sábado, 25 de agosto de 2018

Id y comunicad por doquier




Cuando yo era niño el cuadro presidía la habitación grande. Aquel cuarto solamente se utilizaba para reuniones y celebraciones familiares varias. Pero como éramos muy numerosos, las hermanas de mi madre, los hermanos de mi padre, los hijos de unas y de otros, los hijos reconocidos de mujeres no reconocidas, los primeros nietos, el gran salón se ocupaba con frecuencia y sobradamente. Nadie faltaba, salvo fuerza mayor, a cualquier evento, desde el recibimiento de un nuevo miembro de la casa, pasando por la despedida de quien moría antes de tiempo o por longevo aburrimiento, hasta la celebración de los que decidían irse a vivir juntos. Por no citar aniversarios, éxitos y logros de las nuevas generaciones, o simples comidas imprevistas que ayudaran a pasar el trance de algún miembro en situación crítica por algún motivo.  A mi padre le parecía que aquel cuadro sintetizaba el espíritu de nuestra estirpe, de ahí que él siempre lo denominara como el cuadro de Id y comunicad. A veces lo explicaba a los visitantes que se quedaban atónitos ante la representación. Puesto que hemos llegado a esta vida, decía,  cada cual debe permanecer aprendiendo de los otros para en un momento dado salir al encuentro de más vida. Pero una vez que te has lanzado al mundo, precisaba, debes comunicar a los demás que, si bien la familia jugó un papel importante, cada cual debe tejer la urdimbre de nuevas relaciones, nuevos proyectos tangibles, nuevas ilusiones. Mi padre creía la mitad de la mitad de cuanto solía decir con aquel tono grave y firme, pero los visitantes asentían con perplejidad, sin duda, pero también con admiración y reconocimiento. El cuadro les parecía raro, pero la explicación de mi padre estaba dentro del orden de las cosas, lo cual ya era para ellos aceptable. Alguno de los que llegaban por primera vez a casa osaba insinuar que aquel cuadro, no sé, decía, la pose, el número de personajes, la disposición en torno a una mesa, le recordaba alguna estampa antigua, pero que todos los personajes, bueno, prácticamente todos, fueran mujeres le desconcertaba. Sí, te comprendo, solía responder mi padre, ya sabes que en el mundo de la imagen en general hay muchas similitudes y que de la misma manera que unas personas se nos asemejan a otras en el arte como en la literatura a veces se tiene la impresión de haber visto y leído anteriormente. Y respecto a que todas sean mujeres es absolutamente razonable, hay artistas que no salen de pintar hombres y nadie se ha quejado, y además en nuestra familia domina el género femenino generosamente, así que yo lo tengo por una cuenta pendiente saldada.  En cierta ocasión la joven y tierna novia fugaz de mi tío abuelo tuvo el valor de comentar que sin duda se trataba de una bella composición renacentista. El artista, dijo con aire de catedrática, ha colocado a los personajes en un abigarramiento que no entorpece la visión, y es asombroso que haya huido de los colores más definitorios de los pintores de aquella época y que sean sus escorzos y sus movimientos contenidos los que hablen por ellos. Mi padre, siempre tan benévolo, pero tapando con su bigote el rictus de una sonrisa malévola, la respondió: sí, tal vez, además pensemos que el Renacimiento es en realidad un fenómeno no solo estacional sino cíclico, y no tanto porque se repita con frecuencia como porque se está esperando permanentemente su llegada redentora de nuevo, aunque no parezca que tenga lugar. Fue más chusco lo que un día comentó una alta jerarquía de la confesión religiosa más seguida en el länder, que acertó a pasar por allí, Lo que no acabo de entender, dijo ladeando la cabeza con gesto incriminatorio hacia el cuadro, es el torso vuelto de lo que indudablemente es un hombre. ¿Significa algún tipo de rechazo, una expulsión, una traición acaso? ¿Es la censura de la carne, el apartamiento del pecado, la ocultación de la culpa? No quiero verme en la tesitura de pensar que sea el hombre de todas o el amante de una o el deseo escondido y turbio que no sabe dónde refugiarse, y ahí su obsesivo discurso moral le dejó claramente en entredicho. También lo he discurrido yo, respondió mi padre, pero ya sabe usted, mi querido señor purpurado, que en cualquier trabajo, en cualquier acontecimiento, en cualquier encuentro, en cualquier evocación, bien sea por defecto u omisión, los artistas hacen circular a las almas errantes que buscan su lugar a través de toda la eternidad. Y además de sobra conoce usted que cualquier alma errante no tiene sexo, y si alguna aún lo tiene con presteza lo intercambia, porque fue escrito que más allá de la materia finita solo cabe otro modo de probación y un grado sumo de contemplación, ¿ no le parece, eminencia?

Mi padre se giró hacia mí, que había presenciado, como se suele decir, la escena, y me hizo un guiño hábil que me dejó feliz.  




(Fotografía de Brigitte March Niedermair)

  

8 comentarios:

  1. Todo lo escrito está muy bien, pero amigo, deja que diga lo que pienso sin pensar lo que digo...
    O se busca once amigos para que le acompañen en la fiesta ...o acabará baldao.
    Salut

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    1. Las almas errantes son incorpóreas aunque adquieran formas humanas, dicen las autoridades del más allá.

      Salut.

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  2. Magnífica y ocurrente exposición.
    Al margen: Ja pues como existan autoridades tanto allá como acá como que ni pa’lla ni pa’ca, mejor difuminarse en el limbo!. Escrito en plan humor negro, evidente!

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    1. Más les valiera a las autoridades de la moral preocuparse de la viga que tienen en el ojo propio, como ya es sabido. Sí, se trata de humor negro porque lo pretendidamente blanco no resiste el más leve análisis. Un abrazo.

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  3. En esos inmensos salones donde puertas correderas de maderas nobles se abrían al salón de baile debieron tejerse urdimbres muy valiosas.
    Adriana.

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    1. Sin duda, Adriana, aunque ese caserón no era una mansión esècialmente deslumbrante; naturalmente que muchos de aquellos edificios de la misma manera que conocieron auges excelsos sufrieron las consecuencias de decadencias estrepitosas.

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