sábado, 11 de enero de 2025

Ecos lejanos, 36

 


Ni tú ni yo estamos para cuidarnos en el futuro el uno al otro. Sería una tortura vivir envueltos permanentemente en recuerdos del pasado. Eso ha ido diciendo Else a la par que preparaba su ropa y la iba colocando en la bolsa de viaje. Aunque ambos hemos compartido infinidad de vivencias en otro tiempo, y ese es un nexo importante pero venenoso, lo mejor es que cada cual nos quedemos con nuestra parte alícuota. ¿No se dice así en términos de economía pura y dura? 

Ha doblado sus dos pulóver con esa lentitud acariciadora que tiene para todo. Del pijama, un rebujo. De su repuesto de lencería, una discreta colocación al fondo. Los útiles de aseo. Una falda plegada con sumo cuidado cubriendo todo el bagaje. La novela que le he regalado, verticalmente en un lateral. Siempre solías acertar con las lecturas que me obsequiabas, tiene la amabilidad de reconocer. Lo leeré con calma y expectación, no sabía nada del autor y menos mal que no es un escritor antiguo. A veces hay que hacer tabla rasa con los autores y con las temáticas, para no evocar nuestras propias experiencias. Y probar con nuevas visiones. Puede que las interpretaciones de las nuevas generaciones proporcionen nuevos placeres. Aunque dudo que podamos escapar de la esfera continua dentro de la que giramos desde nuestros primeros pasos abiertos a esa insatisfacción que llaman conciencia. 

Creo que busca expresarse con cierta brusquedad para evitar que la separación nos haga dudar. O, lo que resultaría peor, dar marcha atrás. ¿Que tú por tu cuenta quieres cargar cada día con el saco de tus evocaciones? Perfecto. Tú haces y deshaces sin que nadie tenga que soportar lamentaciones. Y por mi parte, lo mismo. Todo acabó y veloz fue la carrera. ¿No decía así la poesía de aquel anglosajón? Sí, replico apocado, con desgana. Y recito un verso con el que continuaba. Galopada de galgo que se evade de la traílla, seguía el poema. ¿Sabes, Else? Demasiado elegíaco para mi gusto. Suena a sentencia, ya ves, apostilla Else.

Para sorpresa de los dos la mañana no presenta la imagen invernal de estos días últimos. Luce un sol con su cerco, pero espanta nubes. Ni rastro de heladas. Else se aproxima al extenso ventanal para despedir el paisaje. Los abedules al fondo agitan su ramaje vacío. Ha cerrado el pequeño equipaje y se ha puesto el abrigo. Tomo sus dos manos con las mías. Ambos las tenemos sin sangre. Nos sale una sonrisa amarga. Todo queda aquí, ha dicho. Todo va conmigo, me he dolido. Else ha querido tener la última palabra. No olvido tampoco, pero no debo vivir lo que me quede invadida por melancolías. Y además sé cómo tengo que llevarlo. Haz lo posible para que aquello que significamos el uno para el otro no sea causa de hundimiento sino de consuelo. 

Me ha besado con los ojos. Al cerrar la puerta una sacudida de viento se ha convertido en estremecimiento.

La habitación sin Else es toda orfandad. Yo, el huésped solitario. 




*Fotografía de Jorge Molder

miércoles, 8 de enero de 2025

Ecos lejanos, 35

 


Alexanderplatz me gusta por el bullicio y el tráfago que, contemplado a través de las cristaleras del Josty, se me hace soportable. Distante y cercano a la vez. No solo en perspectiva visual sino en la percepción de las personas. Los tranvías traen y llevan gentes de diversa condición. Que habiten en la zona potentados o comerciantes que se beneficiaron de la guerra no limita mi interés por el centro de la ciudad. 

Este café es una encrucijada no solo de movimientos sino, como decía el poeta, de vidas y por lo tanto de pasiones. Ciertamente las pasiones dentro del Josty van prácticamente hoy día en una dirección cada vez más uniforme. Lo cual resta la parte de belleza que la pasión contiene en sí misma, que es la pluralidad de manifestaciones y el encanto de las reacciones más variadas que da aliciente a las conversaciones. Que daba. El pensamiento que queda estos días es residual, como los posos del café. Es un batiburrillo de ideas a cual más descabelladas y cerriles. Los moderados se han radicalizado y los radicales de siempre se han vuelto más prejuiciosos que nunca y por lo tanto bárbaros. Los teníamos en casa y no queríamos reconocerlo. Porque verlos se les veía venir. Sus antiguas adoraciones al emperador, su concepto decrépito de que no nos muevan la patria, aunque esta no sea de todos, su enrocamiento en la religión manteniendo una perpetua alianza con los poderes, y las falaces consignas contra los que levantan de verdad el país con su trabajo cotidiano o contra los judíos o simplemente contra los diferentes, ya eran suficiente información para haberlos parado los pies antes. 

El fracaso de la guerra, lejos de apocarles y hacerles desistir de sus tradicionales propósitos, les ha dado alas de nuevo, como se las ha dado a los revolucionarios. Y es que la sangre derramada pesa, aunque se interprete de manera artera y dual. Probablemente el miedo a los consejistas y a la pérdida de una identidad decadente y rígida ha enervado como nunca a los gañanes de las peores ideas que van a remolque de todo pero que quieren ir en cabeza. Qué sabe de belleza esta gente. El arte y la literatura lo ven del modo más clásico y lineal, y no siempre saben verlo tampoco. No aceptan las rupturas formales, y no precisamente se entusiasman con el arte bien construído o la literatura renovadora, sino que beben de romanticismos tardíos y vulgares. Ese estribillo del nosotros por encima de todos es de lo más egoísta. Así que llaman cultura a lo que no son sino representaciones que hoy no aportan nada porque el pasado las enterró. Pero esa gente quiere resucitarlas para justificarse y reinventar valores que la historia ya descalificó.

Sin querer pongo el oído en el griterío de esta sombra de tertulias, cada vez menos consistentes. Me estremezco. Ando dividido en un difícil equilibrio. Entre la comodidad de un espacio donde hasta ahora me he aislado y los sucesos que acabarán llegando y que me afectarán, como afectan a todos los berlineses. Tengo la sensación de que al igual que un tiempo se ha terminado para todos también se revela crítico para mí. Else o los demás lo están viendo más claro que yo. Al menos dieron un paso arriesgado que a mí me cuesta dar porque temo la turbulencia de las palabras, los gestos virulentos, el optimismo desaforado de quienes piensan que al poder se le sortea con las consignas más audaces y congregando a la gente tras líderes a los que no niego sana intención y honesta voluntad, pero cuyas ideas no bastan para asegurarse que vencerán en la apuesta. 

Temo pero siento que me arrastran a mí también. Else, Helmut, Judith y hasta un Joachim apenas intuido me han cercado emocionalmente. Sí, mi triunfo pero también mi condena es que soy excesivamente sentimental. Aunque ellos me tomen por alguien  flemático y desapasionado.



domingo, 5 de enero de 2025

Ecos lejanos, 34

 



Somos los supervivientes de la debacle, de todas las debacles, Else. Es sorprendente, si creyéramos en los milagros diríamos que milagroso. Pero ni varita de hada ni designio celestial, en todo caso puro azar. Concatenación de casualidades que a nosotros nos permitieron salir airosos, si bien con sumas dificultades. Else asiente. Se levanta y va hacia la ventana. El invierno ahí fuera muestra que la crudeza también puede ser hermosa. 

Else se frota los brazos, como si la ventisca exterior la estuviera abrazando. Al hablar exhala un vaho que no solo es físico. Pero hay una circunstancia, querido mío, que no superaremos, y es el envejecimiento que cada vez nos degrada más. Ya hemos hablado más veces de ello. El envejecimiento trae consigo una revisión del pasado que, de no acertar, nos hace más viejos. ¿No has comprobado en muchos de los que fueron quedando de nosotros cómo se han rendido a todo lo contrario que defendieron en su juventud o en la aún esperanzada primera edad madura? Se han rendido traicionando el valor de lo que hicieron, no tanto las ideas, pues las ideas van a deslizarse por sus propios espacios a medida que nuevas generaciones las hagan andar. Pero aquellos que restan importancia a sus esfuerzos, que niegan el sacrificio, que lo hubo, y que han hecho dejación del anhelo de prosperar un mundo que dé satisfacción a todos y no sea solo rehén de una minoría, aquellos son los peores. Justifican a los tiranos de siempre, respaldan los objetivos de un sistema cada vez más esclavista con el señuelo del mercado abierto para todos, y alzan sempiternas voces belicistas que quienes controlan los poderes no tardarán en utilizar con los fines más execrables. 

Me pregunto si a Else no le vence la nostalgia que hay tras una insatisfacción que aún le llega desde lejos. Lo que no pudo ser es que no pudo ser, digo tratando de aliviar la frustración que aún colea en ella. Parece captar lo que no digo. No pienses que me devora melancolía alguna, pues nada fue mejor de aquellas épocas, dice. Nada salvo la salud de que disfrutábamos, las simpatías que nos prodigábamos unos con otros, fueran o no compañeros, y los ideales en estado primigenio de aquello a lo que aspirábamos aunque errásemos en la manera de intentar lograrlos. Y el amor, digo con una sonrisa que aún pretendo lasciva. Y el amor, con todas sus turbulencias y derrotas, asevera ella. ¿Sabes que, antes de conocerte, llegué a amar a uno de aquellos que luego nos persiguieron? Lo más interesante es que participaba también, a su manera, de mis idealismos. Sería para lograrte, Else. No creas, era sincero, tanto en su manera de opinar como en su actitud afectiva. Desapareció. Alguien me dijo que fueron los propios quienes le apartaron de mí. ¿Ves? Otro azar de tantos azares, Else.

Else siente un escalofrío y se me acerca. Antes de que nos invada el invierno total abrázame, pide. Este reencuentro no es azar, ¿verdad? En todo hay una pizca o una abundancia de casualidad, respondo. El empeño por dar el uno con el otro ha ido de la mano de las pistas que, esas sí azarosas, consiguieron ponernos en contacto. La mujer se envuelve en una especie de lamento de su fragilidad y lo expresa. ¿Es azar que todavía sintamos algo entre nosotros? Me digo a mí mismo si se trata de una pregunta o de un grito de auxilio. Mira, Else, lo interesante es que aún lata vida en nuestro interior. La vida que es potenciada por los afectos y transportada en esta ocasión por el sexo no apagado. Siento entonces que hunde más su cuerpo en el mío, y me emociono.





*Ilustración de Inés González Soria.

jueves, 2 de enero de 2025

Ecos lejanos, 33

 


Hacía semanas que no pasaba por el Josty. En apariencia, el mismo público que siempre. Las tertulias, no. Estas parecen divididas, algunas extinguidas. Los pocos que quedan en alguno de los grupos apenas debaten. No tienen con quién. Han quedado los más conservadores, los que gustan de hablar por hablar, los que se refugian de sus soledades severas. Solo emiten opiniones para consolarse, pero están temerosos y eso les conduce a la ira. No buscan enriquecer la conversación, sino asegurarse que los otros piensan como ellos. Todos tienen claro en qué bando se encuentran y si antes se habían mostrado críticos incluso con el kaiser o sus ministros ahora tienden la mano a quienes llevaron al desastre de la guerra. 

Me he arrinconado como nunca y he pedido café fuerte. El café es lo que mejor queda del Josty. Algunos me han mirado insistentemente. El viejo industrial del acero, que siempre me consideró con simpatía, se me ha acercado. No le veíamos desde hace tiempo, me dice. ¿Ha estado enfermo o le sucede como a nosotros, que le trastorna la furia de esos desarropados que quieren llevar a la nación al caos? No le he respondido, mas una cortés sonrisa por mi parte, que en realidad ha sido un golpe de sarcasmo interior, le ha debido dar seguridad e insiste en su perorata. Pero no hay que temerles. Dicen estar cansados de estos años, pero la derrota es en parte por su falta de esfuerzo. Y ahora quieren tirar todo por la borda. ¿Que se creerán sus ideólogos de pacotilla? Ya incubaron el derrotismo en las trincheras y ahora quieren llevar a su masa a un enfrentamiento peor. Nosotros lo impediremos, ¿no le parece, herr filósofo? 

Al industrial le hierve la papada. A punto he estado de soltar una carcajada pero tengo suficiente temple para controlarme y soportar las intemperancias de esta clase de personajes para los que el mundo es lo que ellos quieren que sea. Rompo mi mutismo. ¿Está menos concurrido esto?, digo desviando el tema principal del otro. Ya ve usted, replica, animado por mi condescendencia. Los más cobardes se han debido ir a sus casas o acaso con esa tropa de indeseables. Tendrían queja de nosotros. Tanto tiempo en nuestras propias mesas, donde todos hemos hablado libremente, cierto que algunos con más espíritu patriótico que otros, sin que llegara la sangre al río. Puede que algunos fueran simpatizantes de aquellos que pregonan revoluciones, y nosotros no lo supiéramos. Aunque, ni me engaño ni pretendo engañarle, ya se les veía el plumero a más de uno. Que se vayan a ver qué les dan. Que se unan a esa manada de desagradecidos que renuncian a los ideales que nos unen a todos, ya se decepcionarán. ¿No le parece? 

He debido poner una mueca cínica, pues la corpulencia del hombre se ha echado para atrás. Luego ha mirado con avasalladora intención el cuaderno que tengo encima de la mesa, pero al alzar mi brazo con la taza he logrado impedir que no leyera nada. Luego ha señalado el libro, Poesía y verdad, cuyo canto no podía ocultar. Ah, el gran Goethe, dice. Usted sí que sabe, usted sí que es un buen hombre de nuestra nación. Me han entrado ganas de preguntarle si sabía quién era aquel escritor de otro siglo, pero me he mostrado moderado. Me satisface encontrarme con alguien que también se ha interesado por Goethe, le digo. Ello nos permitiría tener una agradable charla sobre el escritor y su obra que, no lo olvide, también fue un gran librepensador. Si desea sentarse a mi mesa, insisto con riesgo pero con disimulada sorna, le aseguro que el tema sería fructífero. 

El industrial se ha colocado sobre los hombros su gabán. Me esperan en la fábrica, ha dicho de pronto. Mientras otros corretean con alma salvaje por la calle yo debo mantener la economía del país. Ha hecho una reverencia y ha escapado de una invitación tan comprometida como absurda para su adocenada mentalidad. 

Mi risa recóndita me ha permitido compensar el asco que siento por este tipo de individuos ostentosos y obscenos. No creo que Else, de haber estado ahora presente, hubiera soportado la conversación. Y ni imaginarme cómo se hubiera puesto Judith. 



*Dibujo de George Grosz.