sábado, 30 de agosto de 2008

Exégesis del sueño



La noche arrastra a la mente. La desata. La deja volar: suena la hora del abandono. Frente a su cama, el amparo de un cuadro de Franz Marc. Extraño como casi todas las pinturas de los expresionistas alemanes del siglo veinte. Los caballos azules y rojos, el león, la casa amarilla, los prados encendidos, las superficies ondulantes, la mujer entregada a sí misma que cruza los brazos sobre su regazo. Y la desproporción, la inconexión, las dimensiones que fluyen contra las medidas del canon. Como en el fabuloso edén del Génesis, Marc dispara el reflejo de una convivencia posible donde el caos se erige en categoría onírica. La marca de un mito. Síntesis de una protección donde la vida se reconstruye noche a noche. Símbolo del reencuentro preciso para renovarse. Pero hay noches en que el hombre es desafiado por el insomnio y mira el cuadro una, dos, diez mil veces. Siempre prospectando segundos planos, escudriñando diagramas ocultos. La esposa rosácea se acuna, amparada por la armonía de las especies. ¿Lo mece a él? ¿Le posee? ¿Arrulla una ausencia? ¿Encarna la esencia de la evasión necesaria en cada nocturnidad? ¿Es ése el eje del mundo de representaciones y sueños de cada individuo? El hombre insomne se siente acechado por las horas estériles. Como recurso alternativo trata de leer, pergeña sugerencias en una libreta, revuelve los papeles de sus cajones, abre carpetas, indaga en los registros de su memoria. De pronto, salta a su vista la dedicatoria de una mano que le significa hondamente y que le impacta sobre manera. Una mano que interpreta su sueño. Un corazón que late detrás con mucha energía y que se entrega. Unas letras perfumadas que calman su desasosiego. Repasa el trazo de su caligrafía vertical, cuyas vocales y consonantes se erigen una sobre otra libres, independientes, pero cálidas. Tiende sus dedos, sujeta la tarjeta y lee el haiku, como si emanara desde la profundidad del cuadro:

En mi regazo
más allá de la noche
el sueño sigue.


V.D.

El león aprestado, los dóciles caballos azules y rojos, las laderas carmesí, las olas de la tierra, la mujer en cuya propia entrega vibra. El hombre se desvanece en el paisaje. La exégesis está servida.

6 comentarios:

  1. ¿Pero cómo lo haces, Fackel? ¿De dónde sacas el tiempo para escribir tanto, y tan bien?

    Además, se queda uno sin saber qué decir ante tanta maravilla...

    ResponderEliminar
  2. PD: Olvidé decir que soy Hacker, metamorfoseado... Salud, hermano.

    ResponderEliminar
  3. Exageraooooo.

    Metaformoseado...¿en Ovidio o en Kafka?

    ResponderEliminar
  4. Más bien Kafka, por supuesto...

    ResponderEliminar
  5. ¿Ha observado vd. la de metamorfosis cotidianas que se dan en nuestras ciudades hoy en día? Ahí, Kafka lo hizo muy bien: paradigma de nuestro tiempo. Claro que también está el modelo Bartleby: preferiría no hacerlo. Siempre me he preguntado si Bartleby el escribiente fue un metamórfico frustrado y reprimido. Un modelo muy en boga.

    ResponderEliminar
  6. La metamorfosis de Bartleby fue más profunda que la de Kafka: llegó a la pura esencia vegetal, al casi silencio mineral de la inacción. Dos modelos de escritura que continúan en la inmovilidad y el balbuceo de Beckett, otro desollado vivo...

    ResponderEliminar