sábado, 30 de agosto de 2008

Aforismos del agosto tardío

La nobleza de cumplir años. Sólo los que nunca han apreciado su cuerpo, o lo han estimado escasamente, -los insatisfechos, los obsesos, los prejuiciosos, los que no han sabido mirarse, los olvidadizos de sí mismos- temen cumplirlos.


Mirar un cielo limpio. No dejar de mirar y ver cómo se cubre de nubes. Contemplar el amontonamiento simpático de éstas. Luego, como se cubren unas a otras. Más tarde, cómo desaparece el cielo. ¿No suena a vida misma?


Hay quien vive con advertencia sobre advertencia. Necesita, por lo tanto, que las cosas no funcionen nunca. Si no, ¿de qué advertiría?


También hay quien vive de reproches. Siempre me ha intrigado esa práctica inicua e injusta del reproche. Sacar trapos viejos, echar en cara deslices, recordar actitudes que vaya usted a saber si estaban equivocadas. Con frecuencia olvidan que a ellos se les reprochó demasiado. Tal vez no han aprendido la lección. Acaso no comprendieron nunca que en la vida hay que volver la oración por pasiva con frecuencia. Ante las actitudes sufrientes en la propia carne, reproducir conductas generosas y sobre todo aproximativas.


Hay gentes que piensan que ya aprendieron demasiado. Que eso sucedió en los viejos tiempos, cuando eran jóvenes. Ahora identifican estar instalados con saber. Y sin embargo, comprender el aprendizaje de uno mismo es seguir aprendiendo. El saber no nos propone un límite en la curiosidad.


Mirar atrás, mirar adelante. Un equilibrio difícil, desigual. Dos platillos de la balanza donde no se sabe si hubo más gravedad en el pasado o si habrá más densidad en lo que queda por venir. Donde nosotros no tenemos claro si somos el fiel o si encarnamos el peso que vamos a tener que sobrellevar.


La manía por imponerse al otro. Una correspondencia frustrante con uno mismo.

Ejercicios de tolerancia. Una asignatura pendiente. Una materia que nunca se impartió ni en muchas familias, ni en ninguna iglesia, ni en escuela ni universidad conocidas, ni en los estamentos administrativos o de gobierno. Producto de la excepcionalidad -un padre o una madre que han aprendido de la vida, un cura perdido y de vuelta del dogma, un maestro mal visto, un catedrático irregular, un funcionario a contrapelo, un político inusual- quien haya tenido la suerte de recibir el mensaje de la tolerancia se verá obligado moralmente a compartir su actitud con los otros el resto de sus días. A este tipo de individuos yo les estoy enormemente agradecido.

5 comentarios:

  1. Cuán mejor no sería el mundo si se impartieran, desde la más tierna infancia, esos ejercicios de tolerancia... Nos queda tanto por hacer...

    Ejercicios de tolerancia y de humildad...

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  2. Sí, ese sentimiento también tengo yo...pero soy más escéptico...la tolerancia -como la libertad- no se da ni se imparte, ¡se aprende in situ, se toma contra la corriente y se practica contra la adversidad! Y respecto a la humildad...Eres sorprendente: si ese calificativo ya no lo conoce casi nadie...Serás antiguo, jaja...

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  3. Antiguo, antiguo, Fackel; el carnet de identidad dice 31 años, pero yo puse los cimientos del templo de Artemisa...

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  4. ¿No serás el espíritu del arquitecto Quersifrón reencarnado? Por cierto, ¿has imaginado alguna vez las Maravillas desaparecidas, has soñado con penetrar en sus templos o bibliotecas destruídas, recorrer las ciudades devastadas...etc.? Yo me conformo con mucho menos, pero te juro, que cuando subo a algún castro vetón me convierto en habitante.
    Salud.

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  5. Uf, ¿si he soñado? Mi máxima ilusión es la máquina del tiempo, ser invisible en otras épocas, recorrer las encrucijadas de mundos perdidos y saber, por ejemplo, a qué olían los bosques alemanes cuando Marco Aurelio escribía sus Confesiones de madrugada, en plena campaña contra los bárbaros.

    No sé si máquina del tiempo, pero algo llamado "cronovisor" sería, al menos, un consuelo para abrevar este peculiar tipo de sed.

    Por cierto, Fackel, es muy grata tu locualidad últimamente.

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