martes, 19 de diciembre de 2017

Rocío Márquez, Rodolfo Otero y los quejíos de la minería y de la vida














Todo se acaba, aunque el capítulo minero empezó hace tiempo a acabarse.
La que fue base económica ha sido condenada a perpetuidad.
Aunque los más viejos del lugar exclamen: ¿y qué es la perpetuidad?
Entrañas de la tierra que hoy no interesan explotar y cuyo uso ya no se admite.
Se han inventado otros recursos, mientras se continúa despilfarrando.
Tras el fin de la explotación del carbón vendrá la desaparición de las poblaciones y de las comarcas
que vivieron siglos a cuenta del mineral.
Lo que parecía de toda la vida y para siempre ha resultado circunstancial y efímero,
pues los años por mucho que parezcan eternos son polvo del caos.
Tal es el transcurso de la Historia desde los tiempos más antiguos.
Tantas culturas crecieron respaldadas por riquezas que dejaron de ser.
Tantas culturas dejaron de existir para generar un desierto
o dar paso a otras nuevas que las superaron.
Se repite la dialéctica.
Ciclos que van y no retornan.
Ciclos que se creían agotados y quién sabe si un día no se reinstalarán.
Los hombres están de paso por el planeta.
¿Quién garantiza el futuro si hay dudas sobre el presente?
¿Quién apoyará a los hombres que hoy pierden?
El hombre es un tenaz emigrante sobre la piel de los continentes.
¿Alguien recoge sus llantos íntimos?
¿Alguien los canta y los traslada a los regazos de los demás hombres?






Del interesante y precioso libro titulado Rodolfo Otero, Amor por la danza, del vallisoletano Benito Carracedo, tomo este trozo de entrevista al bailarín paisano suyo:

"...-Ahora parece que el flamenco goza de un respeto, digamos, generalizado, desde las instituciones a público no aficionado. Parece que ha cambiado la percepción… 

-Claro, ahora todo ha cambiado, pero para peor. ¿Tú crees que ahora tienen el mismo sentimiento que tenían los grandes cantaores y cantaoras? Ahí están las vivencias. El arte no sale tan fácil. Sale con dolor, con cojones; con un dolor, que son espinas. Y es el saltártelo, no admitirlo. La rebeldía... ¿Dónde coño hay rebeldía ahora? Una cosa es que han copiado, pero no tienen esa rebeldía que les implicaba a ser partícipes absolutos del momento, de la rabia, del amor, del fracaso, de todo. Pues eso es el flamenco. Ahora hay cantaores y cantaoras que han aprendido de los otros y ya está, y son copias de copias. Bueno, hay algunos y algunas, pocos, que buscan su personalidad, que no quieren ser una copia, les cuesta o nos cuesta identificar esa personalidad con tanto referente flamenco del pasado como se tiene. Hace poco vi un vídeo de Rocío Márquez que fue a cantar a una mina de León donde permanecían encerrados unos mineros, que probablemente no escuchan flamenco".


Copias de las copias. Tal vez ese es el fenómeno Arte, en plástica, escultura, música o danza. Pero, ¿y la rabia, el dolor, la motivación? ¿Dónde el anhelo sencillo y sincero de superación? ¿Son auténticas las expresiones? ¿Responden a una necesidad de ir más allá y transformar? ¿Hay quejío en el Arte, que no sea solo exposición, espectáculo y venta? ¿Hay quejío que reviente la quietud del vacío y de la nada que superabunda? ¿Hay interpretación que se nutra de la energía rebelde y a la vez recree desde ella?  No sé. Creo que los cantores de nuestros días están mudos y acaso muertos, salvo excepciones. Quien dice cantores dice ejercitadores de cualquier arte que merezca el nombre. Mientras, los días transcurren soportando la fiesta huera, el espectáculo cansino, el ruido en lugar del ritmo, el zumbido desplazando a la voz sonora.





4 comentarios:

  1. Buscas en Roma a Roma,
    ¡oh, peregrino!,
    y en Roma misma a Roma no la hallas...

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    1. Y también el final:

      ¡Oh Roma, en tu grandeza, en tu hermosura
      huyó lo que era firme, y solamente
      lo fugitivo permanece y dura!


      Bestial y sentencioso Quevedo: sólo dura lo efímero. Qué consuelo.

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  2. Cómo me gusta que te hayas fijado en este libro, en este autor y en este bailarín. No sé por qué ha pasado tan desapercibido.

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    1. Creo que la conjunción del estilo expresivo (el flamenco), del bailarín y del autor ha concitado mi curiosidad y mi acercamiento a un mundo que conozco poco y mal pero que cuando es auténtico me subyuga y conmueve. Las escasas experiencias o acercamiento al flamenco que he tenido en directo me han arrebatado. Hay una mística profunda y muy íbera en él, y es que las influencias más antiguas y lejanas, pasadas por el odre de nuestra propia historia, proporciona a la idiosincrasia del país una riqueza sin medida. Naturalmente, no es oro todo lo que reluce, pero ahí está. El flamenco profundo entraña y desentraña el alma de los hombres.

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