Y de pronto, tras recoger aquella hoja ajada, retorcida, polvorienta, que yacía sobre el capó del coche, sentí una vez más la revelación de lo ya revelado, la metáfora, a la que recurrimos tanto, la verdad, a la que acudimos menos, y pensarás que es una fruslería lo que voy a decir, pero me transmitía ternura, qué veo yo en ella, qué ve ella, la hoja, de mí, esas dos mitades de su haz y su envés, con diferente coloración, porque en la realidad siempre hay una correspondencia, y no pueden las hojas, no puedes tú mismo, huir de la doble imagen, no hay un individuo aparente por un lado y otro doble detrás fingido, o viceversa, pues un individuo no es sino el viaje de ir y volver constantemente, como tampoco hay únicamente medio cuerpo, media personalidad, y el lado caduco que exhibes conlleva la parte provisionalmente imperecedera del otro yo, y por muchos heterónimos que creas imaginar, o vivir, si prefieres, pues la imaginación no es vida desdeñable, todos ellos, simulando más juventud, o más belleza, o mejor elocuencia, o arrolladora simpatía, ninguno de ellos se libra de que sus colores van siendo opacados, y sentí en la rugosidad de la hoja sobre mis manos, en sus mellados perfiles, en los extremos quebradizos de sus estrellas puntiagudas, el aviso identitario de mi propio cuerpo, dónde estaré yo, qué superficie de yo hoja permanecerá de antes y cuánto espacio inoloro me cubre ahora, me preguntaba a medida que comprobaba el volumen que ocupaba en la hoja lo verde y lo que iba trocándose en amarillo, y puesto a divagar me pregunté si esa hoja que el viento había fijado sobre el parabrisas no estaría trasmitiéndome un mensaje oculto, a mí, que soy de rechazar las cábalas secretas, que como juego está bien preguntarse uno si soy el elegido o el rechazado, y para colmo, me llegan de mano del vehículo de la memoria aquellos versos del poeta romántico que aprendimos en la pubertad, hojas del árbol caídas / juguetes del viento son, y me río sin que me vea nadie, y la hoja siente mi empatía y hago como que me habla
(Me gusta escuchar a Max, tal vez dejándome arrastrar más por la cascada de pensamientos y el engarce de sus palabras que por el contenido de los pensamientos mismos, que hay que desbrozar con tiempo. Y es que él es así, necesita escucharse, porque que otro le escuche solo es la excusa para el juego de lo que el llama el orden y desorden de las ocurrencias)


La caída de las hojas representa el desprendimiento de lo que ya no es necesario, similar a cómo las personas mayores a menudo nos desprendemos de preocupaciones superficiales o materiales, o lo intentamos al menos.
ResponderEliminarSaludos.
Así es, solo que el desprendimiento en el árbol hombre ya sabes como acaba, sin regenración.
EliminarPor momentos me has recordado a Kafka.
ResponderEliminarAhora que viene el otoño y veremos hojas por doquier, podremos imaginarnos mil y una historias con ellas. Está bien preguntarse uno si es el elegido o el rechazado, pero más importante es saber que se "está".
Un saludo...y salut
¿Quién no tiene algo de las peculiares reflexiones de Kafka, Miquel? Solo que la mayoría las soterra.
EliminarEse verbo, estar, lo vengo reivindicando desde hace tiempo porque el otro, ser, es mucho más confuso y contradictorio y se le pretende elevar a categoría dudosa. Sigamos estando.
Con esta metáfora de la hoja caída, me pregunto de qué lado caeré, si del haz o del envés. Ojalá mi descenso sea lento, suave y sin ruido, como cuando la hoja se desprende del árbol.
ResponderEliminarInevitable siempre aquí Espronceda con lo de "hojas del árbol caídas/ juguetes del viento son..."
Un saludo otoñal.
Pues caeremos de los dos lados, porque van en el mismo lote. Ese deseo de la caída para ti lo hago mío. Hace una semana falleció una amiga de 100 años, que mantuvo una mente lúcida y de una memoria soberana. Su tránsito fue simplemente inadvertido, sin alharacas del final, para sorpresa de quienes la acompañaban cotidianamente.
EliminarOye, y ¿quién recita hoy a Espronceda o a Bécquer? Este me sigue pareciendo portentoso, y su hermano no le iba a la zaga aunque siguiera el curso del dibujo.
Un alto en mi camino, Fackel. Lo justo, solo lo justo, para saborear, como diría Berceo, este vaso de bon vino.
ResponderEliminarChiloé
Quiero fer una prosa en román paladino,
Eliminaren cual suele el pueblo fablar con so vezino;
ca non so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
Berceo, qué gran adelantado de la lengua.
Yo llevo muy mal el otoño. Las hojas caídas evocan muchas metáforas sobre la vida, la existencia y su fin y sobre muchas otras cosas más o menos transcendentales.
ResponderEliminarLas hojas mueren para que el árbol viva, son sacrificadas cada otoño (en los de hoja caduca, claro) por instinto de supervivencia del árbol... La madre naturaleza tiene sus códigos y se manifiestan en continua transformación y nosotros sacamos nuestras conclusiones según tengamos a bien interrogar la "realidad" que nos sirve en la mesa de la existencia...
A esa hoja, ya caída, aún le queda un poquito de clorofila haciendo compañía al ocre... Muchas de las hojas que caen, serán humus y nutrirán la vida de nuevas hojas del árbol que ahora las sacrifica...
Evidentemente, bien sabemos lo que describes sobre la vida del arbolado de hoja no perenne, pero entre el frío que va llegando y la caída delas hojas más el color del cielo, todo indica una estación que nos inunda de cierta desazón. Y entonces, los humanos, supongo que desde siempre, aunque acaso más desde ese romanticismo un tanto trastornador del XIX que nos transmitió la metáfora del otoño.La Iglesia, por cierto, ya se encarga de rematar la metáfora en plan pesimista del todo. "Al atardecer de la vida te examinarán del amor" cantan aún en funerales, y aunque me parece un verso precioso de Juan de Yepes, o San Juan de la Cruz, si prefieres, esa repetición acaba hartando. Pero las liturguas dramáticas de un ente dramático son así.
EliminarLo de la hoja a la que le queda aún clorofila: cierto, esome llamó la atención. Lo curioso es que no la busqué, llegó a mi encuentro. Si me pongo esotérico al respecto debería atarme los machos.
Si supieras la cantidad de fotos que he llegado a tomar de hojas de toda clase... Podría decir que para mí, es un tema recurrente. Y hablando de fotos, mejor la segunda que la primera; tiene una composición más equilibrada.
ResponderEliminarAbout Max: Dichosos los que saben dialogar con su voz interior. Llámese Max o Okanu. Hay un video en marcha sobre esto en el blog de ese samurai venido a menos.
Eres un detallista, y que conste que una opinión tuya tan sencilla, para un tema tan sencillo como la hoja, la tengo en cuenta.
EliminarSobre tu 'about', sí, dichosos y bienaventurados por si tal práctica les sirve para hacer más llevadero el estar, que diría Miquel. Acaba con el vídeo, que no con el samurai.
El espectáculo de otoño de las hojas caídas por doquier es ambivalente pues por un lado hay una estética de los colores amarillentos pero por otro un simbolismo melancólico de la decadencia y la pérdida.
ResponderEliminarAnder
Evidentemente, los humanos buscamos el lado bello en todo, hasta en la caída, en la caída en general, algunos han abusado incluso pues ver belleza en el paso final o la desaparición tiene su intríngulis. Pero el espectáculo de los parques inundados de hojas muertas es tan plástico, ¿no? Y los simbolismos, pues ya sabes, otra actitud muy humana, convertir en símbolo lo que venga a pelo.
EliminarM'agrada molt aquesta entrada. Té tot l'encant i la bellesa de la tardor. Després de la infantesa, l'edat més rellevant.
ResponderEliminarNo sé, pienso que todas las edades son relevantes, al menos para mí lo han sido. Naturalmente la del tardor es la puntilla del tiempo que pone a prueba lo que hemos aprendido. Gracias.
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