las transnacionales y las compañías europeas de aviación. Etc. Entonces veo venir hacia nuestras cabezas, en una vorágine horizontal, la nube de cenizas, vapor, materias varias, que se traslada desde los mares del Norte hasta los confines del Mare Nostrum. Sueño que el volcán se abre más y más y que el efecto simpatía de los volcanes próximos desencadenan un efecto dominó. Sueño que los glaciares de Islandia se descongelan, que los iceberg se derriten, que el nivel de las aguas marinas crece, que las costas continentales son inundadas por la potencia del piélago. Sueño que las capas tectónicas se convulsionan y sus efectos se añaden a la furia de fuego del magma. Es un sueño, me digo, y sigo durmiendo plácidamente. Sueño que los vuelos se suspenden sine die, que el tráfico de pasajeros y mercancías se colapsa, que los países no reciben suministros para sus habitantes ni materias primas para sus fábricas. Es un sueño, me digo, y sigo durmiendo a pierna suelta. Sueño que los bancos se cierran, que los mercados no abastecen, que las empresas envían a casa a sus empleados, que el suministro de energías se paraliza por la falta de pagos. Sueño, en fin, que la vida social se desconcierta, que la población no sabe qué hacer ni cómo reaccionar. Que la escasez se instala y los bajos instintos se desatan sin ley ni dios que los limite y reacomode. Que los gobiernos se encuentran sumidos en la confusión, que los agoreros utilizan los medios de comunicación para soliviantar a las gentes, que los falsos profetas predican una buena nueva imposible, que los resentidos de todos los viejos regímenes se unen nuevamente para procurar un asalto cobarde a la sociedad con el arma de la sinrazón. Me sacude una agitación extrema y un punto de lucidez proclama en mi cerebro: es un sueño, Fackel. Estoy y no estoy en el sueño. Recuerdo el Manifiesto marxista a propósito de la revolución que debería haber venido de los obreros desde 1848. Comprendo entonces que acaso se está rescribiendo el fondo y la forma. La intención y el mensaje. El objetivo y el método. Que no se llamará ya Manifiesto Comunista sino Manifiesto Vulcanista. Que los agentes de la rebelión no serán ya las clases proletarias, obreras, empleadas, productivas, eventales, a tiempo parcial o esclavos de economía sumergida, es decir, toda esa trouppe indefinida que no quiere ser llamada de ninguna de estas malditas maneras. Sueño, o pienso, o imagino que la Naturaleza toma de nuevo las riendas y a estas alturas de la Historia nos deja en pelota viva y rusiente y proclama el fin del Sistema. Al precio de llevarnos a todos por delante. Veo la Revolución Conclusa, no la inconclusa que lamentaba el profeta desterrado y asesinado del siglo pasado. Es un sueño, me digo una vez más, mientras respiro con dificultad una humareda fina que se torna más densa y que se filtra por debajo de la puerta de mi cuarto; y ya no sé si me despierto.


(Acompaña pintura de Magritte)

viernes, 16 de abril de 2010

Alguien que les canta las cuarenta


Por fin, alguien, desde dentro, se atreve a cantarles las cuarenta. Me he acordado (imaginado más bien) inmediatamente de la fijación de las noventa y cinco tesis desafiantes por parte de un clérigo llamado Martín Luder en la iglesia del Palacio de Wittenberg en 1517. Fueran clavadas en las puertas de la iglesia o enviadas a otros teólogos, la repercusión prendió un fuego de dimensiones incalculables. No quiero decir con esto que el caso de ahora tenga que ver con aquél. La historia no se repite dos veces, pero hay elementos que permanecen sine die. Y actitudes que parecen eternas y que, o se revientan o siguen causando estragos entre la sociedad sobre la que influyen.

Tengo una distancia de pensamiento abismal con el gran cuestionador del momento, Hans Küng, como con cualquier otro representante religioso, pero admiro su decisión, su valor y su hastío para denunciar la miseria moral de la Iglesia, el poder del Vaticano y su Curia, la connivencia con los poderes de los ricos y la inconsecuencia de la autoridad católica respecto a los tiempos y las exigencias históricas que vivimos. Así que he leído con atención, gozo y hasta entusiasmo las denuncias y propuestas que lleva a cabo Küng y con las que, a través de una carta dirigida a los obispos, les invita a rebelarse contra la férrea y autoritaria Corte de Roma.

No soy optimista y tengo serias dudas de que el texto enviado por Küng a los obispos tenga un eco suficientemente profundo como para suscitar movimientos decisivos dentro de la Iglesia. Hay demasiada política en la Corte de los que hablan en nombre de Dios como para afrontar cambios radicales. No se juegan así como así su estatus, su poder y su influencia terrenal. Para eso no hizo Pedro a su Iglesia, dirán hipócritamente muchos de sus burócratas. No obstante, haya o no cambios a corto plazo, lo que es evidente es que la crisis campa a sus anchas en el seno de la mater et magistra y que actitudes tradicionales como la corrupción, la pedofilia y el vivir a espaldas de los problemas sociales y mundiales del momento está haciendo mella en la empresa multinacional más veterana. Y que probablemente hay una herida abierta en su interior cuya magnitud puede ser más amplia de lo que se ve y aparenta.

No debería preocuparme excesivamente por el asunto, puesto que no soy de los que forman parte del rebaño de esa fe. Pero me interesa en cuanto que considero que esa institución ha tenido un poder desmesurado sobre la sociedad y mantiene aún una influencia importante. No soy optimista, puesto que la historia de la Iglesia es comparable al camaleón. Se ha adaptado a todo tipo de cambios y manifestaciones en su afán por mantener privilegios, intervención y atadura sobre las sociedades humanas. Pero dejo un pequeño resquicio a que iniciativas como las de Hans Küng supongan un acicate para los honestos católicos que desean que las cosas sean de otra manera y a su vez se modifiquen actitudes que chocan con la libre representación de las sociedades laicas. No van a apearse del burro por las buenas, ni van a reconocer el valor esencial y democrático de la sociedad civil. El gran engaño de la Iglesia reside precisamente en creerse por encima de los hombres y sus creaciones cívicas. Tal vez la última alternativa que le quede a la Iglesia sea o la pamema, es decir, hacer un montaje donde parece que algo cambia para seguir todo igual, o el cisma. A mi no me preocupa su corpus ideológico. Me preocupa su capacidad dañina para ejercer poder y violencia, como lo ha hecho tantas veces a través de los tiempos, sobre los individuos y sus conciencias.

La carta de Küng:

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Carta/abierta/obispos/catolicos/todo/mundo/elpepisoc/20100415elpepisoc_3/Tes

jueves, 15 de abril de 2010

Aforismo del sediento


Bebía para aplacar su sed y cualquier agua no le bastaba. Bebía para contener sus deseos y no los mitigaba. Bebía para degustar el placer y se embriagaba de llanto. Bebía para llenarse de luz y se sumergía en un túnel. Bebía para satisfacer sus anhelos y éstos le atenazaban más. Bebía para calmar su ira y no se templaba. Bebía para salvarse y se retorcía en el vacío. Bebía para conocer su alma y se alejaba de ella. Bebía en los ojos que le miraban en el espejo y se anegaba de silencios. Nunca supo si el problema era la sed en sí o el recurso para hacerla frente.


(La fotografía es de Anders Petersen)

miércoles, 14 de abril de 2010

Aprender a conjugar


Yo tengo que crecer
tú tienes que crecer
él tiene que crecer
nosotros tenemos que crecer
vosotros tenéis que crecer
ellos tienen que crecer.


Mientras cada persona del tiempo verbal no aprenda a conjugar seguiremos siendo pequeños.



(Fotografía tomada de unos asistentes a una manifestación antinuclear)

domingo, 11 de abril de 2010

Turbulent, de Shirin Neshat


Shirin Neshat realizó Turbulent en 1998. La condición de la mujer en la cultura islámica y en concreto en Irán es objeto y sujeto de su obra. Escucho sobrecogido y espectante.



jueves, 8 de abril de 2010

El pozo y las palabras

¿Qué hacer cuando las palabras caen en el fondo de un pozo? Porque, ¿quién no ha sentido el temor a que sus propias palabras desaparezcan en la oscuridad profunda de un pozo? Cuando te asomas a él sobre el brocal y no aciertas a distinguir el fondo, ¿qué temes que te sea desposeído de improviso, que te apartas tan rápidamente? Has emitido una voz, pero retienes con angustia la siguiente. No quieres perderla.

Sientes que lo que has dicho o escrito se precipita envuelto en un quejido cada vez más alejado. Pero como todos los quejidos que se tornan remotos cuesta precisar su tono primero y su sentido después. Incluso llegas a dudar de si se trata de gemidos, de lamentos desesperados o de risas de orate. Se han extraviado en los veneros subterráneos. Tal es la fuerza de la tierra, que exige rescatar de los hombres la esencia que se pierde en la propia maraña de sus palabras.

¿Se pueden rescatar las palabras que han desaparecido en las profundidades de la inacción y que llevan camino de ser tragadas por el silencio? Se puede. Quédate al borde y no hagas del silencio abandono. Sentirás acaso la peligrosa atracción de precipitarte detrás, sin que tengas opción a que tus palabras te reconozcan. Calla y toma el pozo desde tu interior. Desciende a él, sin prisa. Puede que a partir de ese momento empieces a comprender cómo volverán a ti las palabras. Es probable que incluso ya no sean las mismas. Pero no te azores. Entonces entenderás el valor que tiene el pozo para el hombre.

viernes, 2 de abril de 2010

Antonia

Hoy habría cumplido... De ella: la frente, la nariz, los labios, el mentón, los pómulos, el cuello, los ojos. O acaso habría que decir la mirada. Y el sentimiento. Y la alegría. A través de estos rasgos que uno traslada en sí mismo contra el tiempo, ella sigue cumpliendo. ¿No decimos que no hay principio ni fin en la naturaleza? Hay un relevo de ciclos. Una mutación permanente. Esos pequeños elementos denominados individuos, sean de la especie que sean, dejan de ser y a la vez siguen estando. El individuo inmediato tiene que desaparecer pero la naturaleza sigue proveyendo. Agradecimiento por estar aquí; se lo debo a ella. Más allá de una fecha.