lunes, 22 de enero de 2018

Amores efímeros. Maya y el amanecer












A veces las mañanas se levantan cansinas, lentas, traicionando el proyecto de los quehaceres. Entonces las mañanas no son las horas ni el juego de las luces ni tampoco el calendario. Se desproveen de rostros, se libran de recuerdos. Remolonas y ausentes se encarnan en un cuerpo. Mi cuerpo. Se flota en una especie de llanura suave, cuya geografía uno quiere retener sin que acierte a saber cómo es. No importa si en nada se asemejan a los accidentes que nos dejó la naturaleza convulsa donde habitamos. Cautiva la ausencia de sonidos y sobre todo el vacío de voces. Los objetos, no solo los del entorno donde reposas, sino los de la mente, se han volatilizado. No hay lugar para objeto, cosa o individuo, en las mañanas tibias. Y si estás muerto, te preguntas de pronto. Y si esto es el instante de contrición del que algunos hablan en ocasiones pero que nadie ha logrado definir. Y si no existe retorno. Retornar para qué, si no hay dónde. Ni siquiera bostezo, por no romper la mística del templo. Éste, un ámbito que se me obsequia a camino entre materias que disputan entre sí. La única decoración reside en los contornos de mis sensaciones, que no lo son realmente, y si la quietud más extensa se roza con ellas es porque mis confines no se despegan del todo y de una única vez de lo que regularmente me ata a este mundo. Pero qué digo o ensueño o me engaño sobre las ataduras del mundo. Qué importa aquí, a esta hora, la palabrería moral que sale al camino a hurtar la luz. La naturaleza se carcajea de mí. La materia se divierte con la pretensión del ser por reconocerse y sentirse reconocido. Nada está más huero que lo ocupado. Los objetos mueren al día siguiente de ser colocados en un estante o en una mesa o en el pensamiento. No. Los objetos del pensamiento, a diferencia de esas cosas fabricadas que envejecen sin sentido en la casa, se inquietan, se agitan, se conmueven. Mutan. Cuándo un pensamiento deja de ser sueño y cuándo un sueño deja de ser una emoción, piensas fugazmente. Pienso. No pienso. Los amaneceres no existen para ser interpretados. Ves lo que te parece un resquicio luminoso y te asombras. Como te sorprendes de lo acogedora que puede ser la oscuridad. Se te permite acceder a su superficie cambiante. Tu asombro premia el fenómeno de cada día, aunque su mirada accidental lo ignore. Mi asombro. Demoro cualquier acto, desprecio cualquier llamada, resisto cualquier movimiento (cualquier atadura, preciso) Los amaneceres deben ser imperceptibles. Como si no arrancaran.   

Maya llega, agarra la sábana y me cubre. Juega. Como si no estuvieras, dice.   



12 comentarios:

  1. Enorme. Inconmensurable.

    ResponderEliminar
  2. "... Los amaneceres no existen para ser interpretados..."
    Si estás entre cuatro paredes es posible que sea así. Más la cosa cambia si estás bajo cielo raso. Creo.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bajo cielo raso siempre nos quedamos absortos, seguro. Nunca se me ocurrió buscar explicación, incluso cuando los veía en las amplias tierras camino de la ciudad de piedras.

      Eliminar
  3. Hay amaneceres así, en los que dan ganas de prolongar el juego, por si la naturaleza sigue carcajeándose...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En el combate entre la racionalidad de los quehaceres y la irracionalidad del instinto y las sensaciones se establece un puente del vacío y la quietud.

      Eliminar
  4. El mejor momento del despertar está en ese instante en el que no sabemos dónde estamos y qué día es. Es el paso más inquietante de la consciencia y un atisbo de lo que somos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Una especie de disolución, porque no nos posee ni el sueño ni el ordenamiento aún no asumido del día.

      Eliminar
  5. Creo que es el mejor momento del día, cuando se puede disfrutar del tiempo lento y la rutina todavía es un recuerdo borroso al que no queremos darle forma. Ausencia de ruidos de fondo, rumores que nos integran en naturaleza.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hay un instante feroz al despertar que nos parece desconcierto. Una conciencia fugaz de que no deseamos vínculos ni con la tierra ni con el cielo. Una claridad ultrasónica de que no somos nada ni habitamos en parte alguna.

      Eliminar
  6. Mayestática narración; o mejor dicho "Maya estático"?. Incurro en contradicción porque dicho estado no resulta condición de Maya, que yo recuerde......claro que según .... insisto en mi precariedad verbal como miembro común de una sociedad que he contribuido en elaborar. Ayy mejor seguir calladita. Sorry.

    ResponderEliminar