miércoles, 31 de julio de 2024

Fantasía de un muerto

 


Cuando mi amigo se queda pensativo en mi presencia no sé si es un acto espontáneo y natural o un ardid para ignorarme. A veces me dan ganas de decirle: si te aburre mi compañía mejor nos separamos y nos vemos otro día. Pero me callo. Espero sus reacciones. De pronto viene a este lado de la existencia y me sorprende: ayer tuve una fantasía onírica. Con frecuencia tienes esa clase de fantasías, replico sin mucho interés en escucharle. Pero esta fue especial o, mejor dicho, espectacular. Corrijo, no es que la tuviera sin querer, es que la forcé. ¿Cómo es eso?, digo. Si es en sueños, ¿qué podrías hacer tú voluntariamente? Pone un gesto confuso y prosigue. Fue inhabitual. Iba y venía entre dos mundos, tan pronto me parecía soñar las imágenes como inducirlas y alimentarlas a propósito, de tal modo que no sabía muy bien qué parte de mí imaginaba y qué otra parte soñaba aquellas escenas representadas. Me veía muerto, observándoos a todos vosotros. Como se suele decir, ni frío ni calor por mi no estar. No sentía nostalgia de nada ni aprecio por ninguno. Ni odios ni amores. Os contemplaba, no sé si por encima o entre vosotros, en vuestros quehaceres ordinarios, y disfrutaba al comprobar que podía traspasar paredes y pisos, acortar kilómetros y atravesar paisajes. Lo curioso es que me veía como un viajero de paso que de pronto llega a un lugar y lo observa todo sin afectación, libre de compromisos, sin una decisión previa de entrar en contacto con nadie, si no quiere. ¿Curiosidad? Sí, relativa. Esa mirada del muerto que le da a uno en pensar: mira mi amante con quién está ahora o mi compañero de trabajo que se desahoga ante mi desaparición o mi amigo de ocio, aunque no era tu porte, que se siente afectado dos días, o el funcionario con el que no me entendí nunca y que malévolo piensa: ya me lo quité de en medio. Ese mirar inquisitivo que le permite a uno saber de los demás a qué se dedican más allá de las apariencias, cómo se manifiestan dentro de sí mismos, cómo piensan y urden planes, cómo sienten ante una adversidad o se regodean en el placer, porque lo que me maravillaba era poder verles en una intimidad total, colándome en sus mismas profundidades, esa intimidad que cualquiera de ellos protegería ante mi presencia viva. Pero ahora estaba tan cerca de cada uno que casi podría ser yo, el muerto, uno de ellos, porque desde la prodigiosa instancia de la mirada incisiva penetraba en cada cuerpo, sin apenas ganas de permanecer en los cuerpos, que si eran ya ajenos cuando vivía ahora no me apetecía habitar, solamente pasar de largo. He querido provocarle. ¿No te hubieras quedado dentro de ninguno de ellos?, le he preguntado con retintín. Lo digo porque a veces me has comentado: me gustaría ser como aquel hombre tan seductor al que no se le niega ninguna mujer o como aquel otro que vive de las rentas o como aquel individuo que siempre va de aventura en aventura por países exóticos o como ese ser tan apacible que nunca se incomoda ni se altera por nada. Mi amigo hace una mueca escéptica. Se dicen muchas cosas sobre aquello de lo que carecemos o no llegamos a concluir cuando vivimos, matiza. Se expresan deseos, relativamente creíbles y sinceros, porque no es que queramos ser este o aquel otro, es que desearíamos ser de otra manera, o probarlo todo, y buscar formas de vida que nos hagan sentirnos diversos, porque acaso lo somos y no hemos llegado a descubrirlo y menos a revelarnos. Nos persiguen la monotonía y la obligación hasta hundirnos en el tedio. Tal vez por ello yo sueño, o imagino, ya no sé, que soy un muerto. 



* Figura alada, grabado de José Hernández.


sábado, 27 de julio de 2024

Se olvidaron de la Commune de 1871 en la inauguración de las Olimpíadas

 



Se inauguraron las Olimpíadas. Todo fue decorado, imagen, técnica, espectáculo, valores retóricos e incluso épicos, la ciudad luz, la ciudad del amor, etcétera. Los franceses siempre han sabido muy bien barrer para casa y hacer que los demás les envidiemos (es un decir, no necesariamente hay que incluirse)

Nos venden la magnífica y magnificente estructura urbana, los monumentos emblemáticos, los bulevares acogedores, el río (secuestrado, eso sí, y encorsetado), su propia revolución burguesa de 1789 que dio lugar a la República. También nos venden el arte de sus museos, en parte sustraído de otros países, como es sabido, y las canciones líricas del pasado, y los ambientes no menos fenecidos y hasta esa universalidad de la que presumen, tras la que subyace el viejo colonialismo de siglos pasados. 

Los franceses, y todos, desearán algún día un tiempo nuevo y verdadero de las cerezas porque tanta parafernalia y exaltación de su tradicional grandeur no pueden ocultar su propia crisis de Estado y de sociedad, tan paradigmática y que a su vez nos roza a los vecinos de los demás países.

Tocaron tantos palillos, aleccionados desde hace meses parece ser que por el historiador Boucheron, y con una mezcla de ingredientes que unos no entenderán, otros caerán henchidos de gozo patrio o de envidia, según desde qué país se mire, con una dosis multibarroca y exuberante, que han debido caer exhaustos. Un gran montaje de barrer para casa. Reclamo para más visitantes, muestra de alta técnica, derroche de dinero. 

Y qué decir del desfile de barquitos de la inauguración, algunos eso, solo barquitos, la mayoría paquebotes de envergadura. Durante el largo recorrido no dejé de pensar en la diferencia entre las representaciones de las distintas naciones del mundo. Cuatro gatos en muchas de ellas, ya se sabe, los pobres de África, Asia, América o la Micronesia. Mogollón de triunfadores en potencia, los USA con 600 participantes, los franceses, los ingleses, los australianos y hasta los españoles tenían su buen número. 

Liberté, egalité, fraternité...qué bien vendidos los lemas, ojo, que yo hago míos y ojalá fueran auténticos en todas partes. Y luego el archisabido pero no cumplido eslogan de la paz que, en un mundo convulso, herido, de alto riesgo, ya no sé si sonaba ni bien ni mal, o solo cínicamente.

Vamos que los franceses estuvieron en todo. Como productores de eso, de productos, de dinero en circulación, de saber recabar la atención mundial. Se olvidaron, y no ahora sino desde hace mucho, de citar siquiera de pasada a la otra Revolución, la de la Commune de París de 1871. La incómoda, la que nadie de las clases altas ha deseado nunca, y que quedó como una utopía más. Claro, aquello fue la primera y breve, acaso solo conato, revolución obrera de la historia que fue sofocada a sangre y fuego por la reacción, y algo así les conviene a las élites olvidar. Ya lo hicieron al poco tiempo, al erigir la mole del templo del Sacré Coeur, un homenaje al triunfo despiadado de las élites contra los insurrectos.

  



viernes, 26 de julio de 2024

Los que se resisten a ser alistados para la muerte

 


Jean Giraudoux estrenó en 1935 La guerra de Troya no tendrá lugar, ficción con más deseo de futuro que comprobación de un pasado. En esa obra de teatro se planteaba las posibilidades de que hubiera sido todo distinto, si hubieran tenido otra opinión y comportamiento, y acaso negociado, los miembros del drama épico de Homero que iba a desarrollarse después. Los Héctor, los Paris, los Ulises, las Andrómaca, las Hécuba, las Helena...que de haberse comportado de otro modo no habría dado lugar a la guerra troyana. Metáfora que, por cierto, aun siendo su verdadera intención incidir en la situación europea de la década de los 30, no sirvió para detener ni el nazismo ni la Segunda Guerra Mundial.

Uno quisiera creer que algo va cambiado en la psicología individual y de masas para sentir cierto rechazo a la guerra. Leo en la prensa que en Ucrania hay una parte de la población importante reacia a ser alistada. Pero los Estados son de poder omnímodo sobre la población, y como tales poseen instrumentos de control y de forzamiento para decidir a sus sociedades hacia el lado épico. Aunque la épica esté causando, como siempre en todo el pasado, dolor, expulsión, destrucción territorial, amputaciones y muerte. 

Como la épica ha pesado más en la historia que la lírica, y ha llegado a doblegar a esta, cualquier opinión por mi parte sería irracional y hechida de emociones y no de razonamientos...épicos. Pero ahí está la realidad de una guerra en que un invasor con aires zaristas pretende reconquistar sus territorios del pasado, echar el pulso de hegemonías con países occidentales y sobrevivir a sus propios problemas internos, que los tiene y variados. Y un invadido, con menos posibilidades logísticas, materiales y humanas, con sus propios límites democráticos internos, trata de contener lo que está siendo inevitable. También dice la prensa que crece la opinión dentro de Ucrania de quienes cederían territorios ocupados por los invasores si eso supusiera el fin de la guerra. Ve a saber. Pero las dudas son razonables. Como los deseos, como las ganas de vivir, como la necesidad de la convivencia pacífica, como casi todo menos la irracionalidad de no llegar a ninguna parte. Bueno, sí, a la que se está llegando, negra y sangrienta, al abismo.


 


jueves, 25 de julio de 2024

John Mayall forever




Con el blues de los 90 ya cumplidos, otro que se va. John Mayall. Desempolvaré los lp que tengo en el trastero, siquiera por recrearme en su música y en el recuerdo de mi época de descubrimientos. 

Como homenaje, dos versiones de su imprescindible Room to move. Una con la portada de aquel disco y otra ya bastante mayor en directo.














miércoles, 24 de julio de 2024

Para algunos ni dignidad, ni justicia, ni solidaridad

 


Dignidad, justicia, solidaridad...Estas palabras o, mejor dicho, los conceptos que expresan, ¿ya no están en vigor? La pregunta habría que hacérsela a la alcaldía, de Zafra, Badajoz, por eliminarlas de las Bases del Premio Dulce Chacón de Narrativa, lo cual ha motivado el rechazo de la familia, que ha decidido mantener el premio pero alejado de una alcaldía que no está, por lo que se ve, interesada en promover ni solidaridad, ni justicia, ni dignidad. Cada vez se les ve más el plumero a cierta gente. Y su aversión por quienes piensan diferente. Se empieza eliminando el vocabulario castellano tan ajustado y preciso, y se acaba por despreciar y desterrar los conceptos vivos, es decir los que deberían inspirar valores. Ay, los valores. Ese término que tanto gusta a muchos para llenarse la boca en sus discursitos y luego vomitarlos. 





*En la imagen, la escritora Dulce Chacón (1954-2003)


viernes, 19 de julio de 2024

El vaivén de la vida, monólogo

 


¿Ha sentido alguna vez el vaivén de la vida?, dijo. Usted es aún bastante joven para hacer una pregunta de esa clase, dije. Mueca escéptica por su parte. No crea, ni tan joven ni tan inexperto. Además, no es cuestión de edad sino de percepción. Ni hace falta haber vivido experiencias extraordinarias para darse cuenta que el impulso y el rechazo nos acompañan permanentemente. Cuando éramos niños se nos entretenía como si fuésemos tontos. Y se nos impartían ya pequeñas lecciones morales para ser buenos. Buenos podía significar tener bondad pero también conceder a los mayores, es decir, acatar, obedecer. A medida que fuimos creciendo nos arengaban más y más en la intención de prepararnos para la vida. ¿Lo recuerda? Mas, ¿servía para algo? Acaso para tenernos sujetos, para evitar...¿cómo decían?, ah sí, que nos descarriásemos. Nos ofrecían como modelo el estado de adultos, pero no de cualquier adulto. Solo el de aquellos que cumplieran con el orden y las ideas de su religión. Le llamaban el responsable. Las religiones siempre han estado al servicio de un orden social, aunque diverjan en sus rituales e intereses. De hecho su moralidad, tan contradictoria como fraudulenta, se imponía al orden de los poderes públicos, que mamaban de los preceptos que invocaban constantemente un más allá. O una venida mesiánica. Pues bien, una vez fuimos ya adultos, en que somos sobradamente adultos, ¿en qué nos hemos convertido? En constantes y retorcidos aduladores de los que nos sometieron y en implacables represores de los que vendrán por detrás nuestro. ¿No lo cree? No lo crea del todo. Yo mismo me escapo de esa misión, a mi manera. Ladina, deslizante, esquiva. Y cuanto más veo la perversión de ese estado que se nos ofreció como superior y digno de alcanzar y consolidar, más siento la pérdida de los años que yo llamo de la posibilidad. Todo era posible y abierto en la infancia, hasta cierto punto. El control estaba ahí pero el escape era frecuente. El juego era el territorio definido que nos hacía felices, aunque la excesiva tutela de nuestros progenitores frustrara el salto del juego a lo probable. Cualquier desliz por nuestra parte, o desobediencia, que decían, era luego justificada como cosa de niños, de juego de niños, más bien. Y el juego estaba, pues, condenado a desaparecer como tal, como lo que había sido siempre: receptivo, abierto de par en par, comunicativo, influyente y cómplice, susceptible de no distinguir el bien del mal o, mejor dicho, lo que entendían los mayores interesadamente por lo bueno y lo malo. Y mire por dónde, amigo mío, hoy siento como nunca la necesidad de recurrir a lo que se carece para extraviarme de las obligaciones y el desatino del presente. Ya le he hablado algo de mis sueños. También de mis deseos vagos y reprimidos. Pero mirar atrás, ¿para qué sirve? No diga que para nada, no. Sirve para ver la roña que todavía llevamos en nuestra piel. Sirve para deleitarnos mentalmente, e incluso escribiendo y describiendo sobre ello, sobre el ejercicio antiguo e inocente de la prospección. De niños fuimos exploradores natos, pero ¿y hoy? ¿Nos queda margen de aquel ánimo aventurero?




*Ilustración de José Hernández para La metamorfosis, de Kafka, en la edición de Círculo de Lectores de 1986.


miércoles, 17 de julio de 2024

Coloquio de los sufrientes del amor



Ha sido directo conmigo. ¿Ha sufrido usted alguna vez por una mujer? Me pareció que su pregunta incluía ironía y me puse en guardia. Por una mujer...¿quiere usted decir a causa de mi obsesión por una mujer?, he respondido. ¿Debido a la idea que yo me había hecho de una apetencia que no se logró? Mi amigo exteriorizó cierto sarcasmo. Es obvio que no le falta experiencia, y que ha sabido racionalizar, lo que quiere decir controlar, sus estados de enajenación. Esa actitud le habrá curado de desdenes e insatisfacciones, pues el embeleso que no llega a buen puerto resulta insano. Porque al fin y al cabo lo que llaman enamoramiento ¿no es acaso una suerte de alienación que puede conducir hasta el delirio? Pero siempre hay algo más. ¿Cree usted que hay más detrás de las conductas sufrientes?, sugerí. No se contuvo. Hay mucho más. Hay el bagaje de necesidades mejor o peor reconducidas desde la infancia y muchas más frustradas. Hay dificultades y límites en la comunicación, pues cada cual tiene una procedencia única. Del mismo modo que necesitamos testigos que nos escuchen, que sepan de nuestras ideas y motivaciones a lo largo de la vida, precisamos que una mujer sea nuestro testigo íntimo, algo que pocas veces debe lograrse plenamente, por lo que se ve en los matrimonios. ¿Cuántas veces ha intentado usted entenderse y buscar una satisfacción con otra persona? Debí ruborizarme por el modo en que mi acompañante hacía avanzar la conversación. Las justas, respondí por responder, para no sentirme obligado a ser más explícito. Pasé a la obligada correspondencia. ¿Y usted? Me sorprendió su sinceridad. Mis fijaciones amorosas nunca cuajaron, no culpo a nadie de ello. Donde ha habido complicidad no ha existido entendimiento carnal. Y el entendimiento carnal lo he obtenido de modo menos exigente y en absoluto complicado. Aunque le diré que toda mujer a la que me he acercado me ha suscitado algún grado de emoción e incluso de afecto. Ataqué nuevamente. ¿Quiere decir que ha tirado la baraja de naipes en cuanto a considerar una relación estable? Puso cara de indisimulada resignación. Luego dijo: en el fondo uno está siempre solo ante las exigencias más hondas. De ahí la intemperie en la que vive, la precariedad en que subsiste, incluso la miseria que lacera. Acabamos siendo sufridores de nuestras propias invenciones, por lo tanto ¿se le ocurre otro modo de conjurar el aguijón de la ebriedad erótica? 




*Ilustración de Luis Scafati para La metamorfosis en Libros del Zorro Rojo.

sábado, 13 de julio de 2024

El pánico de los sueños recurrentes

 



No sé si usted tiene sueños recurrentes, dijo. Yo, con frecuencia. Uno de los sueños que se repiten con tenacidad malsana consiste en que otro individuo con mi mismo rostro habla conmigo frente a frente y me reprende. 

Nos acababan de servir una jarra de cerveza oscura, cuyo vidrio goteaba transmitiendo ansiedad. Echamos el primer trago y relamimos la espuma, que en mi caso se había quedado de testigo en la barba. Interpelé a mi acompañante. ¿Tan obstinado es ese otro individuo que juega a ser usted? ¿O se trata de una mirada en el espejo? Volvió a ingerir otro trago, preludio de que necesitaba ser más explícito. El otro lado de la vida es el sueño, no la muerte como dicen muchos. La muerte no tiene mérito. Más allá de lo de aquí, y permítame el juego de adverbios, es algo inconcebible, salvo para la invención de cierta literatura y de muchos mitos. Simplemente porque nada hay ya. Pero los sueños, ah, los sueños, propician infinidad de situaciones alternativas que se pueden vivir con extraordinaria dureza mientras agotan sus horas, pero de los cuales nos salvamos siempre. Sin embargo...

Mi amigo se detuvo en un golpe de despiste. La mesonera pasaba una bayeta por la mesa próxima y él pareció enajenarse con la joven. Inevitablemente me involucré también en dirigir la mirada hacia ella, y la mujer lo advirtió. Rio. ¿Qué miráis?, dijo con picardía. Mi acompañante restableció su seriedad aparente y trató de continuar sus reflexiones. Como no acertase a tomar el hilo, o no quisiera, le ayudé a recordar. Decía que nos salvamos siempre, pero como si no estuviera seguro de ello. Asintió, luego negó. No, en efecto, no estoy seguro de que los sueños siempre nos pongan a salvo, dijo con tono enérgico. Los sueños, en algunas ocasiones, se saltan la barrera permitida. Principalmente sucede en esas situaciones en que se sueña una y otra vez con el mismo tema. 

Ese personaje que dice que es usted pero no acaba de ser usted, y que parece abrumarle, ¿qué cree que busca?, pregunté. Mi amigo puso un gesto grave. Tal vez busca venganza. Su rostro se endurece, las venas se le marcan en exceso, se pone vociferante, gesticula con las manos exageradamente. Le percibo amenazador. Y yo me achico. Me pide cuentas de mi pasado. Primero me echa en cara ciertas conductas que a él no le agradan, a veces hace referencia a defecciones mías, e incluso de modo desagradable y justiciero me recuerda mis fracasos. Todo lo acompaña utilizando epítetos rudos, algunos insultantes. Puede golpear una mesa o señalarme con el dedo la puerta. Si yo trato de poner distancia con él y le doy la espalda él me sigue y me increpa.  Dirá usted que yo, al ver al tipo con mi misma configuración y características, podría tener más tranquilidad, pero es todo lo contrario. Porque de pronto su rostro ha dejado de ser mi rostro, y se parece al del hombre de una fotografía más antigua que hay sobre una repisa en mi casa, al lado de una mujer. En ese momento del sueño me embarga una perturbación nerviosa que me aprisiona. Siento temor, un miedo espantoso. Y entonces entro en una espiral de sudor y pánico que me paraliza y persiste incluso tras el despertar. ¿Me cree usted? 

La muchacha trajo de nuevo dos jarras. ¿Las habíamos pedido?, dije. Corre a mi cuenta, contestó la chica. Pero no babee usted con la espuma. 




*Ilustración de Luis Scafati para La metamorfosis en Libros del Zorro Rojo.

miércoles, 10 de julio de 2024

Somos lo ajeno incluso para nosotros mismos




Deduzco de sus reflexiones que usted piensa que estamos llenos de mundos que ni siquiera controlamos. Fui tajante para sonsacarle más puntos de vista. Hizo una mueca sarcástica. ¿Qué se pensaba usted, amigo mío? ¿Que nuestro cuerpo es un sistema completo y único? ¿Que cuando uno nace y en cada fase de la existencia controlamos los pasos? Quien habita cada cuerpo, al que muchos llaman ente, no es sino huésped y no está en su mano toda la capacidad de regirlo. Y ni siquiera es el mismo invitado a lo largo de su vida. El humano es un individuo  que toma prestado tanto el tiempo como el espacio. Habita su pasado e intenta sobrevivir en un presente en pelea con circunstancias y otros individuos semejantes. Y, sobre todo, ignorante de otros mundos, vamos a llamarlos así, que le fraguan y se manifiestan dentro, en espacios recónditos y con rostros invisibles. ¿Acaso usted controla el movimiento de sus tripas? ¿Puede tal vez apartar por voluntad propia sus migrañas? ¿Rige sobre la circulación de su propia sangre? Y cuando los hombres presencian el ajamiento de su cuerpo, ¿pueden detenerlo o se tienen que someter a lo irreparable? Dependemos de esas manifestaciones interiores que unos llaman organismos, otros gérmenes o bacilos, y que probablemente todo ellos son otras vidas, cuyo estudio apenas está en sus comienzos. 

No pude negar su razonamiento. Detuvo y aplacó el ímpetu con el que había hablado. Tosió y se sentó en uno de los bancos de la calle Pařížská para recuperarse de una fatiga instantánea. ¿Ve?, dijo esforzándose. ¿Le parece que yo tenga alguna suerte de control sobre esta molestia que me tortura? Somos siempre en nuestra imperfección. ¿Diría usted que lo ajeno nos ocupa?, le dije por decir algo y aliviar su pesimismo. Diría que somos lo ajeno incluso para nosotros mismos.   



*Dibujo de Franz Kafka


sábado, 6 de julio de 2024

La tentación de la fuga

 



¿Alguna vez ha intentado escapar de todo, amigo mío?, dijo con aire circunspecto aquella tarde fresca de verano, mientras bajábamos hasta la isla Slovanský. Alguna vez, afirmé, pero no ha pasado de ser un repentino deseo que supe reconducir. Por supuesto, prosiguió, no me refiero a unas vacaciones ni a una larga noche de sueños. Escapar es no aparecer más. No mostrarse ni ubicarse en un espacio que sea referencia para los individuos próximos. Ni dejar tras de sí huellas que puedan incitar a otros a que le busquen. Que nadie sepa de usted de la noche a la mañana. De eso se trata. Naturalmente tal decisión puede tener lugar trasladándose de un lugar a otro sin comunicárselo a nadie. O convirtiéndose en un eremita a la antigua usanza. Aún hay oquedades por doquier. Covachuelas, criptas, lejanas ruinas en territorios olvidados. O regiones lejanas y océanos de por medio. Pero también hay otra manera, más expeditiva e irreparable si cabe. De la que jamás se puede retornar. La más cómoda no solo para una personalidad con una conciencia clara de sí misma, que de verdad quiera escapar de todas las dimensiones habidas y por haber, sino para cuantos familiares y amigos lamentarán e incluso le llorarán cuatro días pero luego se verán libres de la angustia de si volverá, dónde estará, qué le habrá acontecido. Libres del incorregible, en definitiva. 

Debió ver en mi rostro una actitud expectante. Había entrado en una de esas conversaciones que eran monólogos y yo era un mero testigo. Le seguí escuchando. Pienso que en cierto modo, a veces de un modo total, todos somos ataduras los unos para los otros. Y hay quien sujeta más corto al otro por interés propio, eso se da mucho en las relaciones de autoridad y sumisión familiares, pero también en las políticas o en instituciones en que esa imagen eterna del padre, que no interesa que se cuestione, se sigue imponiendo para mayor vasallaje de los súbditos de cada tribu. Ya le digo, esa forma de escapar expeditiva, tan útil aunque poco meritoria a ojos ajenos, y bastante frustrante a la propia mirada que va a perder quien la adopta, puede generar cargo de conciencia en alguna buena gente que le ha conocido y amado. Obviamente usted diría que al irredento definitivo le trae al pairo si genera un estado emocional crítico en personas allegadas o si se sienten culpables, aunque la culpabilidad en esta vida es algo siempre compartido. Ya sabe usted que no existe tanto la culpabilidad tal cual como la acusación de que se es culpable. Porque si la culpa existe, ¿acaso es solo de una parte? Como si no supiéramos que la culpa es una de esas justificaciones determinantes para que alguien ejerza dominio, esa perversa doctrina de que el culpable siempre es el otro. Me entiende usted, ¿verdad?

Asentí con la cabeza, pero no tenía intención de interrumpir su discurso. Acaso entre dos maneras de huir de la realidad onerosa, la de apartarse en vida o alejarse muriendo, haya otra que cambiaría al individuo que opte por ella, dijo pausadamente. Tenía perdida la mirada entre los árboles de la isla, como si entre la agitación del ramaje buscase la luz que el viento iba sorteando. Su tono de conversación continuó más reposado. Parecía que hubiera agotado la fuerza de transmisión de las palabras. Mire, amigo mío. La mente tiene propiedades de ocultación inimaginables, como las tiene de revelación. Se preguntará usted cómo es posible.  No sé explicárselo. Creo que solo cada uno puede probar cómo es factible una fuga de este mundo viajando al interior de uno mismo. Y poniéndose a salvo allí. Registrándose como otro. Incluso como miembro de una especie diferente. 

Una racha fuerte de aire meció el arbolado. Él se ajustó el sombrero. Se impuso el silencio. ¿Me va a dejar usted a medias?, sugerí por fin. Venga hasta la orilla. Disfrutemos de la brisa del río, invitó con placidez.



*Fotografía de Zlatá ulička, Praga.


miércoles, 3 de julio de 2024

Revelaciones de un relato de familia

 



Mira lo último que he escrito. Y ha sacado de su buró un pliego, que me ofrece. Se explica. No te lo debería revelar, pero es que antes quiero proporcionar a un amigo la comprensión de lo que lea. 

Cada personaje de familia que aparece en el relato es el reverso de lo que es en realidad. Donde leas que el muchacho es un hijo decidido y valiente piensa que en realidad es un sumiso. Cuando aparezca la madre tan plena de ternura debes descubrir que tras su máscara hay una déspota. Con el padre te ocurrirá que lo percibirás autoritario y en ocasiones cruel. Sin embargo es alguien débil y que ha hecho dejación de su propia libertad. Uno de los hermanos es solícito con los padres, pero es su manera de pasar por encima de ellos. La hermana pequeña parece un personaje con la que toda la familia tiene un consenso. Se la quiere, y los demás tratan de atraérsela para su beneficio emocional, como si fuera no solo una niña, la última, sino el espacio viviente en que todos pueden confluir con cierto acuerdo. Ella de momento no se manifiesta. En realidad solo es lo que el resto de la familia quiere que sea, un ser sin dobleces, un don de lo que el resto carece. ¿Qué decir de las gemelas? La una para la otra y las dos para todos los hermanos, podría decirse. Receptoras y dadoras de condescencia. Pero en ellas late el instinto de la conspiración permanente. La tía, ah la tía, juega a estar ahí desde siempre. En el seno de la familia soñada que ella no pudo generar. Alaba a todos, disfruta congregando a todos, pero los envidia, a todos sin excepción. De vez en cuando aparece por la casa alguien que todos consideran íntimo y que, sin serlo directamente, ejerce influencia. Pretende aconsejar y se muestra dadivoso. Regalos en aniversarios, ofrecimiento de contactos poderosos en la ciudad, simpatía incesante. Un hombre llave que abre puertas a situaciones estancas. No es oneroso en cuanto a visitas, pero se le tiene como una referencia de la que echar mano ante dificultades externas. Es el último ejemplo de individuo desinteresado y altruista, pero está siempre pendiente de los negocios del padre y de sus correspondientes bienes. Ojo avizor como ave de rapiña ante el día que la quiebra sea un hecho en aquella economía doméstica. 

Te preguntarás: entonces, ¿de qué va el cuento? Va de un tira y afloja entre las pulsiones internas de cada uno y la necesidad de sobrevivir a través de esa alianza impuesta llamada familia. Va de que la familia nunca sustituye al individuo. Que este tampoco sabe muchas veces dónde está y a quién sirve, y que el apoyo dentro del clan puede tener el precio de la propia personalidad. Es decir, su sacrificio. Que el conjunto familiar, aun siendo real, es una abstracción que nunca consigue absorber del todo a sus particulares miembros. Que cada uno de los componentes del grupo va tomando y dejando. Toma de lo ajeno para incorporarse al todo. Abandona de sí incluso los lados creativos que podría darle satisfacción. Atracción y rechazo podría denominarse el juego.

 ¿Un relato más sobre la familia secular?, te preguntarás. Un crisol que es un horno. Ahí se forjan aceros personales pero también quema no solo algunas manifestaciones instintivas sino afectos y dimensiones sentimentales. Ya te he contado el contenido, no creo que vaya más allá mi corta narración, pon tú de tu parte. Por comprender o por rechazar. Pero guárdatelo para ti. 

Me quedé mudo, pensando si me había ya narrado la historia o solo se trataba del preámbulo. Tal vez las revelaciones sobre el borrador eran la excusa para conocer mis puntos de vista. 



lunes, 1 de julio de 2024

Hablar del pasado a la puerta de la taberna

 


¿Cómo se recuerda a usted mismo en los mejores años de juventud? Se lo dije con tono jocoso y amigable al pasar delante de la cervecería U Zlatého tygra. Y no por casualidad, sino porque un grupo de soldados jóvenes salían del local, cantando estrepitosa pero desafinadamente viejas tonadillas que hablaban de muchachas que atravesaban el Ultava por la noche para corresponder a sus amantes de la otra orilla. 

Mi amigo se encogió de hombros. ¿Usted cree que me acuerdo de lo que he hecho?, respondió apacible pero con una inflexión pesimista. Casi recuerdo más bien lo que no hice. El pasado de uno ya no reside en el cerebro siquiera, se ha diluído por todos los territorios y canales del cuerpo, recorriendo arterias, vías renales, líquidos sinoviales o los humores de la pleura misma. Alterando todos los órganos y espacios más recónditos. Cuando se diluye el pasado eres otro. Y si te empeñas en rememorar lo que hiciste en realidad te estás inventando parte de lo que hubo. En ese acto de volver atrás con el pensamiento hay una porción imprecisa en que consciente o inconscientemente nos engañamos a nosotros mismos. ¿Porque el cerebro confunde lo vivido y lo deseado pero que no experimentamos? ¿Porque hay una tendencia a adulterar caprichosamente el pasado, pues el deseo y las aspiraciones siempre son largas presencias que no gustan de dar el brazo a torcer? ¿Porque el ayer marca, desgarra, roe las entrañas de los hombres? Si a ello le sumas que uno escribe, sin saber muy bien con qué objetivo pero sí porque lo pide el cuerpo, y uno se identifica con personajes múltiples, que por un lado recorren el mundo y por otro danzan en tu cabeza, ya no distingues que hubo de ti ni quién fue tu padre. 

Su contundencia grisácea me asustó. ¿Se enorgullecía o se avergonzaba de sí mismo? Giré la tuerca. Pero usted mantendrá imágenes propias, solo o conversando con el padre o jugando con sus hermanas o de aprendiz en la oficina o de paseo en los parques, incluso de aquellas cervecerías que frecuentaba. Y no quiero entrar en otras intimidades que no debe usted revelar jamás, aunque llevado por el furor de la edad las expresase en algunos oscuros locales de la Malá Strana. El hombre echó una carcajada. Repentinamente calló. El pudor es una buena llave que encierra aquellos espacios que solo son tuyos. Incluso hay que preservarse frente a las personas próximas, por muy íntimas que se ofrezcan. A veces incluso se lo oculto a los personajes de mis relatos.

Nos habíamos quedado parados delante de la puerta abierta de la taberna.  La ruborosa cantinera hizo un gesto desde la barra que no pudimos rechazar. ¿Entramos?