Ella era actriz de películas de serie B. Su padre un habilidoso director de filmes del mismo espacio de cine comercial. Verle dirigir a él, nervioso y escurridizo, desasosegaba. Por el contrario, la actriz permanecía entre escena y escena reconcentrada y aparentemente tranquila. Aunque observándola con cierto detalle no estaba tan claro que fuera así. Mañana y pasado no tengo rodaje, se dirigió A. de pronto a mí. ¿Me acompañaría a visitar la ciudad?
Ante una persona inquisitiva y deseosa de conocer de cerca los parajes de una ciudad vieja nunca sé negarme. Ella, tan joven y curiosa, me proporcionaba la ocasión de conectar con una generación con la que pocos puentes tendía habitualmente.
Me relajo visitando sin prisa cualquier rincón, dijo para convencerme. ¿No le importa llevarme hasta...? Y, si le parece, de camino podríamos asomarnos al mirador de...Una vez estuve de niña y aquella vista de la ciudad desde lo alto se me quedó registrada. Fue un impacto. Quisiera ver si ahora tengo la misma percepción. Ah, y tal vez al bajar estaría bien recorrer las tiendas que bordean el río. Tan herederos de aquellos tiempos son los comercios de ahora como los suntuosos edificios que todo el mundo visita, ¿no le parece? Podremos reponer fuerzas en una trattoria que me han recomendado por esa zona.
Le dije que sí a cada propuesta y aún maticé: no voy a echar mano de ninguna guía ni plano, conozco sobradamente la urbe. Así me pongo a prueba una vez más. Por lo tanto usted, joven, sugiera preferencias y yo me convertiré en el compañero accidental del recorrido. Algo así como un paseante homologado, ¿verdad?, dijo A. Siempre he sido más bien un paseante amateur, dado a improvisar recorridos, le respondí, y gracias a personas como usted me mantengo en un animado grado de correspondencia con los vericuetos de esta ciudad. De tal modo que tras décadas de recorrer calles y espacios abiertos y cerrados aún sigo admirándome de innumerables detalles que anteriormente me habían pasado desapercibidos.
Entonces, si le parece fijemos una hora de partida. Solo le pido un favor, amigo mío. Lléveme a conocer lugares, pero no me hable en absoluto sobre ellos. No sea mi cicerone. ¿Cómo?, salté perplejo. ¿Desea pasear y descubrir los nobles edificios o los parterres de jardines o la suntuosidad de sus iglesias sin una explicación mínimamente invasiva de su historia?
A la actriz A. no pareció sorprenderle mi cuestionamiento. Por supuesto, afirmó. Quiero ver y saber qué me dice lo que veo. No quiero estar mediatizada por relatos de épocas ni sucesión de secuencias de estilos artísticos ni si fueron propiedad de los condes de tal o de la princesa de cual. Bien, es un punto de vista muy aceptable y original, insistí. Pero al menos querrá saber si...Amigo mío, permítame decirle que me conformo con conocer cómo le habla también a usted todo ese paisaje urbano por el que paseemos. Eso sí que me interesa. Sus percepciones, sus impresiones. Aunque ya haya visto usted varias veces un rincón de esta ciudad haga como que es nuevo.
Yo me sentí descolocado. Al menos es imprescindible una referencia que...¿Referencia, amigo mío? Los argumentos los dejo para los filmes en los que actúo. Los supuestos personajes del pasado son tan de ficción como los de mis peliculas. En esta propuesta y en su compañía solo quiero acceder a los sentidos y volar con la imaginación. Pero sin algunos pormenores históricos que sitúen una acción, como en las películas, ¿cómo puede usted imaginar?, volví a la carga. Eso déjelo de mi cuenta. Es un método interior muy mío. Pero yo, farfullé impetuoso, yo no soy precisamente un joven que aporte dinámica a su especial mirada y al vuelo de la fantasía. Y no sé hasta qué punto preservo un don de intuición para satisfacerla. A. fue benévola. Tanto mejor. Siempre he preferido a los hombres de edad, incluso muy mayores, para acceder al apasionante conocimiento de las emociones y al atractivo significado de los sueños. ¿Por el saber que aportan con su experiencia?, dije con la indiscreta picardía de quien canta un jaque. Ella me envió una mirada traviesa. No elijo tanto sus recuerdos como los hábiles efectos de un saber hacer, clavó su mate.
Confuso me despedí de ella a la puerta de su hotel. Me dirigí a paso lento hacia mi apartamento. Al menos no tengo que preparar ruta alguna, pensé. Creo que en el fondo tampoco le importa a ella si nos extraviamos. Cualquier recorrido enseña, porque la dirección es siempre única. Da igual si avanzamos o retrocedemos, la ciudad siempre engulle pero nos concede remitirnos al origen. ¿O la importancia reside en las compañías que el azar aún pone, a pesar de la edad, en el camino de uno?