martes, 29 de diciembre de 2020

Cave canem: en recuerdo del cómplice y de la ciudad perdida

 


Fue el primero que detectó lo que se venía encima. Avezado en la defensa de haciendas y dueños tenía sus sentidos sumamente desarrollados. ¿Cómo se llamaba el can? Unos le llamaban Rufus y otros Pugilis. Parecía dominar nuestra lengua y respondía a ambos nombres, pero a mí me reconocía a la voz de Amicus, con una incidencia fuerte en la sílaba mi. Aquel amanecer silencioso, aunque aparentemente normal para la mayoría de los habitantes de la ciudad, el hermoso animal se sintió inquieto. Yo trabajaba para el tabernero y tenía asegurado cobijo y alimento. Conocía bien a mis amos, especialmente a la hermosa Silvia, que me dejaba entrar subrepticiamente en su pieza. Bendita la hora en que sus padres no lo descubrieron, o si alguien sabía de ello se mostró ajeno, bien por bondad o por temor a nuestro enojo, de imprevisibles consecuencias. ¿O acaso nuestro protector no era otro que su hermano Egnacio, que me echaba en vano los tejos? No lo sabré nunca. 

La bella bestia se agitó aquella mañana por razones que entonces me resultaron incomprensibles. Yo sabía que era mi cómplice y que nunca se alteraba cuando me adivinaba en la oscuridad de la noche dirigiéndome al encuentro con la chica. Al principio ni siquiera ladró, se movió de un lado para otro tensando la cadena e incluso dejó que le acariciara el hocico. Puse en alerta, no obstante, todo mi cuerpo. Agucé inútilmente la vista en el entorno negro. Afiné mi oído cuanto pude. Dejé mi piel expuesta a la extraña calima que aún duraba de la noche tardíamente estival. De pronto Amicus permaneció quieto. Más bien rígido, como una estatua de las del foro. Se echó en el suelo como si quisiera sujetarse a él. Mirándome con un gesto que yo percibí de desamparo me paralicé. Era algo raro en él, un brioso ejemplar de defensa. Me agaché para un diálogo silente y tranquilizador, y fue en ese instante cuando tuve también la tentación refleja de adherirme al suelo. Algo se movía allá abajo, unos acompasados y aún tenues latigazos que solo parecíamos sentir el perro y yo. Dudé si librarle de la cadena o dirigirme a las habitaciones de mis amos. ¿Estaría Silvia profundamente dormida tras la agitada entrega a mí? La elección fue rápida. El temblor se hizo notar más intenso. Me disponía a acudir donde la familia del tabernero pero Amicus tiró de mí. ¿Fue un acto de salvación o una reacción de celos? 

Transcurridos tantos años, y siendo yo un liberto que ha mejorado su condición, le cuento a mi hija pequeña Sulpicia aquel acontecimiento del que el perro y yo no salimos malparados. Cuando le digo que al escapar vimos otros perros encadenados que no podían huir de la catástrofe, a la que les conducía su penosa condición, y que ladraban angustiosamente, Sulpicia llora con amargura. Mira a mi Amicus y este la consuela dulcemente. Aquel can, más adicto a mí que a sus amos, me sigue acompañando en el camino sinuoso de la vida. Quién sabe si no nos necesitaremos de nuevo el uno al otro para salir airosos de alguna inoportuna y repentina desgracia.



* No podía resistirme a escribir esta nueva ocurrencia ambientada en la destrucción de Pompeya. Espero se me disculpe por ello.

** Fotografía de una pintura en el mostrador de un termopolio de Pompeya, tomada del siguiente enlace:

https://www.thisiscolossal.com/2020/12/food-stand-pompeii/





sábado, 26 de diciembre de 2020

El alba en que no piaron los pájaros ni cantaron los gallos

 



Flavio Asinio, a la sazón granjero y suministrador de ganado para el mercado de las ricas ciudades de la costa, salió de la noble urbe al borde de que rayara la aurora. Había dejado gran parte de la mercancía que le habían requerido y se disponía a realizar otro transporte que le iba a llevar varias horas. La taberna de Kalós el griego estaba ya abierta y allí se entonó con un aguardiente especial. He tenido un mal sueño esta noche, le dijo al tabernero. Tal vez el calor que no se va, pero estuve inquieto. Soñé que venía a entregar la mercancía como todos los días pero no encontraba la ciudad. Kalós le dio una palmada en el hombro. Mira que tienes sueños retorcidos, dijo con sorna. Seguro que sufrirías lo tuyo por temor a que se te hubiera venido abajo el negocio. Pero ya que me cuentas eso te diré que yo también he soñado tonterías. ¿Acaso alguna de las andanzas de tu mujer?, se la devolvió Asinio. Kalós rio. No vas descaminado. Ella me buscaba y yo la buscaba a ella, pero ninguno de los dos nos encontrábamos. El otro ironizó. Ah, Kalós, eso es propio de los emparejamientos eternos. ¿Vas a volver pronto?, le preguntó el tabernero. Flavio Asinio se estiró. Para cuando vuelva ya habrá caído gran parte del día. No sé qué fiesta a lo grande quiere celebrar la gente guapa que habita al otro lado del foro que necesitan asegurarse un suministro abundante. Por cierto, ¿no te ha resultado extraño que los pájaros hoy no piaran pronto como otros días? Será cosa de la luz, respondió Kalós, ellos son sabios y van por delante de nosotros. Pero también a esta hora deberían haber cantado los gallos, y ya ves qué silencio. Se despidieron. El tabernero dejó de barrer el suelo de su establecimiento y aguzó el oído. Es verdad, pensó. Ni gallos ni pájaros.





(Imagen de cabecera: pintura parcial del mostrador de un termopolio de Pompeya, descubierto recientemente)


jueves, 24 de diciembre de 2020

La bajada del Olentzero común a la capital

 



Pocas eran las veces que el carbonero bajaba a la capital. A sacarse una muela que le estaba trayendo a mal traer. Donde Aznárez a comprar una boina para los domingos, que le podía durar años. Para reponer el collerón de la mula se pasaba por la guarnicionería de Garatea. Aprovechaba sus escasas visitas a la vieja ciudad para sentirse menos aldeano y se tomaba un vermú en uno de los cafés de postín de la plaza. Era víspera de las Pascuas. Hizo todo el camino nevando. Estaba acostumbrado al frío y al calor, y eso que no era de cuerpo excesivamente robusto. Gajes del oficio. No tenía mucho pero se defendía con lo que ganaba de vender el carbón que había fabricado desde crío. Tampoco necesitaba. No dependía de él familia alguna. Además, en aquella tierra nunca había faltado el condumio imprescindible. Y el vino paliaba las exquisiteces que no se podía permitir. Lo que sí echaba en falta era otra clase de calor, porque el apetito de hombre le zarandeaba a veces. Después de la casa de comidas donde cumplió con su estómago decidió pasarse por la parte de la Catedral. ¿Desde cuándo no había vuelto? Preguntó por María la francesa. No está, le dijeron. Un día le vino a buscar un tipo del sur, con porte aparente, y se fue con él. El carbonero hizo una mueca. Esbozó el ademán de irse y le salieron al paso. Pero está la rusa, una rusa auténtica. Ella presume de haber sido amiga del último zar y salió pitando cuando las revueltas. El carbonero no sabía apenas qué era un zar y menos dónde caía Rusia y qué revueltas se habían producido. La idea de estar con una extranjera lejana le excitó. Pero si no habla como nosotros, ¿de qué manera puedo entenderme con ella, pues? La jefa le quitó importancia. Para lo que quieres el idioma es universal y te puedo asegurar que el de esta joven es de una perfección total. El hombre no volvió aquella tarde a su pueblo. Decidió conservar el calor de unas horas y no perderlo por caminos de humedad y abandono.





(Fotografía tomada de manera aleatoria de internet)

domingo, 20 de diciembre de 2020

Cuentos indómitos. La leyenda del cronista de los conquistadores

 




"¿Y esta es la vida? ¡Estar perdidos, siempre perdidos! ¿Pero yo seré realmente el que soy? ¿O seré otro? ¡La extrañeza! ¡Vivir con extrañeza!

Roberto Arlt, Los siete locos.



Busco a la india vieja. ¿No está?, pregunta Jacinta. No, le responden. ¿Cómo? ¿Se fue? No, le dicen de nuevo. ¿Acaso recién se murió? Desapareció, sin más, entona más explícita la voz cavernosa de una vecina. Pero...no puede ser. Estuve hablando con ella hace escasos días, Jacinta insiste. La vida es así, apostilla buenamente la otra. ¿Usted no lo sabe? La gente puede desaparecer de un día para otro. Sobre todo aquellos que parecían eternos. Bien porque se hayan hartado o porque no quieren que les vean más. No sé qué decirle, a cualquier nos puede ocurrir. Jacinta enmudece, pero se rebela contra la aceptación del misterio. No la vi afligida, suelta. La vecina no cede en sus razonamientos genéricos. Hay desganas que se ocultan como hay procesiones que solo se llevan en las tripas...hasta que uno revienta. Jacinta se extraña de aquella actitud. Pero, ¿han dado parte a la autoridad? ¿Le queda alguien de familia? ¿La han buscado?  La otra toma una azada y se la echa al hombro. Para qué, no es la primera vez, ya volverá, ella sabe. Y las desapariciones no son cosa nuestra. Además, la india anda anclada en su pasado. Quién le dice que no ha ido sino en busca de algo que perdió. 

¿Pregunta por la vieja? La Chigua, doce años que dice tener, pasa por allí. La vi ir ayer por la senda torcida hacia el arroyo, explica sin esperar a que la confirmen nada. Lo hace muchos días, pero luego vuelve. ¿Acaso no sabe que todo el que vuelve es porque ha ido?, se regocija la niña. Pero si no volviera tampoco la echaría de menos nadie. Hace mucho que vive como si no viviera. Jacinta no tuvo tiempo de dar las gracias a la chiquita por la información, mientras pensaba qué hacer. Plantada como se había quedado a la puerta de la india permaneció abstraída, observando a la dicharachera tomar el rumbo de la escuela. Ya era tarde cuando pensó en decirle: avísame cuando haya regresado. Se asombró que el día le estuviera deparando ausencias inexplicables y reacciones tardías. Luego caviló sobre lo que había dicho la Chigua. La senda torcida al arroyo, la llama, como si solo hubiera un camino, como si el río estuviera constituido por un único punto.  

Entonces a la cabeza de Jacinta le vino una vieja leyenda nativa que algunos atribuyen a aquel Ulrico Schmidl, cronista de los españoles, que dice que si se te aparece a la orilla de un río una adolescente que te ofrece beber agua mejor te alejes. Todo quien bebe de la concavidad de la mano de una muchacha oferente desaparece. Cuenta el cronista que lo escuchó de boca de los hombres más prudentes en uno de los poblados de la zona del otro río, el grande, el que puede llamarse río de verdad. Cuando Schmidl preguntó si eso sucedía por las buenas, le respondieron que la púber prometía que quien sorbiera de su mano podría ser otro. ¿Una joven puede prometer algo así?, insistió el cronista. Poder puede hacerlo, del mismo modo que se puede aceptar o rechazar tal propuesta, fue respondido. Allá quien crea a una niña. La trampa no está nunca en la aparecida, sino en el ansia de los hombres que quieren dejar de ser quienes son. Ulrico no salía de su asombro, lo relata él mismo, al ver que aquellos indígenas se veían tentados como las gentes del viejo mundo del que él procedía. Tentados por romper los límites de la existencia, bien fuera conociendo nuevos territorios, escalando en sus categorías sociales o dándose a nuevas actividades que les distrajeran de un destino que parecía irrevocable. ¿No sucedía lo mismo con muchos de los aventureros que habían llegado con él desde Europa?

Las leyendas son bonitas, pero se dan de bruces con la realidad, pensó Jacinta. Aunque hay que reconocer que es seductora la idea de invitar a quien se siente disconforme o hastiado a que intente ser otro. Un convite osado. Pero las seducciones ¿conducen a mundos reales? ¿O llevan a consumirse tanto al seductor como al seducido? Tal vez vivimos por inercia en una orilla de la vida, pensando que la alternativa no es otra que la muerte. Pero ¿y si hubiera otro lado de la existencia? Otro territorio que se abre fascinante para el decidido pero que le vuelve ausente a los ojos de aquellos a quienes abandona. Jacinta sintió escalofríos a medida que sus pensamientos se precipitaban vertiginosos, audaces. Entonces se arriesgó a tocar más fondo. ¿Pudo mi marido elegir otro camino porque el suelo que pisaba le resultaba inestable? ¿De eso iba lo que relataban los diarios del agrimensor desaparecido? Y Ordóñez, ¿recuperó un camino que había perdido en París o bien es su vida ordinaria en San Joaquín la que le tiene agotado y carente de ilusiones? La vereda torcida, decía la chiquilla. Por donde vio ir a la vieja. El río y sus caminos paralelos. Los desaparecidos que no queremos ver. Jacinta se dejó enredar en la suspicacia de sus pensamientos. Esta humedad tan cálida me confunde, se justificó.




(Fotografía de Silvia Grav)


miércoles, 16 de diciembre de 2020

El poeta Catulo en las Saturnales

 


"Comenzó la Edad de Oro (...) En este siglo feliz se desconocían aún esas amenazadoras coacciones materiales que sirven de freno a la licencia (...) Todo el año era primavera. Céfiros y rosas pugnaban ante los ojos; y se sucedían las estaciones sin sembrar y sin trabajar. Se deslizaba un río divino de leche y de néctar y en los troncos de los árboles ser recogían panales de miel"

Publio Ovidio Nasón, Las Metamorfosis, Libro primero.


Las fechas iban a desencadenar el caos controlado. La paralización del orden de actividades y el salto de ritmo de las tareas. Para el esclavo favorito de Catulo era la oportunidad de tomar el lugar del señor. Eso sería ya el no va más. Pero el poeta, ¿a qué debería atenerse? Sabía que sus poemas le habían enemistado con una parte de la Corte y que no siempre contaba con apoyo de los altos funcionarios más ilustrados ni de los libertos experimentados. Pero las Saturnales ¿no bien valían por sí mismas una inversión de roles que el resto del año sería imposible de imaginar? Mas, ¿y si tras las celebraciones los personajes de alta posición, que habían cedido sus puestos imaginarios a los de baja condición, se hubieran guardado la revancha para el día después? No era exactamente así el juego, pero había excepciones.

Catulo conocía del año anterior el caso del esclavo Belonius, que no hizo sino llevar a cabo lo que permiten las tradiciones, convirtiendo a su señor durante varias jornadas en un siervo depravado, creyéndose él que era su amo si no el mismo Saturno, pero que tras finalizar las fiestas fue rebajado aún más a su condición hasta el extremo de correr riesgo su propia existencia. Tulio Alcius, que así se llama el propietario de las tierras fértiles que llegan hasta Ostia, disfrutó como nunca de la inversión de valores. Toda situación era excesiva y excitante para él, y hubiera querido que durase mucho más tiempo, pero aquella enfermedad repentina, adquirida probablemente antes de las Saturnales le trastornó y tuvo que limitar su participación. Más que nada por el qué dirán. Así que a alguien había que culpar. Y el desgraciado Belonius era el más indicado por las circunstancias.

Catulo, en vísperas de las celebraciones, recibió una misiva secreta, aparentemente anónima, que le decía: Que el dios del dardo envenenado te perturbe, y compruebes como esclavo que cuanto has disfrutado hasta ahora poseyendo cuerpos conocidos no significa nada ante lo que te espera desprovisto y rendido al capricho de quien no has elegido. Clodia o Lesbia se reirán de ti cuando te vean desplazado hasta los peldaños más ínfimos del desenfreno, pero quién sabe si ellas mismas no te harán compañía y junto a ti otros próceres que solo entienden del placer cuando caen en sus más depravados instintos.

Fuera quien fuese el autor de la carta no debía ser precisamente un amigo. Y sabía que Catulo mostraba un sentimiento dual y contradictorio acerca de Lesbia, a la que tan pronto la amaba prohibiéndola que se entregase a otro, como la despreciaba permitiendo que cediera a las aberraciones de sus competidores. Pensó que no era el estilo de Lesbia utilizar un escrito, pues era más bien dada al reproche directo y bronco. ¿Y qué decir de Clodia, mujer culta como pocas, a la que no se podía engañar por las buenas? ¿No estaría en guardia, por causa de viejas afrentas, para vengarse de modo más sibilino? Las vías judiciales le habían parecido poco a la patricia, por lo que ¿no debería esperar el poeta alguna clase de trampa aprovechando la disipación de esos días en que se iba a festejar al sol invicto? 

Para los hombres con poder las normas eran más claras. Se podían hacer negocios durante las fiestas, o al menos tantearlos, pero en modo alguno pactar nada resolutivo. Para un personaje como él, más ajeno a los negocios del mercado que a los de las pasiones y en mayor grado al apetito de las letras, la frontera estaba en si una participación demasiado subversiva pondría en mayor riesgo las enemistades granjeadas. Pensó en su antigua dependencia de Clodia. Jamás le había perdonado sus traiciones y desde la desafección amorosa nunca nuestro literato creyó ya en un amor duradero. 

Catulo jamás había dejado de participar en las celebraciones que, en contra de lo imaginado siempre se tomó con prudencia, pero en ninguna ocasión se había visto tan tenso y dubitativo para acudir a ellas. ¿Solo por una carta indigna? ¿O tenía otras preocupaciones, entre ellas perder la confianza de César? ¿O aguantar las correcciones no siempre paternales de Cicerón? No aspiraba a un poder superior, se conformaba con disfrutar de sus villas y de alternar con los amigos de hoy que no sabría si lo serían mañana. La dedicación a sus poemas tenían tanto de adicción como de norma de vida. ¿Iban a ser por sí mismos causa de desafectos, odios, venganzas o simplemente desprecios? Pensó en ello. Y aunque lo sean, no sabría renunciar a expresarme de otra manera, remató. Quien a escrito mata a escrito muere, fue el lema que le condujo el día anterior a las Saturnales a tomar el cálamo y a tintar el pergamino. ¿Pretendía con ello desquitarse en su conciencia o fijar pasquines en las puertas de las tabernas de toda Roma? Y se puso a escribir. 

Yo, Cayo Valerio Catulo, dispuesto a entregarme a la diversión que Saturno nos proporciona en estas fechas, prevengo a mis enemigos para que cesen por unos días sus hostilidades. A las mujeres de mi vida les aclaro una vez más que ahora mi vida es otra y que cualquier intento de perturbarla sería en vano. Si quiero descender a los infiernos del placer lo haré por mí mismo, no porque me empujen a ello palabras malsanas que no llevan firma. Si elijo invertir los roles lo haré para proporcionar mayor satisfacción al que pierde todos los días que los que pueda obtener yo y quienes como yo vivimos en la abundancia todo el año. Celebrad todos el tiempo del cambio. No veáis tras la merma de la luz la desaparición del mundo y frecuentad con alegría las horas que fecundarán el mañana.

En ese final épico sintió sed y se sirvió vino. El aceite de la lucerna menguaba. Alzó la copa y vio su sombra reflejada en la pared. Teatralizó el brindis y la sombra, como una premonición, le ofreció la imagen de un sátiro.



(Imagen. Pintura de la Casa de los Castos Amantes, Pompeya)


NOTA. En fechas aproximadas a las que estamos se celebraban en la Roma antigua las fiestas Saturnales. Iban más o menos desde el 17 al 23 del diciembre del calendario nuestro actual. Cualquier parecido con las fechas que celebra el cristianismo no parece que sea mera coincidencia.

 

sábado, 12 de diciembre de 2020

El último día de Holofernes

 



"A la cual el Señor también dio hermosura, porque toda esta compostura no nacía de lujuria, mas de virtud; y por tanto el Señor aumentó aquella su hermosura, para que pareciese incomparablemente hermosa a los ojos de todos".

Libro de Judit, X. 4. Biblia del Oso, versión de Casiodoro de Reina.



Al levantarse aquella mañana Holofernes para tomar la iniciativa decisiva en su objetivo militar no sospechó que iba a ser su último amanecer. 

De nada había servido que los días anteriores fuese advertido por sus espías de que la mujer de su deslumbramiento se hallaba ejercitando el arte del alfanje. Dejadla que ella, hábil y entregada con sus palabras, enerve su cuerpo en el ejercicio de las armas. Ya se sosegará. Nos ha dado amplias muestras de su elocuencia y nada hace dudar de que su llegada hasta el campamento es para favorecer nuestra causa, pues no comparte con los suyos la obcecación de no someterse al gran rey de Babilonia. 

Las palabras del general eran órdenes para sus consejeros y oficiales que no se podían cuestionar. Sin embargo, Holofernes, que no había sido nombrado por el rey caldeo solamente por su capacidad estratégica y su destreza en dirigir los ejércitos, pensó: sea lo que pretenda realmente esta mujer su hermosura y sospecho que su inteligencia bien merecen que uno corra riesgos. De ningún modo voy a forzar nada con ella. Se sabe objeto de mi mirada pero yo también quiero ser reclamado sinceramente por ella. No caeré en la trampa de sus encantos exteriores, como con otras mujeres de paso, sino que la pondré a prueba. Diga verdad o no sobre el acatamiento al gobierno que represento, al menos debo conseguir que esa aparente atracción mutua quede patente y libre de ocultaciones. Mi rey puede esperar la conquista de la ciudad cercada, pero el frágil y enamoradizo Holofernes que llevo dentro debe consolidar antes otra clase de triunfo que garantice el éxito de la misión.    

La mujer le había estando contando durante varias noches la historia de su vida, sin esconderle nada. Esto agradó a Holofernes. Le había hablado de su posición pudiente, de la pérdida del esposo al que había amado tanto, de la pena y el ritual de luto a que se había entregado, del aislamiento con el que quería corresponder a la memoria de su hombre. Pero un día, dijo la mujer al general, entendí que no puedo vivir enterrada en vida permanentemente, cuando aún tengo una edad fértil en deseo y en capacidad de descendencia. A Holofernes tales confesiones le admiraron y llegó a advertirla. Hayas llegado hasta mi cámara bien con la mejor intención de ayudar a mi empresa o porque te traigas algún plan en secreto para reducir mi eficacia militar, debes saber que admiro tu valor y tu soltura. Entre mis tropas todos pensarán que vas a doblegarte de inmediato a mis instintos naturales. Pero haré algo contigo que no he hecho jamás con nadie. Respetaré tus tiempos de decisión, me inhibiré de frecuentar a ninguna otra mujer, demoraré cuanto sea preciso el último asalto a tus paisanos. Mas antes de arriesgar mi fama y mis recursos a la toma del bastión necesito estar seguro de que soy capaz de ser aceptado, despojado de toda clase de fuerza y de poder, por ti.

La mujer descubrió entonces que tras el general al que precedía reputación de sanguinario existía otro hombre ajeno a la violencia y predispuesto a entregarse con bondad. Un ser cuya fragilidad había sido tapada por las planificaciones militares y el sojuzgamiento a los pueblos. Ella dudó sobre su propia misión. Primero alargando su estancia en el campamento. Luego, dejando de comunicarse subrepticiamente con las autoridades de su ciudad, que esperaban de ella la noticia del éxito de aquello para lo que se había ofrecido. Por último condescendiendo a las tertulias que al atardecer le proponía Holofernes y donde ella iba descubriendo poco a poco el hombre que nadie conocía y que ni él mismo imaginaba que podía alojar.

Una noche, la mujer que se reclamaba de adorar únicamente a su Dios, se abrió con arrojo a participar de su intimidad con el general. Había venido a tu campamento con intención de disuadirte de tu empeño, hombre mío. Ante el tono de sus palabras Holofernes tembló. No eran tanto los ardides que ella había podido ocultar como la manera directa y penetrante de sentirse atraída por él lo que le perturbó. A medida que te he ido conociendo, mujer, me he librado de temores. Ahora sé que no puedes hacerme daño alguno y que ni tú ni yo estamos en esta estancia para librar ninguna batalla que no sea la de conquistar mutuamente nuestras naturalezas. Pero la naturaleza tiene muchos rostros, Holofernes, le respondió la mujer. Ciertamente, replicó el hombre, pero solo hay una que nos vuelve más ajenos y a la vez más auténticos. Ella le acarició los cabellos. Detrás de mi general hay también un filósofo recóndito y seguramente un amante inadvertido por cuantas esposas o allegadas se han dado a ti. Pero conmigo no solo te llevas mi juventud lozana, también te apropias de mi voluntad malsana, de ese lado de mí que en nombre de una clase de liberación iba a entregarme a un acto de violencia. Holofernes no quiso medir el alcance de aquellas palabras, pues ya sentía el calor intenso del cuerpo de la mujer. Mi desnudez más profunda es tuya, le dijo a esta, envuélvela en voluptuosidad y ofrece el deseo más desatado al dios que llevamos dentro. 

En la entrega sin horas de la que se hicieron partícipes, el verbo y los sentidos circularon caóticos de un cuerpo a otro. Holofernes, en un movimiento de contemplación extática sobre la mujer la alzó en un sobreesfuerzo. ¿A quién me estás inmolando?, dijo ella en medio del arrebato que les desconcertaba a los dos. A la vida y a la muerte, susurró Holofernes refrenado por un jadeo que derivó en rugido desgarrador. A continuación el general se desplomó inerte. Ni herida ni sangre ni mucho menos degüello. No había en la cama ningún otro arma que no fuera el amor. 

Lo que aconteció después lo han contado las crónicas interesadas en una dirección diferente a los hechos y con una intencionalidad acaso proterva. Que cada cual se atenga a lo imaginario. 






martes, 8 de diciembre de 2020

Diálogo entre viajeros

 



Teisuke Ryu, marchante de obras antiguas y nuevas, se dirige a la capital a cerrar un negocio. Me interesan las artes de otras épocas, pero también los grabados que jóvenes artistas están llevando a cabo ahora, comenta con Tadahiko, un médico que se ha doctorado en la medicina moderna y que va a tomar posesión de su plaza en la ciudad. Aunque me dedico a comerciar con el arte le diré en confianza que no soy un gran entendido. Pero aprecio lo que me gusta. Es mi norma: aquello que me agrada y entra dentro de mí, me digo, merece la pena ser dado a conocer. Me agrada lo que dice, interviene el doctor, porque mis conocimientos son nulos al respecto y mi sensibilidad escasamente desarrollada para ese mundo que nunca he tratado de cerca. Mi experiencia no pasa del diagnóstico de enfermedades y de la disección de los cuerpos que se rinden a la vida. Ya ve, algo muy alejado del arte. O acaso no tanto, le replica el marchante. Piense que los artistas también intentan averiguar lo que hay tras los cuerpos vivos y cómo se relacionan estos con la naturaleza. Los pintores de este tiempo piensan también que todo es pasajero y en muchos casos fútil y tratan de representar la vida como algo evanescente. Pero yo creo que en el fondo saben captar lo que hay en cada uno. 

Tadahiko quiere hacerse también el enterado. A mí me han dicho que según te acercas a la gran urbe hay muchas casas de té para descansar y también que los barrios de placer han crecido. ¿Tendrá que ver todo eso con una actitud ante la vida por parte de muchos? Sin duda, le responde Teisuke, que tiene sobrada experiencia como viajero de negocios. Cerca de donde nos encontramos hay precisamente una casa donde las mujeres que atienden son especialmente amables. Nadie te obliga a nada. Puedes solicitar sencillamente un rato de reposo escuchando canciones relajantes y tomando té, admirando el porte y la belleza de las jóvenes. Puesto que no sabemos si volveremos a vernos tras este viaje te propongo parar esta noche en una de ellas y aligerarnos del peso de nuestras misiones respectivas. Al joven médico no le pareció mal la idea. Tampoco había tenido nunca la oportunidad de conocer de cerca el mundo de las geishas. Y lejos estaba de imaginar que iba a descubrir a una mujer que no lograba encontrarse a gusto en su ámbito ordinario.




Puedes ver un relato sobre la geisha del espejo en Chitón:




(Grabado de Suzuki Harunobu)


sábado, 5 de diciembre de 2020

El mundo entero en algún lugar mediterráneo hacia 1890


Nostra patria è il mondo intero 
nostra legge è la libertà 
ed un pensiero 
ribelle in cor ci sta.

Nuestra patria es el mundo entero 
nuestra ley es la libertad 
y un pensamiento
rebelde en el corazón hay.


Pietro Gori, Stornelli d'esilio.


¿Vuelves del Ateneo, Pietro? Pietro siempre vuelve de las clases con mejor humor y lo manifiesta enseguida con sus amigos. De allí vengo, y tú deberías ir también, Stefano. Cuando me explican cosas que no sé me acuerdo mucho de ti. Es que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer, le replica Stefano un tanto acomplejado. Además, ¿para qué? Si no tengo dónde caerme muerto. Y ya no tengo edad de escuela. Nadie te va a decir lo que tienes que pensar, sino que aprenderás a pensar por ti mismo. Y siempre se tiene edad para conocer un poco más, le corrige su amigo. ¿O es que te gusta ir por la vida dejando que te estafen los que te contratan a días y sin un papel legal por medio? ¿O es que prefieres ignorar las medidas de higiene o las nociones de respeto y colaboración con las mujeres? ¿O no deseas mejorar aprendiendo oficios nuevos, ya que el mundo está cambiando? No puedes pasarte todo el día liando ese mal tabaco picado y metiéndote cada dos por tres un peleón que te va a machacar no solo el hígado sino la cabeza. Ves que otros leen los periódicos y tienes que preguntar lo que dicen, y si quieren te cuentan de verdad lo que ponen y si no te toman el pelo. Cuando leas disfrutarás de lo está escrito en los papeles y los libros. Ah, y algo más importante todavía: elegirás y sabrás distinguir sobre lo que otros te dicen. No hay que escuchar y leer para dar la razón a nadie, sino para tener pensamiento propio y disfrutar de lo leído. Entonces te darás cuenta de que los demás atienden a tu criterio. Me da igual si me engañan o no, nadie nos salva, insiste Stefano, cada vez con menos argumentos. Pietro lo advierte. Malo es que esperes que te salven otros si no lo intentas tú, y el primer paso es rechazar la ignorancia. ¿Crees que lo que nos pasa a nosotros solo ocurre aquí? No, sucede en el mundo entero, Stefano, en el mundo entero.







miércoles, 2 de diciembre de 2020

Estoy en Diciembre hacia 1200, y Antelami me lo recuerda

 




Y ayer de pronto me di cuenta de que tocaba podar las vides. Dejarlas lo más recortadas posible para que el suelo las sintiera suyas de nuevo. Para que las yemas reposen durante todo el invierno. Y estos viñedos, ¿de quién son?, me preguntó el pequeño Francesco. De quien es dueño del suelo, le dije secamente. Y el suelo, ¿de quién es?, insistió. Quise responderle que del señor, de los obispos y de los monjes, pero también incluso de los que de pronto llegan veloces desde otros territorios arrebatando los bienes, y se apropian de él por un tiempo...o para siempre. Pero me lo pensé. El suelo es de la tierra y todo lo que la nutre está en él, contesté al chico liándole más. Pero Francesco de tonto, nada. Eso ya lo sé, pero los frutos se lo llevan siempre otros, por eso le pregunto, padre, de quién es. Me sequé el sudor. Tú poda o, mejor dicho, aprende a podar, y calla. Fue lo único que acerté a decir. ¿Qué podía decirle?



Benedetto Antelami esculpió en altorrelieves los meses de los trabajos y los días de su tiempo para el Baptisterio de la Catedral de Parma. Antelami está en la frontera de dos estilos artísticos, y la iconografía camina ya hacia un nuevo salto. En los rostros de los personajes del calendario ves huellas anteriores que identificas: miradas griegas arcaicas, testas romanas. No obstante se dotan de expresiones acordes con los oficios y las tareas. Los cuerpos adquieren un movimiento más activo y dinámico,  inédito en los siglos anteriores de la Edad Media. Las figuras se van soltando, podríamos decir. Y las vestimentas y los útiles para laborar consiguen un efecto preciso y detallado para reconstruir el momento. Cada figura humana fue acompañada del signo del Zodíaco correspondiente, aunque algunos hoy día están desaparecidos. Admiro y me embeleso con el Calendario de Antelami.  Por eso he vuelto al año 1200, brindando la imagen que reproduce el mes de Diciembre. 


lunes, 30 de noviembre de 2020

La escalera de los mortales

 



...Y halló un lugar apacible el hombre, y agotado por su busca decidió descansar, pues no hay otro cansancio mayor sino el que causa el agobio por no obtener los frutos de la búsqueda;

Mas se quedó traspuesto, y en el sueño se vio ascendiendo peldaños que no tenían fin, o cuya cima se perdía entre las nubes;

Y en su arrebato pensó que entre las nubes podría estar el territorio que tan tenazmente había perseguido, y aquel acicate que él sospechaba real, como solo los sueños saben describir la realidad, le empujó al esfuerzo y se vio recompensado, pues a cada paso que subía por la escalera más desbrozado le parecía que quedaba el campo de nubes;

Y sin embargo la ascensión no tenía fin, y cuando creía ver la extensión de una nueva tierra o vislumbrar el encuentro con hombres nuevos un despliegue de cúmulos entorpecían su visión nuevamente;

Y comenzó a dejarse tomar por la desesperación y se vio tentado a resignarse ante el infortunio, y en su abducción reflexionó: ni siquiera en sueños me es dada la capacidad de llegar a alguna parte, ni de encontrar a personas que se encarnen conmigo, ni de lograr encontrar un sentido a lo vivido;

Y a punto estuvo de quedarse paralizado en uno de aquellos escalones, y entonces miró en los dos sentidos, y le entró congoja, pues no alcanzaba a ver nada en lo alto, y había perdido también la referencia de cuanto dejaba tras de sí, como si todas las nubes del universo le hubiesen cercado; 

Y su pecho fue un clamor: ¿he llegado hasta aquí, sin saber si es aún medio camino o si estoy a punto de concluir la subida? ¿No hay nadie al otro lado de esta opacidad que ni me procura conocer ni me permite recordar?

Y el hombre calló, tratando de escuchar alguna voz que le indicara qué hacer, pero el silencio era absoluto, y cuando se veía ya extraviado del todo, condenado a no llegar a parte alguna, torturado por la pérdida de cuanto había dejado atrás, se oyó a sí mismo diciendo: no debí haber elegido ninguna vertical, pues yo pertenezco al mundo de los hombres horizontales y el único sentido de mi vida está en permanecer con ellos hasta el fin de mis días;

Y entonces la escalera desapareció de pronto y sus pies sintieron la tierra dura, que le pareció amable, y la piel fue azuzada por el viento penetrante, que lo sintió providencial, y contempló el paisaje abrupto y gélido del invierno. que consideró una bendición.




*Nota. Agradecido quedo al estilo del traductor Casiodoro de Reina, que no solo transmitió en su castellano del siglo XVI significados simbólicos, sino también significantes lingüísticos.


(Escultura de Liliane Caumont)


viernes, 27 de noviembre de 2020

Propuesta de Día de Acción de Gracias en España

 




Ayer, al escuchar en noticiarios que los pobladores del vasto territorio que va desde la región de los Grandes Lagos y Alaska hasta el Río Grande, más el archipiélago del Pacífico Norte, celebraban su ritual de Acción de Gracias, se me ocurrió que podíamos incentivar también la idea en España. 

Se lo conté a Max. ¿Otro Halloween de importación que maldita la gana?, saltó mi amigo. Estás de guasa. Yo le repliqué que no pretendía importar nada que no fuera ya secular en los territorios que pisamos. O que, en todo caso, importaría una idea: la del agradecimiento, algo que parece que hemos perdido, y no sé si más con la pandemia. ¿Rescatando también la cena con pavos?, se me vino arriba Max. Eso es lo de menos, dije. Se lo podemos dejar de libre elección a cada uno de los territorios taifas, porque lo que importa es la intención. Max ya se acaba mosqueando conmigo. ¿Y cuál es la intención?

Pues mira. Si los de USA festejan la llegada del Mayflower nosotros que somos muy plurales desde la Antigüedad, con barco y sin barcos, podríamos tomar nota. No estaría mal que nos propusiéramos nombrar un día al año para celebrar la llegada sucesiva desde los primeros tiempos de la Humanidad de tantos humanos procedentes de lejanos territorios que fueron aportando caracteres físicos y poco a poco cultura. Y haciéndonos lo que somos. Miles de años nos contemplan, ¿no? Y así me refiero a recordar y honrar al Homo Erectus, al Homo Antecessor, al Neanderthal, al Sapiens, a los Celtas, a los Tartessos, a los Fenicios, a los Griegos, a los Cartagineses, a los Romanos, a los Germánicos o Bárbaros, a los Árabes...etcétera. Lo diré de otro modo: hemos tenido un montón de Mayflower,  a pie y con remos. Bueno, matizo: esta tierra meridional ha acogido generosamente, hubiera individuos de la especie o no, a cuantos humanos llegaron buscando supervivencia. Ayer me pasé el día imaginando cómo podríamos celebrar las mezclas y aconteceres, y eso que soy reacio a fórmulas litúrgicas y de efemérides. Pero ya ves.

Max se ha quedado boquiabierto. Luego dice, apoyando su rostro barbudo en la palma de la mano: La verdad, y mira que me da rabia darte la razón alguna vez, es que motivos tenemos de sobra en este país para la Acción de Gracias plural. Pero somos tan desagradecidos que a nadie se le ha ocurrido. Claro que si prospera tu propuesta, ¿sabes lo que dirían los patriotas y los mediáticos? Sí, lo sé, le corto. Que estamos copiando a los americanos. Pues eso.



(Mosaico romano del Museo del Bardo, Túnez)


jueves, 26 de noviembre de 2020

Dios ha muerto

 



No es cosa de Nietzsche, no. Los medios periodísticos lo dicen hoy. El País dedica siete páginas, ¡siete!, a la muerte de un dios. Otros medios hablan de la muerte de un inmortal, de un héroe, de un genio, de un artífice. No hay palabras suficientes -debe ser la competición mediática por encumbrar a un individuo y llevarse a la audiencia o al lector como se lleva el gato al agua-  para sublimar y elevar a alguna clase de Olimpo al personaje difunto. Joseph Campbell, exhaustivo y entregado estudioso durante toda su vida de los mitos y las creencias humanas lo entendería muy bien. Lo actualizaría. Los mitos de la Antigüedad perviven bajo otras formas, diría. Acaso arriesgara: en la medida en que los valores de una sociedad se modifican también mutan los significantes y los significados. Los humanos siguen generando mitos a la imagen y semejanza de sus insuficiencias o de sus carencias, que es tanto decir de sus necesidades. Dios, o cualquier demiurgo al uso, es una categoría humana, un status mental, una composición psicológica incluso. Bien, no es mi intención ahora meterme en cuestiones teológicas o cosmogónicas. Afortunadamente, además, la física y la química han avanzado mucho, es decir, la ciencia. Mi pregunta ante esa abundancia de páginas que hoy se marca el negocio mediático, y que no gastaré tiempo en leer más allá de un epígrafe que otro, y muy de pasada, pues hasta los titulares de la prensa me abruman hoy día, es: ¿Competirá en el mundo etéreo, metafísico y trascendental el fenecido personaje del día con otros transustanciados o de ficción que habían alcanzado la cima más alta de la imaginación humana? Mientras, tres días de luto en Argentina y toda Argentina llorando, dicen. ¿Toda? Y el mundo entero conmocionado, dicen. ¿Todo el mundo? Ay el culto y la fe en los dioses. Cuánto abandono y dejación de las cosas importantes de cada día, de cada colectividad y de cada individuo no producen. Y luego se quejan los humanos de que viene el tío Paco con la rebaja.




lunes, 23 de noviembre de 2020

Habla una pequeñaja desde su escondite

 



No me ven apenas, pero yo puedo verlas a ellas. Soy tan pequeña que no me prestan mucha atención. Tú juega, me dicen cuando trato de que me hagan caso. Ellas siguen a lo suyo. Pero yo las veo. No tienen conmigo muchas palabras. Las justas y ni una más. Vete a buscar a la niña de la casa de enfrente. Dale la lata a la vecinita. Ellas parlotean mucho entre sí. Yo las escucho. Aunque no entienda todo cuanto dicen. No se llevan mal, pero pasan de la complicidad tranquila a la disputa. Creen que no me entero. Hago porque no se enteren. Me aparto pero ando siempre cerca. No me ven porque la ventaja de ser una pequeñaja es que una puede esconderse en un rincón en penumbra o tenderse junto a la puerta corrediza. Me gusta abrir un poco la fusuma y ver los movimientos de mis hermanas mayores a través de la rendija. A veces me conformo con adivinar sus pasos o imaginar sus gestos. No sé por qué se empeñan en llevarse la contraria. Una, disimulando su inquietud porque no acaba de volver su amoroso guerrero. Otra obcecada en ver el mundo desde los relatos. No sé aún leer ni escribir. Cuando sepa querré leer sobre las aventuras que una de mis hermanas lee y acaso también escribir al guerrero que nunca acaba de llegar a verme. No tengo prisa. 

Espiando a mis hermanas voy enterándome del mundo de los mayores. Con mi amiga y su hermano, que son casi de la misma edad, nos traemos confidencias. Ellos siempre me piden que les hable de lo que veo. Entonces yo les cuento eso y más, porque me gusta imaginar, y al final tengo la sensación de que les he estado contando otras historias diferentes de las que hay en casa. No sé si obro bien o no, pero los tres estamos tan entretenidos. El otro día al hermano de mi amiga le nombramos samurai. Incluso le vestimos con unos pliegos grandes de papel de arroz. Pero luego no supe seguir la historia y ellos tampoco porque nadie acertaba a saber en qué consistía eso de esperar a un guerrero y menos de que te ame un guerrero. Para no aburrirnos yo aproveché para mostrarles un libro de los que le traen a Aiko. Si se entera de que se lo he cogido sin permiso me la busco. Nos quedamos desconcertados por las ilustraciones que aparecían en el libro. Una vez oí que Aiko decía a Seijun que los grabados de algunos libros eran de un pintor importante de Edo que tenía varias mujeres. Pasamos las páginas deprisa y con nervios, tan pronto para adelante como para atrás. Cuántas risas y qué vergüenza. Luego los tres amigos pactamos secreto.   



De algo parecido se habla en esta entrada de Chitón.

https://ehchiton.blogspot.com/2020/11/las-hermanas.html


(Grabado: Yama-uba y Kintaro, personajes mitológicos ilustrados por Kitagawa Utamaro)


viernes, 20 de noviembre de 2020

Leer a Francisco Brines, el mejor premio para el autor y para el lector

 




"Yo sé que olí un jazmín en la infancia una tarde, y no existió la tarde".

Francisco Brines, Desde Bassai y el mar de Oliva.


Certificar la existencia a través de los olores, por ejemplo. Que no de las horas ni de los días ni de las estaciones. ¿Qué confirma lo vivido? ¿Un calendario o las sensaciones? La memoria, se dirá. Pero la memoria, ¿acaso está hecha de fechas cuya cronología se perdió? El recuerdo está alimentado de imágenes que los sentidos han resguardado con una sabiduría biológica en lo más impenetrable del corazón del hombre. Pero ¿cuántas de aquellas imágenes visuales u olfativas, entre otras, existieron más allá de nuestros sueños?

¿Felicitar solo a Francisco Brines por su Premio? Felicitar a Brines por su obra. 



lunes, 16 de noviembre de 2020

Cuentos indómitos. De otro tiempo, de otro lugar, de otros habitantes

 


Cuando el tiempo pasa, el lugar no es el mismo, Jacinta. Y los lugares que ocupamos lo fueron por tan poco tiempo. Tengo otra vida anterior a la que se me conoce aquí. Una vida lejana, con gente diferente, con conductas dispares, con intenciones opuestas a lo que ahora represento. En una tierra extraña a mi origen, pero que mientras la habité me enseñó a que nada me fuese extraño. Eran tiempos duros y yo era demasiado blando. ¿A que no se lo parezco hora? Jacinta sonrió y le replicó con ternura. Yo no le veo blando, diría mejor que frágil cuando me habla de sí mismo. Ordóñez prosiguió. Mi apariencia es una coraza. No deseo que cualquiera llegue fácilmente a mí, pero necesito protegerme no tanto de otros hombres o situaciones como de mi pasado. ¿Sabe, Jacinta? Íbamos a salvar el mundo, a redimir a los cautivos, a liberar a los esclavizados, a socializar lo usurpado, a realizar a los alienados. Íbamos en un sentido y éramos en otro. Nunca llegamos sino a quedarnos a menos del medio camino, como si los primeros versos de la Comedia del Alighieri hablasen por todos nosotros. Como si nos fueran mostrando lo perdidos que nos hallábamos o a punto de tomar la senda equivocada. Pero ¿quién tomó en aquel momento el camino recto? ¿Los que se dejaban llevar por la inercia, los que aceptaban lo que había, los que se adaptaban sobre la marcha, los oportunistas, los sagaces, los mansos de corazón que iban a heredar el sistema? ¿Había un camino revelado, derecho, nítido? No para nosotros los utópicos. Creíamos quererlo todo. Querer ser más responsables y profundos que nadie, más radicales y transformadores que nadie, más entregados y sacrificados que nadie. Perseguíamos la hermandad, la ruptura con las normas, el reparto y compartición de bienes, la complicidad sexual, la adoración a las grandes ideas de las que los gurús nos contaban que habían modificado el mundo. Qué sabíamos nosotros de lo viejo que era el mundo. Qué conocíamos de las viejas conquistas, las recurrentes plagas, las necesidades y padecimientos de la humanidad, los constantes desplazamientos en masa, los repetidos sometimientos que habían llevado durante siglos a las poblaciones al matadero. ¿Acabar con todo para no saber ni poder empezar nada? 

La mujer le escuchaba fascinada, entendiéndole a medias, sin situar si aquella vida del juez había tenido suelo bajo sus pies. No le importaba, prefería escuchar sus experiencias, ya habría tiempo de pedirle aclaraciones. Ordóñez extrajo un sobre de la cartera.  Le he traído una fotografía que nunca me atreví a romper. Ya ve hasta qué punto es uno frágil. Una fotografía que me sugiere tristeza. La chica rubia traía locos a los más veteranos. Era ingeniosa y sabía marcar el territorio. Las otras eran un clan, simpático y divertido, dentro del clan general que éramos todos. Sobre quién iba de ideólogo del grupo no le voy a decir nada, no tiene mayor interés, competían entre varios, algo que me sacaba de quicio. Como advenedizo yo tenía libertad y cierta autoridad moral para decirles lo que me parecía de aquella pugna por la confusión de las ideas y el control de la grey. Pero me propuse no dejarme afectar. Al fin y al cabo observé que bullía más inteligencia y menos encorsetamiento entre las mujeres. Procuré tratarlas más a ellas.

El juez tamborileó con el dedo sobre un ángulo de la fotografía. Celine, que sonríe desde un rincón, me dijo una vez, interrumpiendo la complicidad cálida de cierta tarde de invierno: de todo esto en lo que estamos metidos intuyo que no quedará ni el recuerdo de nuestros encuentros. Entonces yo sentí una frialdad dual, asesina, como si la frase quisiera decir mucho más, y mi visión de las cosas era todavía tan miope que me turbé pensando solo en mi egoísmo personal. En que simplemente me anunciaba su abandono. Pero era otro abandono más extenso el que se veía venir. A una velocidad superior a todo el tiempo que habíamos dedicado a cavar las trincheras de la resistencia para iniciar un asalto a no se sabía bien qué y dónde se vislumbraba ya la deserción, la defección, las rupturas, las divisiones, el desconcierto. La parálisis, en fin. La mística colectiva, alimentada para que el flujo de juventud se nutriera de esperanzas e ilusiones, empezaba a hacer agua. De mística no se vive, ni hay futuro con las ideas que no van a ninguna parte, y los soberbios dirigentes no van a dar respuestas, me espetó Celine un día mientras, para mi desgarro, escapaba en una renqueante Guzzi con uno de los líderes de la manada que, por cierto, aceptó una secretaría de ministerio años más tarde. 

Ordóñez hizo una parada y permaneció pensativo. ¿Por qué le estoy contando esto ahora? ¿Qué interés pueden tener para usted oscuras historias de la vieja Europa vistas y vividas por un transeúnte inexperto? Jacinta rebajó la tensión que observaba en el hombre. Es un mundo desconocido para mí y que veo que a usted le impactó, y si me lo cuenta es porque necesita reflexionar en voz alta, ¿no le parece? Y además eso es lo que me gusta escuchar, que sean historias que usted vivió. El juez no prestó mayor atención. A muy pocos he llegado a ver tras los días de la dispersión. Unos cuantos padecieron el dolor de la frustración, con las secuelas propias de aquella época. Hubo algún que otro suicidio, varios casos psiquiátricos, ciertas adicciones a lo artificial de moda. La mayoría quedamos como una masa huérfana, incrédulos para la eternidad, y creo que fue lo más saludable que cupo esperar. Yo no tardé en volver a casa, no sin antes tratar de aliviar heridas aplicando la más arriesgada de las curas. Y no funcionó. Por eso fue estúpido, aunque también enternecedor, y llámeme de nuevo débil, recordar hace poco con Celine algunas de aquellas aventuras. No había hablado con ella desde la fuga. Qué bueno, ¿se llamaron?, interrumpió Jacinta perpleja. Ordóñez rio. Ella dio con el teléfono del juzgado, ignoro qué gestiones realizaría para satisfacer su interés. Creo que intentaba conmigo algo más que recordar. Te siento tan maduro, sigues teniendo firmeza al hablar, te percibo cálido, es como si no hubiera pasado el tiempo, seguro que te conservas como siempre, etcétera. Dejó caer esa clase de frases que se dicen por formalismo pero también con aviesa intención. Fui salvaje y se lo solté canónicamente. Celine, debes saber que hace tiempo que dejé de creer en el amor, como antes dejé de creer en todo aquello que se nos ha vendido en esta vida con solemnidad. Si ya cuando me conociste era un negado de la religión, luego seguí con el rechazo a la mística de los copains que tanto nos había marcado. Más tarde me desalentaban los comportamientos de muchos humanos y por supuesto las trampas que tienden cuantos tratan de acceder a alguna clase de poder. Celine, creer no es razonar, es tomar el rábano por las hojas. Imaginé la sonrisa melancólica de Celine al otro lado de mis palabras. Visualicé cómo hundiría el rostro entre sus afilados y espléndidos dedos. Luego reprimí como pude ir más allá en una visualización de toda su esbeltez por temor a que me perturbase. Además, habría cambiado tanto. Pero ya se sabe que uno mantiene a las personas tal como las conoció  en los mejores momentos de la utopía. El amor, y usted, Jacinta, lo sabrá igual, también es un acontecimiento utópico que  produce un fogonazo y nos ciega para siempre. Al fin añadí: y además no quiero arrepentirme dos veces.




sábado, 14 de noviembre de 2020

Sei y yo, un reencuentro

 


Conozco a Sei desde la escuela. Hacía años que no la veía porque me emplearon para servir a un señor en Kameido y no había vuelto al pueblo de origen. Al reencontrarme con ella se hace la despistada. ¿Eres el mismo de siempre o te he soñado?, me espeta de pronto. Ambos somos los que somos pero tal vez no los que fuimos, se me ocurre responder. Y Sei: es lo que tiene el mundo de los sueños, en donde una vez puedes ser tal y otra vez cual. Cuando añadí que lo bueno que tienen los sueños es que los personajes que conocimos se reencarnan como si no hubiera pasado el tiempo ella afirma, pero no obstante insiste: no sé si eso es bueno o es malo. También sucede con los que murieron, y ahí están vivos y más solícitos que nunca. Aprovecho: es de agradecer soñar con los muertos tan vivos, ¿no crees? Sei: y a ellos les gustará saberlo. ¿Les gustará?, corrijo. En los sueños los que se fueron lo agradecen todo, a mí me lo han dicho. Como la conozco la entiendo, sé que habla y no habla al pie de la letra. ¿Sigues llevando cuanto sueñas a lo que escribes? Sei echa para atrás la cabeza. Para que los sueños no acaben en la noche tengo que abrir el día a mi escritura. Cuéntame uno de los últimos, Sei, como hacías en la escuela. Puesto que has venido y me has reconocido, entonces te contaré uno dramático, ofreció ella.


Y el sueño aparece en Chitón, ver:

https://ehchiton.blogspot.com/2020/11/utamaro-sueno-de-la-escribiente.html


(Grabado de Kitagawa Utamaro)

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Cuentos indómitos. La contemplación

 




"El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?"

Umberto Eco, Apostillas a El nombre de la rosa.


Ella se dejó mirar. Al alejarse intuyó la mirada correcta, pero sutil e incisiva, del juez. Como cualquier mujer no dudaba de que al volverse de espaldas sería observada por la curiosidad insaciable del macho. Para qué evitarlo. Ser observada con algún tipo de interés, sin desdeñar el lascivo, la enorgullecía. ¿Cuánto tiempo hace que no me fijo si me miran con especial inclinación?, pensó. Se movió lentamente, haciendo que buscaba algo. Se quedó parada, como si de pronto dudara dónde encontrar aquello que buscaba. En el ejercicio de simulación enderezaba su cuerpo, adelantaba una pierna, expansionaba sus hombros, se ponía las manos en la cintura, expulsaba hacia atrás su cabellera zaína. Saboreó su propia coquetería, prolongando la escena. Luego hizo ademán de volverse hacia Ordóñez, simplemente para pillar su gesto y tantear su actitud. Pero se encontraba tan feliz en aquella interpretación que no deseaba concluir sus poses y supo que sobre todo quería dejarse admirar. ¿Puede ser admirada una persona por un mohín, una contorsión delicada, un silencio estudiado, unos zarandeos de sus pies sobre un espacio mínimo del suelo?, volvió a pensar con entusiasmo. Ser mirada es simplemente notar que es recorrida por unos ojos. Ser admirada es percibir algo más. Un tacto cercano, una palabra en ciernes, un signo que recorre el aire. No son solo los sentidos más obvios los que se exponen para trazar la distancia de los objetos. Es sobre todo la propiedad oculta con que una persona se siente afectada por otra. Las ideas se le acumularon de pronto, generando dentro de ella un discurso confuso. Y de pronto, Jacinta puso fin a su exhibición.

Juez, ¿no le ha parecido extraño el escrito que ha leído?, exclamó volviéndose de sopetón hacia él. Ordóñez pareció salir de un embobamiento. Es un texto raro, sí, farfulló. Cuidado que he leído en los procedimientos judiciales mensajes difíciles y retorcidos, en cuanto a la envergadura de lo que trataban, pero simples y claros a la hora de ser expresados. Pero este que me muestra no sé encajarlo. Será que no tiene encaje, dijo Jacinta. Yo diría que el que lo ha escrito navega entre sueños y deseos, arriesgó el hombre. Pues a mí se me ocurre que lo hace entre el delirio y la pasión, o acaso es lo mismo, pero mucho más intenso, precisó ella. A ambos les entró la risa a la vez. Ordóñez: Me convierte usted en crítico literario sin pretensiones por mi parte, naturalmente, pero me parece usted más aguda en su juicio. Jacinta hizo un gesto de quitar importancia a aquel calificativo. Luego se explicó. Entiendo poco de escritos, pero comprendo algunos. Incluso con los más difíciles, si tienen algo que decirme, me esfuerzo para captarlos de cabo a rabo, simplemente porque hay algo, la intuición tal vez, que me facilita la lectura. Otras veces pienso, subrayó, que yo me encuentro de algún modo dentro de lo que cuenta un relato y que, aunque no logre explicármelo, me vinculo de tal manera que no soy la misma una vez leído. Eso me recuerda, interrumpió amable el juez, la época en que me iniciaron en lecturas en aquella estancia de primera madurez en Europa. La mujer olvidada casi me extorsionaba, aunque de manera divertida. Me entrego a ti, decía jocosa, si te lees esto. Y me ofrecía una novela que ella aseveraba que era rompedora. Ya ve, Jacinta, uno leyó por amor. Por la satisfacción del amor, diría yo, exclamó la mujer cortándose. Jacinta se dio cuenta en ese instante que él podría interpretar como una indirecta el escrito que le había ofrecido.   

Ordóñez lo advirtió y desvió la conversación para evitar tensiones. Parece que alguien de su entorno tiene afanes escribientes, ¿no cree? Alguien imaginativo que quiere dar rienda suelta a un escritor que llevaba dentro desde siempre pero al que había contenido. O tal vez un ser imaginativo que busca situaciones ficticias en su cerebro más recóndito para huir de un presente que no le satisface. Suele pasar. Y Ordóñez se dio cuenta entonces que le venían a la mente razonamientos que la mujer de París le había hecho, aquella mujer experimentada y comunicativa. Se lo dijo a Jacinta. No hablo por mí mismo, las circunstancias me han recordado otras ya olvidadas. Ya ve. En ocasiones hay segundas vueltas en la vida. De ahí que sufrir en exceso cuando se ha perdido una relación no sea saludable. Útil tampoco. Hay que evitar que los recuerdos se alcen como un muro. ¿Quiere decir que el muro negro ante el que nos encontramos cuando hay un padecimiento irremediable se puede derribar fácilmente?, le interrumpió ella. Ordóñez se encogió de hombros. Fácilmente no sé, eso depende de cada cual. En mi caso la facilidad vino de mano de mi retorno a Asunción. Pero a punto estuve de quedarme en tierra. Volviendo al texto que me ha dado a leer, y que aún estoy digiriendo. ¿Tiene más? Jacinta dudó en la respuesta. Optó por una salida salomónica. Hoy ya le he cansado bastante con el escrito y con lo que hemos hablado, pero buscaré otros. Tal vez otro día...Es curioso, musitó el juez. A nuestra edad hablar del tiempo que transcurre y de la sensación de perder que hemos sufrido parece ser una constante. Pero, ¿cuál es lo que más nos zahiere con obsesión? Acaso no haber hecho las cosas con sentido, no haber sabido nutrir la ilusión. Ya sé que parece que eso es propiedad de jóvenes o de quienes se inician en la madurez. Peor es perder la vida de repente, soltó Jacinta tratando de hallar consolación. Entonces es cuando todas las posibilidades se han venido abajo definitivamente. Ordóñez sonrió en corto. Por supuesto, afirmó sereno. Será que la pérdida más latente dentro de uno es lo que no se hace, lo que se anhela pero no se ha llegado a tener. Jacinta le percibió amargo. Tener siquiera algo a lo que aferrarnos es un tesoro, ¿verdad, juez? Lo triste es que incluso teniendo lo necesario, lo que nos da seguridad y calma, también nos parece poco. ¿Volvería usted a París?




(Fotografía de Isa Marcelli)

domingo, 8 de noviembre de 2020

Verdi, el Himno de las Naciones, Jan Peerce y las santas narices de Toscanini. Dedicado a los que por la puerta asoman si es para bien


 



Los ciudadanos demócratas estadounidenses bien se merecen que rescate una interpretación antigua. Parece ser que para la Exposición Internacional de Londres de 1862 encargaron a Verdi una composición que expresara la unificación italiana y el reconocimiento hacia otros países europeos. Entonces Verdi compone una cantata a la que denomina Inno delle nazioni. En ella Verdi incluye variaciones de los himnos francés, inglés e italiano, se apoya en un coro y en un solista, y dibuja un canto excelso a la fraternidad y el entendimiento. Pues bien, en 1943, en plena y sangrienta Guerra Mundial, el exiliado Toscanini dirigió una interpretación, dentro de la mística y solemnidad que en aquel momento -como casi un siglo antes se había manifestado al componer Verdi el Himno- requería la situación. Mientras, la guerra de los cincuenta millones de muertos y del holocausto proseguía en territorios mundiales. Toscanini puso su añadido en la composición: introdujo el The Star-Spangled Banner y la Internacional. El coro es el Westminster Choir College y la orquesta la Orquesta Sinfónica de la NBC. La voz solista, el tenor Jan Peerce. Observar la entrega de Toscanini, con su canturreo y la agitación rítmica y ordenada de su batuta, emociona.

Anécdota posterior: al llegar la guerra fría entre la URSS y los EEUU, en Occidente se censuró la parte en que debería haber sonado la Internacional. En fin, que los cantos sublimes a la fraternidad y el progreso de las naciones en ocasiones han acabado en flor de un día. Pero siquiera por felicitar a los ciudadanos demócratas de los EEUU al echar al inquilino de la Casa Blanca bien merece la pena rescatar un impactante Verdi -Verdi siempre será Verdi- y una interpretación poderosa. Aunque parezca un estilo desfasado y lo escuchemos hoy con escepticismo, si no con incredulidad. Situemos la composición en sus dos tiempos históricos, pues el de estos días está por escribirse. De momento, expectantes ante aquellos que por la puerta asoman, si es para bien del mundo.





sábado, 7 de noviembre de 2020

We the People of The United States...

 







Mirando estas fotografías, y dando por hecho que uno conoce poco de aquel extenso territorio que va de costa a costa oceánicas, y de Alaska y los grandes lagos al Río Bravo, aclárenme si así, a primera vista, ha cambiado algo. ¿Será que sigue en pie aquella vieja conquista, en gran parte genocida, del legendario Oeste? ¿O ahora todo es allí Oeste? ¿Qué pensarían los padres fundadores acerca de esta neodemocracia de las armas a la que muchos se aferran en el siglo XXI para utilizarlas contra sus propios conciudadanos? Ay de la carta fundacional de Thomas Jefferson y otros, aquella que dice: We the People of The United States...qué riesgo corre en estos momentos. "Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, con el Fin de formar una Unión más perfecta, establecer Justicia, asegurar la Tranquilidad interna, proveer la defensa común, promover el Bienestar general y garantizar para nosotros mismos y para nuestros Descendientes los Beneficios de la Libertad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América." Etcétera. Ojalá no se les logre a los energúmenos. Porque todo lo que pactan los principios constitucionales podría irse al garete. Y sabemos que ese people of the United States -¿o solo una parte, acaso la mitad?- es mucho más constructivo, más razonable y más demócrata que aquellos cuyo lenguaje solo se expresa con el de sus fusiles de precisión y su exhibicionismo macabro, mientras se miran en el espejo de un presidente...(que la Historia ponga el calificativo adecuado)




(Fotografías de archivos de internet y de prensa de estos días)

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Cuentos indómitos. La rosa del desierto

 


"A veces, inmerso en sus libros, le venía a la cabeza la conciencia de todo lo que no sabía, de todo lo que no había leído y la serenidad con la que trabajaba se hacía trizas cuando caía en la cuenta del poco tiempo que tenía en la vida para leer tantas cosas, para aprender todo lo que tenía que saber".


John Williams, Stoner.



Ordóñez, ¿cree que alguien que no haya viajado puede escribir como si lo hubiera hecho? El juez la miró con sorpresa. ¿Era acaso él capaz de responder a aquella pregunta extraña, sobre un tema que apenas conocía? Lo digo, prosiguió la mujer, porque he hallado papeles en las carpetas de mi marido con descripción de lugares y personas que me recordaban libros de aventuras que leí hace mucho. Algunos escritos eran sueños, otros recuerdos, muy extraños todos, y cuya comprensión se me escapaba. Jacinta ocultó al juez la procedencia real de aquellos papeles. Ni siquiera ella misma estaba segura si correspondían al agrimensor, que se había guardado para sí Pallarés, o si eran fruto de alguna experiencia desconocida de este o de la imaginación febril que solía desatar en ciertas crisis de su vida. 

Mezclados y arrugados, sin un orden temporal aparente, Jacinta los había ido leyendo no una sino varias veces, sin entender si el autor se refería a hechos verídicos o se trataba de invenciones. Había oído contar a sus abuelos que a veces los hombres alientan fantasías y escriben y cuentan sobre ellas para sobrellevar las dificultades. O bien para hacer creer a otros que sus vidas no han estado vacías y que lo vivido humildemente también es una crónica útil para generaciones nuevas.  Aquellos pliegos escritos, unos a mano, otros con una underwood de letra machacada, ofrecían pequeñas historias sin vínculo a primera vista. Me gustaría que leyera alguno, Ordóñez, dijo la mujer mientras compartían un mate. El juez hizo un gesto de aceptación, extendió la mano. Los dedos de ambos se rozaron al tomar la hoja de papel, sin que ella acabara de soltarla ni él se decidiera al tomarlo, como si en aquel gesto de entrega quedará en suspenso una lectura que no precisaba de las letras. Mire, lea esto, insistió Jacinta, y dígame luego cómo debo entenderlo, si como el relato de un ser vivo que recuerda o como un soñador que se ve  privado de experiencias y viajes y los finge. Y el juez comenzó a leer.

"Cómo fue aquel acabar en un paraje agreste, donde no obstante lo accidentado del terreno dejó que se solazara el cuerpo del viajero, agotado este por el tránsito sin sentido, la tensión natural que no cedía nunca, las horas atropelladas, la mezcla de lenguas que solo las ciudades del desierto saben exponer y que todos los habitantes del oasis logran entenderlas, y entretenido en el inevitable ocio de la espera el joven mercader, aprendiz aún de las artes de los negocios cambiantes, se distraía obteniendo la belleza de las rosas del desierto, aquellas maclas expuestas a propósito por las corrientes desconocidas que el mundo mineral diseña para las ciudades subterráneas, rebuscando en ellas un principio que no lograba desentrañar, y al tacto cortante de aquel abigarramiento de pétalos, finos cristales de los que podría decirse que fueron paridos al unísono, destinados a mirarse entre sí, a multiplicarse como si se repitieran en idéntica medida y textura, y a la caricia arriesgada que el joven ejecutaba con sus dedos sobre las aristas ocres, era como si la rosa misma se conmoviera, él sentía el palpitar de la roca escondida, de las láminas de fuego que se protegen unas a otras, y desde la piedra misma partículas de arena gimoteaban incesantes a cada deslizamiento de unas yemas ásperas, curtidas por el sol y agrietadas por la temperatura hosca de las noches, y entre las uñas del hombre de paso se sedimentaba la sustancia lítica desprendida, fue en ese contacto con la rosa del desierto donde perdió su propia noción humana, y de las palmas de la mano fueron surgiendo trizas desprendidas, crecidas por una humedad oscura y áspera, las uñas laceradas y retráctiles, erosionadas por vientos oscuros, y al cerrar con lentitud el puño tuvo un latigazo de pavor, placentero por lo que tenía de misterio, doloroso porque temía no volver a ser como antes de perseguir las profundidades en su afán curioso, atormentado por buscar la fuente impenetrable que le acogiera cada vez que su desazón le agitara desesperadamente, y supo entonces que al proseguir el viaje, a cada ataque de fragilidad, él cerraría el puño, consciente de que contenía la rosa hallada, la materia aromática, y que la transportaba al atravesar las dunas, bamboleándose al paso oscilante del dromedario, rosa que se desplegaba entre su carne aceda aunque, como una brújula del instinto que habría de llevar a todos los confines de sus viajes, en realidad hubiese quedado oculta y apartada en aquel caravasar". 

Ordóñez, cuando terminó la lectura, que demoró para atender bien a lo que en el papel se decía, no levantó la vista de repente. Fue elevando sus ojos como si ascendiera por una escalera hasta el primer peldaño. La mujer no quiso presionarle, se levantó y fue hacia un extremo de la habitación. Ordóñez contempló entonces con lentitud y cálida mirada la espalda de Jacinta, su estructura firme pero grácil aún, admiró los pasos bailarines que la rejuvenecían, y creyó por un instante, sin saber por qué, que aquella mujer que tenía delante era la que salía del relato confuso que había acabado de leer.


 

 Fotografía de Karen Paulina Biswell

domingo, 1 de noviembre de 2020

El nombre de Sean Connery

 


1. Podría ser un cuadro de Zurbarán. Luces y sombras componiendo un tenebrismo denso y dirigido a los pecadores y pecaminosos. Pero en la escena de esta película no hay un tenebrismo demoledor, angustioso, dramático. O solo la dosis justa, solo suavizada por el maestro y el discípulo. No representa tampoco las tensiones de un Barroco incipiente, respuesta del Trento reformador que ponía en orden a un sector del rebaño, pues el hasta entonces rebaño universal del representante de Dios en la Tierra había quebrado. El otro sector fue a pastar en otros prados, los del luteranismo y sus derivados. Esta imagen de un Zurbarán sin Zurbarán está situada un par de siglos antes, en una Europa también convulsionada, como ha sido toda su trayectoria, pero los personajes protagonistas de la novela de Eco, Fray Guillermo de Baskerville y su discípulo  Adso de Melk, mantienen el temple del destino que eligieron. La película ratifica el carácter de los personajes. Sabio y prudente el franciscano, frágil e iniciático el alumno. Turbulento el mundo monástico donde se desarrolla El nombre de la rosa, como si se estableciera un puente entre la época y sus conflictos y la vida interior de una ciudad de Dios. La talla de fray Guillermo ¿hubiera estado tan bien dibujada si el actor no hubiera sido Sean Connery? ¿Habría llegado la altura de esta interpretación a los espectadores si el papel lo hubiera encarnado otro intérprete? Son preguntas estériles. Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que hay mucha gente que no tiene inconveniente en ver de manera recurrente el film. ¿Es la trama policíaca? ¿La ambientación? ¿La época reflejada? ¿El misterio que se respira en cada escena? ¿La interpretación de todos los que intervienen en la película? De todo un poco, o de todo mucho. Pero sobresaliendo, ese actor de raza que acaba de morir con noventa años. Que la nada le acoja. Pues el monje de la rosa medieval o el agente secreto o el amante de Marnie o el padre del arqueólogo o el intocable o el bandido de los bosques, entre tantos personajes, le resucitarán siempre entre nosotros.



2. Un posible diálogo que me invento en base a la imagen:


ADSO. ¿Por qué se vive entre tinieblas, maestro?

FRAY GUILLERMO. No te dejes engañar por el ámbito en que vivas, Adso. Además solo vive en tinieblas quien lo elige. Y tú no tienes edad para sucumbir, como todos estos, a una visión opaca y cerrada de la existencia. Ni siquiera para que pienses en ello.

ADSO. Es verdad que si no fuese por usted yo no sabría en qué dirección encaminarme.

FRAY GUILLERMO. Todos hemos pasado por el principio, y en cualquier momento hemos atravesado circunstancias confusas, pero el saber no viene desde fuera por las buenas sino que hay que elaborarlo dentro de uno, como hace el maestro cervecero del monasterio con la destilación.

ADSO. ¿Ni siquiera viene de arriba el saber?

FRAY GUILLERMO. Adso, eso tienes que descubrirlo tú con el poder del razonamiento que te proporciona la mente y con la actitud que mantengas con cuanto te rodea.

ADSO. Pero yo pensaba, maestro, que los hombres...

FRAY GUILLERMO. Los hombres son parte del paisaje, y en muchas ocasiones son más difíciles de acceder que una montaña y más capaces de engullir que el océano.

ADSO. ¿No debo, pues, confiar en ellos?

FRAY GUILLERMO. También de ti depende. De tu capacidad observadora, de cómo sepas llegar hasta su alma y sobre todo de que estés prevenido contra el mal que tantos de ellos ejecutan, y cuya norma de conducta no saben enderezar.

ADSO. Pero hay personas afables y sinceras, maestro, aunque algunas que yo las veía así no se portaron luego bien conmigo.

FRAY GUILLERMO. Si analizas la naturaleza en general verás que no hay seres más contradictorios y capaces de comportamientos opuestos, tanto benefactores cual dañinos, como los hombres. Llegará un día en que tu olfato, que se basará en la experiencia, te indicará sobre la dignidad o indignidad de cuantos vayas encontrándote por la vida. Y conforme a ello sabrás tratarlos.

ADSO. Pero eso sucederá solo con la gente más analfabeta y miserable, ¿no, maestro?

FRAY GUILLERMO. Ay, Adso, pasa con ellos, sin duda, pero en cuántos de esa condición no los hay más decentes, sabios y verdaderos que los que están encumbrados y pregonando que saben e imponiendo sus leyes.   

ADSO. Entienda mis temores, maestro, y sepa que solo encuentro confortación en sus palabras. Pero, dígame, ¿siempre hay que pagar un precio por la vida? 

FRAY GUILLERMO.  La vida tiene mucho de transacción mercantil, y hasta qué punto que muchos solo saben hablar consigo mismos y con Dios poseídos de ese lenguaje. Pero la vida tiene que ser otra cosa.

ADSO. Cuanto me previene sobre los hombres lo agradezco, mas es para dar miedo, ¿no?

FRAY GUILLERMO. Por eso digo que vivir tiene que ser algo más y muy diferente. La Tierra es grande, de cerca y de lejos. No solo los territorios que no se acaban de alcanzar nunca sino la profundidades que hay en el cuerpo de los seres vivos deben ser objeto de nuestra atención. Y si es posible de  nuestra dedicación.

ADSO. ¿Quiere con eso decir que hay que conocer todo lo posible? ¿Que tras todas las cosas y manifestaciones hay una explicación? ¿Que solo conocer nos salva?

FRAY GUILLERMO. Así es, Adso. Y fíjate bien: no para conquistar sino para comprender. Y comprender es encontrar sentido a la existencia.


Etcétera, pero no quiero aburrir.



(Fotograma de la película El nombre de la rosa, de Jean-Jacques Annaud, basada en la novela de Umberto Eco)


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Y una interpretación del gran Pedro Iturralde (Falces, Navarra, 1929-Madrid, 2020), que también ha hecho mutis por el foro.