miércoles, 22 de noviembre de 2006
La mujer varada
Cuando las olas se retiraron
yo no era más que un cuerpo de arena,
un promontorio de sueño
mirando la marea ciega de la noche.
Sentí que me esculpía
una remota lluvia.
Desde el océano convulso
traía el viento ráfagas de espuma
para adornar mis sienes.
Luego la obscuridad modeló el instante
en que la materia se resquebraja
bajo la superficie de lo aparente.
Las sombras que difuminan mis contornos
hablan de mi conversión en animal marino.
Hasta mi llega una caracola:
se escuchan los cantos ancestrales
de diestras hilanderas náuticas
tejiendo las redes de mi cuerpo.
Me abandono al clamor de sus epopeyas
con el orgullo de una despechada.
Mi paisaje es mi fuga.
Varada en una playa núbil.
(Sobre una imagen del fotógrafo griego Manolis Tsantakis)
Dejan tantas esculturas, tantas huellas, tantos seres diminutos y a veces hasta tantos pecios las olas cuando se retiran...dejan de todo, hasta recuerdos. Una verdadera sirena.
ResponderEliminarObservo, Fackel, un tono excesivamente arcaico, no sé si son los calificativos o tu melancolía. Se ve que te pesa Kavafis, pero él era alejandrino de verdad. Saludos.
ResponderEliminarUn poema precioso. Evanescencia en esa mujer varada.
ResponderEliminarDescribes con precisión la inmersión en las profundidades...
Me alegra que captes ese fondo. No lo recordaba, mi espontaneidad a veces no guarda memoria.
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