Al niño la curiosidad le empuja a hacer frente al misterio. Cualquier movimiento es un ejercicio de acercarse a lo desconocido. Saber qué hay más allá, lo interprete o no. Necesitará alguien mayor que él para aproximarse a una explicación que tampoco comprenderá del todo. O reservará para sí de modo sigiloso el encuentro con un desenlace, sea cual sea el objeto de su atención. El niño mira a lo que le intriga, pero en realidad se va asomando al futuro. Aún es muy pronto para que el futuro le responda y está lejos de saber -muchos adultos no lo saben del todo- que se pasará toda la vida preguntando, intrigado, porque un descubrimiento conduce a otro y no hay fin. Áupame más, pide el niño. Ignora que no va a tener siempre a alguien cercano que le sujete, que le levante, que le lleve de la mano. Y poco a poco tendrá que asomarse a fauces fieras o a bocas sonrientes. Sin que siempre llegue a saber con claridad qué hay de ferocidad en unas y de bondad en otras. Tendrá que asomarse a a agujeros, a entradas aparentemente fáciles y a cavidades de dimensiones ignotas. Desconoce también que no hay que menospreciar ninguna abertura, que la grieta más insignificante puede conducir a espacios desmesurados o que una gran entrada de cueva frustre su espacio interior unos metros más allá. ¿Cómo será la andadura del niño? ¿Se apoyará en otros? ¿Dará codazos y pondrá zancadillas para lograr algo? ¿O se las pondrán a él? ¿Tenderá sus manos débiles a otras manos colaboradoras? ¿Se mantendrá en equilibrio por sí mismo? ¿Le esperan agujeros, simas, campo abierto? Sin duda le saldrán al paso profetas de verdades incomprobables, falsos inductores, fanáticos que hablarán en su nombre y le prometerán alcances sin esfuerzo. ¿Sabrá situarse él ante tanto manipulador para no dejarse seducir por lo fácil? La curiosidad empuja al hombre que se va haciendo. Ojalá descubra el niño que no hay mayor triunfo de la curiosidad que obtener certezas relativas que amplíen su capacidad, que no la reduzcan, que no la limiten. La curiosidad del niño que ahora, distante de sus orígenes, porta ingrávida y estimulante en su madurez.
La ceremonia de ir descubriendo poco a poco la vida a través de la curiosidad. Un ritual necesario para ir creciendo de manera equilibrada. Por eso es tan importante que los niños puedan vivir su infancia sin traumas ni sobresaltos. A muchos se la robaron. Pienso ahora en esos a los que la vida les arrebató la infancia por culpa de abusos de los mayores, incluyendo la guerra, la miseria impuesta, las carencias de todo tipo...
ResponderEliminarSaludos, Fackel.
A muchos se las robaron, qué razón tienes, y hubo tantas maneras de hacerlo. Casualmente hace u rato leía esto:
Eliminarhttps://elpais.com/elpais/2019/03/20/ciencia/1553075120_826123.html
Saludos.
Muy bello y cierto. De todos modos disfruta al máximo del presente, del aliento puntual de una criatura tan cercana. Basta con la buena esperanza y el buen ejemplo, genética al margen. Seguro que estará recibiendo y mucha mucha conversación antes que te tachen de contar batallitas.
ResponderEliminarEn el pasado me chiflaba la infancia entre otras razones por la enorme cantidad de opciones que ofrecía; ya no, que ya rebosó el cántaro, ahora me divierte practicarla conscientemente y la respectiva que el presente me ofrece es inmensa.
Esa edad es una fuente de reflexión a la edad que tenemos otros. ¿Sobre ellos? ¡Sobre nosotros mismos y nuestros avatares! Pero son inevitables las comparaciones entre tiempos históricos diferentes. Ah, eso de practicar ahora la infancia de otra manera no es mala idea.
EliminarLeo que me ha salido “respectiva”, cuando lo que quería escribir era “perspectiva”. El primer término le roba todo el sentido y la intención a la frase.
ResponderEliminarNo, mujer, se entendía perfectamente. Un lapsus lo tiene cualquiera, incluido Trump.
Eliminar“a la frase”.... menudo día llevo!
ResponderEliminarla curiosidad del niño es la fuerza de la evolución del hombre, sin ella seguiríamos en cavernas, Es el motor y eje de la evolución. Hay que dejar que la satisfagan, ayudarles a entender el por qué de cada cosa. Es una aventura increíble
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana
Ratifico tu criterio, Albada. La curiosidad es el hilo conductor a cualquier edad por la que atravesamos. Y para cualquier cultura. Menos para los energúmenos y los partidarios de la destrucción. Gracias.
EliminarCreo que esa curiosidad es la que no genera la necesidad de conocer. Por eso hay que aprender a ver, para no caer en un piélago cundido de cantos de sirena. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarDas en la diana, Carlos. Una curiosidad bien encauzada, donde todo depende de las fuentes de información próximas que tenga un niño a su alcance, por ejemplo, unos padres dialogantes, unos abuelos que transmitan experiencias, etc.
Eliminar¡Cuántos recuerdos me trae ese león! Gracias.
ResponderEliminarTodos habremos pasado por esa posición. No sé si en todas las ciudades españolas habría análogos leones tragacartas, que casi traganiños.
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