domingo, 30 de abril de 2017

Bosníaca. Contemplación desde el monte Trebevic





Si Alisa supiera que no tengo más mundo que el que transcurre de la mañana al anochecer. Que el día siguiente me es siempre incierto. Que desde que mi cuerpo fue marcado por aquella maldita bala que llevo alojada no sé nunca si seguirá moviéndose a mi son o si cumplirá su cometido sin aviso previo. No pienso contarle el incidente. Fue casual, nada épico. Mi instinto me llevó a evitar que otro recibiera el mal y resulté ser yo la diana. No, no me siento satisfecho de ninguna acción. Al contrario, estoy arrepentido de haber hecho algo que otros calificarían de acción buena o humanitaria. Al diablo con mi reacción salvífica. Fui yo quien pagó las consecuencias de mi propia estupidez. Nadie lo supo y jamás he contado la verdad. A veces veo al que se libró del tiro gracias a mi reacción refleja. ¿Qué me llevó a interponerme en una trayectoria que no estaba reservada para mí? En ese instante en que me cruzo con el otro, que va con su apariencia ufana y ágil, quiero alegrarme por él, incluso casi lo logro. Pero entonces pienso en el metal que se ha adaptado a mi cuerpo, no sé si fosilizado dentro del hueso o jugando a su particular e ineluctable ruleta, y un amargo dolor moral me atraviesa. El otro dolor, de vez en cuando lo acuso. Y el peor de todos resulta ser siempre la angustia. ¿Moriré de viejo con ese trozo de mierda dentro sin que se haya revelado jamás? ¿Me pudrirá un cáncer mientras la bala se ríe en ese rincón de la infamia donde se esconde? Es hermoso contemplar la ciudad desde aquí arriba. Sin promesas evangélicas. Sin ofrecimientos generosos. Sólamente mirar en silencio. La presencia de Alisa me permite olvidar las sugerencias negativas que intenta traerme el río. Si uno recuerda una ciudad sin río puede tener nostalgias aceptables, digamos. Pero si lo que le trae la memoria viene a través de una ciudad bañada por un curso que ya procede de antes de que el lugar fuera poblado, la propia arquitectura húmeda del río parece acariciar sus recuerdos y hacerlos más benevolentes. Una carretera no será nunca un estímulo. Tal vez una senda polvorienta lo sea, como un arroyo, como este afluente apacible del Bosna. Hay mucha vida y mucha muerte acumulada por los siglos en el lecho de un río. Mi viejo profesor de Geografía siempre lo decía. La gente opina que vivir y morir está en las calles o en los edificios o en los talleres o en los caminos. Créeme, decía con su voz templada, como revelando secretos que se desconocen. La vida y la muerte se aloja en el fondo del cauce de los ríos. A veces incidía áspero: incluso en el subsuelo. Subo aquí arriba porque advertir el paso del Miljacka me ayuda. Alisa me ayuda, incluso cuando calla y me sonríe. Tal vez expectante  a algún comentario mío. Tratando de leer en mis silencios lo que yo no le cuento.



(Fotografía de Inés González)



jueves, 27 de abril de 2017

Bosníaca. La nueva biblioteca




¿No será la historia de la humanidad una reconstrucción permanente sobre sí misma? Eso me preguntaba mientras paseaba por el interior de la nueva biblioteca. Una reconstrucción nunca olvida que detrás hay una pérdida. Aunque, a veces, se haya preferido ignorar el monumento o la ciudad anterior. El pasado está lleno de ejemplos en que el peso de una nueva cultura exigía abolir incluso las ruinas, o bien simplemente ocultarlas. Sé que también hay excepciones en que se han respetado construcciones grandiosas, pero nunca he sabido si por razones de un reconocimiento estético, superior a creencias o hegemonías, o por razones presupuestarias. Me he preguntado y me he sugerido muchas cosas en mi desplazamiento por la nueva Vijécnica. Porque lo interesante de una reflexión sobre una destrucción concreta es que te conduce a pensar en todas las destrucciones concretas de las que has tenido conocimiento. Lo más probable es que gran parte de lo desaparecido en cualquier país nunca haya podido recuperarse. Miramos hacia atrás, hacia las culturas abundantes de las civilizaciones otrora triunfadoras, y que ya no existen, y ¿qué encontramos? En la mayoría de los casos ruinas, residuos del subsuelo, labor de arqueólogos. Hoy día traducimos la descarnada devastación y la penosa ruina por palabras como documento físico o huella del pasado, por aquello de aportar cierta benevolencia al hecho ineluctable que un día fue. Incluso nos consolamos buscando encanto y admiración en lo que se rescata. ¡Nos conformamos con bien poco! Y en unos casos la imaginación y en otros la reconstrucción virtual de los indagadores del tiempo fenecido, nos devuelven imágenes irreales de lo que fue, mejor dicho, de lo que se cree que pudo ser, pues todo se reconstruye idealmente y se sortea la aproximación al origen con una gran dosis de duda. Mientras, en diversas regiones del planeta los conflictos siguen destruyendo vidas y culturas. Lo que pensé al entrar en la biblioteca: nos rehacemos sobre nosotros mismos, crecemos para acabar incluso de mala manera, intentamos trascender con obras para desear inútilmente eternidades. Y una confidencia: allí dentro pensé en todo, menos en los libros. Tal vez una manera de apartar el dolor.




(Fotografía de Inés González)


miércoles, 26 de abril de 2017

Guernica o la devastación




Cuando uno observa ahora, al cabo de ochenta años de aquella monstruosidad, imágenes de Guernica bombardeada por el franquismo, por medio de la aviación nazi puesta a su servicio, no distingue si es una población menor o barrios de Londres o Coventry o Dresde o la misma Berlín. Hoy nadie duda que en aquella acción de guerra en que el patriotismo de Franco dio rienda suelta a las bestias de la Luftwaffe se probó en calidad y cantidad el armamento aéreo que más tarde se utilizaría en la Segunda Guerra Mundial. Así como toda una serie de técnicas, logísticas y unidades de vuelo. Guernica fue una pista de pruebas del horror y de paso un elemento de guerra psicológica que los nacionales utilizaron contra los republicanos. Pero aquello ya queda lejos.¿Se tiene hoy en cuenta la barbarie del pasado? ¿Sirven las imágenes para algo más que entretenimiento de telespectadores? ¿Se trata de conmemorar una fecha que al día siguiente, como tantas otras, queda olvidada? ¿Reflexionamos y adoptamos dentro de nosotros una conducta que nos lleve a evitar algo parecido en el futuro? No entremos en excesivos detalles sobre aquel desgraciado bombardeo. Pensemos simplemente en la devastación. No solamente en la muerte inmediata o la destrucción sistemática de edificios, servicios o rutas, o en la migración obligada. Hoy, ahora mismo, todo esto está ocurriendo en Siria y en otros lugares del planeta. La devastación es siempre un doble e hipócrita ejercicio bárbaro. Destruye al enemigo, aunque las víctimas sean civiles y, por lo tanto, no tenidas en consideración, y deja el campo libre para la futura reconstrucción, gane quien gane. Porque quien siempre sale ganando es el que hace negocio. Primero con el enorme potencial bélico que se fabrica, después con la reconstrucción de las ciudades. Con la anuencia y apoyo de los Estados implicados en los conflictos. Las ciudades, los barrios, ya no serán nunca lo mismo. Los antaño pobladores modestos e incluso pobres serán relegados para siempre de las zonas destruidas. Porque sobre el solar de la destrucción se permite erigir el nuevo urbanismo que, si interesa, será el de las grandes empresas o el de las oligarquías supervivientes a cualquier conflicto.  

En 1950 los realizadores franceses Alain Resnais y Robert Hessens hicieron un documental sobre la tragedia que hoy cumple ochenta años, tomando como referencia el cuadro de Picasso, Guernica, y otros trabajos del artista. Voces de María Casares y Jacques Pruvost. 





martes, 25 de abril de 2017

Hoy hace sólo cuarenta y tres años




Ay, entrañables vecinos ibéricos. Vuestros significados son nuestros significantes. ¿Sólo nostálgicos? Cuando recordamos aquella fecha muchos nos estremecemos y vibramos de contento aún. También teníamos cuarenta y tres años menos, estábamos juveniles y eufóricos, y muchos que hoy no viven todavía nos acompañaban. Teníamos sueños pero vuestra audacia los incrementó, ni imagináis hasta qué punto. Puede que desde entonces os hayan metido demasiados goles, como a nosotros. Pero, puestos a hablar de símbolos, al menos vuestra fiesta nacional tiene un sentido justo, adecuado y correcto. Otros no hemos podido decir nunca, nunca, lo mismo. Soy consciente: puede que los símbolos venzan, siempre es más fácil la victoria del lenguaje épico, y que los hombres vayamos dando tumbos con menor fortuna. Pero al menos, y ya digo que en materia simbólica, vosotros podéis llamar al pan, pan y a la libertad, libertad con una dignidad reconocida hasta en una fecha.








No céu cinzento sob o astro mudo
Batendo as asas pela noite calada
Vêm em bandos com pés de veludo
Chupar o sangue fresco da manada
Se alguém se engana com seu ar sisudo
E lhes franqueia as portas à chegada
Eles comem tudo eles comem tudo
Eles comem tudo e não deixam nada 
A toda a parte chegam os vampiros
Poisam nos prédios poisam nas calçadas
Trazem no ventre despojos antigos
Mas nada os prende às vidas acabadas
São os mordomos do universo todo
Senhores à força mandadores sem lei
Enchem as tulhas bebem vinho novo
Dançam a ronda no pinhal do rei
Eles comem tudo eles comem tudo
Eles comem tudo e não deixam nada
No chão do medo tombam os vencidos
Ouvem-se os gritos na noite abafada
Jazem nos fossos vítimas dum credo
E não se esgota o sangue da manada
Se alguém se engana com seu ar sisudo
E lhes franqueia as portas à chegada
Eles comem tudo eles comem tudo
Eles comem tudo e não deixam nada
Eles comem tudo eles comem tudo
Eles comem tudo e não deixam nada




domingo, 23 de abril de 2017

À bout de souffle, La France




Aunque por el camino hayan ido perdiéndose la Egalité, la Fraternité y la Liberté...por favor, franceses, que la Razón siga guiando a la ciudadanía.


(Ilustración de Eleazar)


viernes, 21 de abril de 2017

Bosníaca. Los versos de Alisa en Caffe Muzicki




¿Sabe que hago versos sobre las cornejas? Hay amigos que me critican por ello. Deberías hablar más de lo que pasó y lo que sufrió la gente, y menos de pájaros, me dicen. Otros: defiende a los que dieron la cara por ti en lugar de irte por las nubes. Algunos son más zafios todavía y hasta se vengan a su manera nombrando a mis aves con epítetos despectivos y relacionándome con ellas. Es su modo de atacarme. Menos lírica y más épica, me sueltan con brusquedad. Pero yo los ignoro. El café Muzicki, en el parque At Mejdan, es un lugar agradable cuando no hace frío y la primavera empieza a ser exuberante. Alisa ha venido en vaqueros y con su camisa suelta, por encima del pantalón. Para mí hace un frescor que a veces me produce escalofríos. No me mire de manera rara por no parecer de la ciudad, soy ciudadana del mundo, aunque apenas conozca el mundo. ¿Sabe cuál es mi mundo? Lo que leo.Si una fuera solamente del ámbito que la rodea, de las religiones y etnias y normas que rigen repartiéndose territorios, me ahogaría. ¿Que he tenido suerte con que mis padres me permitieran libertades que a otros no se les conceden? Por supuesto. Pero la libertad en materia de costumbres y vestimentas no es algo escrito en ningún parte. Es lo que me gusta de los países totalmente laicos. La gente impone sus maneras y discurre con sus pensamientos y en el intercambio está implícito el respeto, ¿no cree? Yo le digo: para no haber viajado tienes una mente más occidental que muchos occidentales. Es que es tan obvio, dice Alisa. Si una se deja sujetar a lo que te imponen es como si admitieras barreras y ya se sabe cómo acaba todo: distanciándose unos de otros, disputándose sin limitación. Los pájaros están aquí pero pertenecen al aire y a los tejados. "Vivo en la ciudad de las cornejas/ donde las aves sustituyen al alma impía de sus habitantes./ Vuelan y se posan allá donde quieren./ ¿A qué ídolo deberían dar gracias/ si ellas tienen más sentido/ que todos los preceptos de los hombres juntos?", me recita de pronto. ¿Sabes lo que estás diciendo?, la espeto sorprendido. Vas a ganarte la antipatía, si no algo peor, de tus conciudadanos. Su respuesta me deja atónito. Y qué, dice. Si me molestan me iré con usted al mundo del que procede. 




(Fotografía de Inés González)



martes, 18 de abril de 2017

Bosníaca. La corneja




Háblame del río, corneja. De cuando la ciudad no era sino un villorrio. De cuando el río no tenía más bordes que los que apaciguaban sus aguas. Háblame del mundo, de otros mundos que llegaron de lejos y levantaron éste imitando sus respectivos orígenes. Háblame del trasiego y del caminar apacible, porque los hubo. Y de los cantos soñadores de los trashumantes de la poesía, y de los gritos divertidos de los niños, y de los brindis eufóricos y bienintencionados que los mayores hacían en sus celebraciones. Cuéntame de la vida que se alzaba y que se curtía entre inviernos de frío y de sombras. Háblame de la vida que pudo haber sido, aquella que fue y no duró el tiempo de una generación. Evoca el azar y la alegría de compartir, pero denuncia también las manos alevosas que decidieron tantas veces, de manera injusta, el fin de los hombres. Háblame de la muerte de un solo hombre, ello me basta para comprender con tristeza que el hombre ha nacido para matar. Háblame para que el don que se me ha dado de desbaratar todos los textos falsos de la historia, los que se narraron de viva voz y los que se escribieron adulterando todas las voces, cumpla su objetivo. Decir la verdad de la vida también es decir que se nace para la muerte de uno mismo, pero además, con frecuencia, para procurar la del vecino. Con cuántas manos blancas, con cuántos silencios, con cuántas miradas a otra parte propiciamos el fin del hombre. No. Nunca se puede renunciar a la vida, aunque su contrapartida aceche. Tener en cuenta el tándem que forman, ¿nos sirve para controlar la dirección única? No. Probablemente la dirección es inevitable, y nos tortura la idea de que no pueda modificarse. ¿Acaso es nuevo hablar de la muerte en tu suelo de limo, corneja? Tú sabes lo que quiero decir, pájaro callejero, y no te escandalizas de mis furias. Has conocido infinidad de visionarios, profetas y pontífices, que anunciaron, que siguen pregonando, bellas imágenes sobre la vida, a la que no dejan que sea naturalmente bella. Sus palabras suaves unas veces, enardecidas otras, se esgrimían con la misma tenacidad que más tarde hicieron con las armas. El doble bagaje suele ir de la misma mano.  Tanto tú como yo quisiéramos, ingenuamente, que la vida solo tuviera un rostro amable, limpio, risueño. Cuando no lo tiene sufrimos. ¿Durará esa actitud?, solemos preguntarnos tú y yo. Entonces, ante la duda y la sangre que corre, tú te vas y yo me recluyo. ¿Somos cobardes o demasiado sensibles, corneja? Nunca nos vamos del todo, solo esperamos. Al narrarme la historia más reciente de tu ciudad no me relatas nada que no haya ocurrido en siglos pasados. Ni haces inventario de lo que no haya acontecido en otros territorios. Las culturas no están tan alejadas unas de otras cuando la naturaleza las dibuja con caracteres y signos semejantes. Pero hoy, ojalá que por mucho tiempo, el Miljacka es un espejo de esperanzas. ¿Sabrá seguir siéndolo? ¿O su cauce contenido y murado es una metáfora de la sociedad que se codea y se soporta, acaso con pertinaz desconfianza, en ambas riberas? Tú, cronista de la vida y de la muerte de la ciudad, abres un pasillo donde los ojos de los ancianos que sobrevivieron se humedecen. Recorre conmigo las orillas del entendimiento.   




(Fotografía de Inés González)



sábado, 15 de abril de 2017

Bosníaca. La blanca legión




Baja por las laderas el ejército blanco. Es como si la tierra entera se hubiera abierto aquí y expulsara en un orden rabioso su interior, cristalizado en prismas, erigiendo la filigrana de una arquitectura de la muerte. La legión blanca toma zonas de la ciudad, se integra en ella. No sustituye la memoria, sólo la acompaña. No hay muros ni vallas ni alambradas para las tumbas. Toda modalidad de contención fue mientras los hombres estaban vivos. Las entrañas del suelo han tomado a las víctimas y mecen vacíos. Y los nombres, sin cuerpo activo, intentan fingir, inútil emulación, la vida que no tienen. Es una vecindad crecida de aquella barbarie. Una demografía insólita para otros acomodados del planeta, no para los ciudadanos de la ciudad antaño sitiada. La marcha luminosa acusa. Cómo fuimos capaces de infligirnos tanto daño, dice la voz profunda y culpable. Las hileras apuntan con su vértice a la barbarie. Con lo que cuesta llegar a este mundo, esforzarnos por sobrevivir y afrontar las dificultades, ¿por qué nos tienta tanto el oscuro riesgo de deshabitarnos? Los muertos, o son nuestra reflexión o no significan nada. O son nuestra conciencia estúpida y cruel del mal en masa o no sirve ni recordarlos. Cuántas formas de destrucción denuncian los silencios erigidos inútilmente al cielo. Sacrificios, pogromos, soah, exterminio, las mil maneras de la persecución, del odio, de la no aceptación de los otros. Bajan por las suaves pendientes, sorteando las calles. Esto es la historia. El retorno del viaje de un útero hasta otro útero. Pero a qué precio.



(Fotografía de Inés González)


viernes, 14 de abril de 2017

Colofón al día




No me he sentido nunca un abanderado. Pero cuando un viejo amigo al que no veo desde hace muchos años me envía una fotografía de su hijo y dice que la ha sacado pensando en mí me emociono. Es un significado recóndito y me enternecen unas palabras que me adjunta: "...pero el testigo lo cogen las nuevas generaciones". Ojalá. Que me perdone si soy escéptico, descreído y casi desesperanzado. Pienso siempre en lo que hay detrás de los símbolos, siempre lo que haya detrás. El símbolo como tal no me sirve. En este caso pido más. Razón, inteligencia, entendimiento, voluntad. Bello colofón para una jornada de memoria. Gracias, hermano. Nunca olvido nuestras viejas conversaciones sobre lo que nos inquietaba o ilusionaba. Hoy lo importante es sentirse uno acompañado, bien sabes que el viaje a Ítaca es siempre circular. Siempre se llega a alguna parte, aunque hallemos insatisfacción. Cualquier costa debe ser de acogida. Menos la infamia. Que en ella perezcan otros. 






Hubo un Estado laico




"Con las primeras hojas de los chopos 
y las últimas flores de los almendros, 
la primavera traía a nuestra República de la mano".



Antonio Machado.



jueves, 13 de abril de 2017

Estado ¿laico?




Viva Dios que nunca muere
y si muere resucita...

etc.


lunes, 10 de abril de 2017

Bosníaca. Las puertas del Paraíso




Llevo años en el exilio. Cuando me muestran con aviesa intención una fotografía de la casa donde crecí me entra congoja. ¿Sigue así?, suelo preguntar. Me cuentan que nadie quiere hacerse cargo del edificio. Que hay documentos de propiedad en el registro y que solamente pueden hacerlos valer los herederos. Pero yo desconozco si hay más herederos, ni siquiera sé si yo mismo lo soy. Que nací y viví en ella varios años me convierte en legítimo, acaso no único, propietario, eso lo tengo claro. Pero no de la casa, eso es algo puramente accidental, sino del tiempo que disfruté en ella. Naturalmente, aquellos años también fueron efímeros. Aquella vida me marcó, y a quién no le señala la infancia, aunque luego se reniegue en parte de ella. Para mí fue un paraíso, tal vez el único que he conocido, puesto que los años que vinieron después estuvieron desprovistos de caridad. Algunos, no sé si con sana o interesada voluntad, me han propuesto volver, entrar en contacto con familiares y vecinos, para ver si es posible salvar la casa entrañable. Pero lo entrañable no reside entre las paredes vacías de aquella ruina, sino en la memoria de los momentos felices. Es dentro de nosotros donde se puede intentar evitar la ruina, si bien tampoco es fácil lograr la reconstrucción. Demasiados odios pesan sobre las vivencias lejanas y los recuerdos marchitos. ¿Podría entenderme con mis íntimos de entonces, si aún sobreviven? ¿Seríamos los mismos cómplices y generosos que fuimos? No sabría cómo explicar a nadie que no soy un exiliado de unos por causa de otros, sino más bien un exiliado contra todos. Hay quien dice: pero tus raíces son tus raíces. Yo suelo responder: aquellas raíces fueron tóxicas. ¿Merecería la pena, por lo tanto, identificarse con su sustancia que en lugar de generar vida producía putrefacción? Cuando me dicen que soy un resentido no lo niego. El Paraíso aquel tenía sus puertas abiertas de par en par sin poner obstáculo a procedencias, rituales ni prejuicios. Pero el mundo de los mayores no era el de los niños que jugábamos en un mundo nuevo, tan diferente al ordenado y respetado por cada familia. El mundo era sobre todo nuestro mundo único, insustituible y donde la imaginación fraguaba lo que no se iba a aceptar por separado en cada casa. Los mayores ya no tenían la casa que teníamos aún nosotros y habían suplido el don de compartir por el retorcido sistema de intercambiar, donde unos se imponían siempre a otros. Si la casa sigue en ruina no es por mi culpa. Es una consecuencia del desentendimiento. Que la habiten las alimañas o la cubra la hiedra. En mi cabeza la casa aún está poblada de luz y de risas y de sueñas, incluso del mejor talante de los adultos, cuando aún se lo permitían. Ahora déjenme disfrutar de un Paraíso que me niego a perder. Allí en el tiempo, aquí en mi cerebro no soy un exiliado. 



(Fotografía de Inés González)


sábado, 8 de abril de 2017

Bosníaca. La poeta




En el autobús que va a Visoko me siento al lado de una viajera joven. Dice que está en la universidad de la capital pero que es su día libre. Aprovecho para visitar a un amigo que escribe, comenta con desenfado. Y yo también escribo, ¿sabe? Poesía, sobre todo, pero apenas la doy a conocer. No es fácil escribir poesía, o acaso sí, es una manera de escapar de la tradición amarga de nuestros padres y de la influencia de la religión. Me asombra que lo tenga tan claro, y se lo digo. Es que ¿sabe?, mi amigo y yo debatimos bastante, unas veces por internet y luego cuando nos vemos. Le pregunto si ha leído mucho. Ella dice que sí, que siempre le gustó leer. Mis padres consiguieron salvar algunos libros de la destrucción, al poco de nacer yo. Junto con algunos enseres nos trasladamos a Visoko, aunque al final de la guerra volvimos todos a Sarajevo. Aprendí pronto a leer y mi madre supo enseñarme a interpretar. No es fácil, créame. ¿Enseñar o interpretar?, y la pregunta va con trampa. En las circunstancias que vivimos lo primero no era cómodo, ella tenía que dedicarse a más cosas que ocuparse de mí. Pero interpretar es muy conflictivo. Para interpretar una lectura tienes que ponerte en el punto de vista del autor, o en el territorio y la cultura que sostiene al autor. ¿No crees que lo importante es lo que transmite, sea cual sea su cultura o su país?, le pregunto. La joven afirma rotunda. Por supuesto, pero los autores o sus orígenes aportan matices únicos, diferentes, y más si pertenecen a países alejados y también muy mezclados. ¿No ve usted que los temas literarios son universales? Casi todos los escritores dicen lo mismo, los de la Antigüedad y los de las naciones más lejanas, pero lo interesante es cómo lo dicen. En parte el enfoque, en parte el léxico, en parte la libertad que han sido capaces de conquistar con las letras. ¿Quieres saber mi opinión?, le digo a la mujer. A mí siempre me han sorprendido los autores clásicos, sobre todo por la claridad de su visión y cómo llegaban a conclusiones que no han quedado desvalorizadas. Pero entonces no existían expresiones narrativas como las que han evolucionado en los últimos siglos, me interrumpe. Y es muy de apreciar que la manera de escribir sea una herramienta para profundizar en el pensamiento y en la reflexión, principalmente lo que roza el carácter del individuo y el comportamiento de las sociedades, ¿no cree? Me asombra la capacidad de diálogo, y no solo la información que posee esta joven. Cuando llegamos a Visoko me da un número de teléfono. No deje de llamarme algún día, y me mira fijamente con desparpajo. Podemos quedar en el café Raja o alguno más tranquilo. ¿Conoce el Libertad?  Además, me dice sin darme tiempo a responder, tal vez quiera usted leer algunos de mis poemas.



(Fotografía de Inés González)


jueves, 6 de abril de 2017

Banalidad de banalidades, todo banalidad




El impetuoso, agresivo y omnipotente mercado en tiempos de banalidad extrema. Se me ocurre ver: la alegre protesta (sin riesgos), la alegre juventud (sin riesgos), la guapa gente (sin riesgos), los pacíficos manifestantes (sin riesgos), el interclasismo (sin riesgos), la interracialidad (sin riesgos), la interconfesionalidad (sin riesgos), la vestimenta desenfadada (sin riesgos), la canción compartida (sin riesgos), la confraternización con el orden (sin riesgos), la audacia contemplativa (sin riesgos)...¿Véis? Todo el secreto de la protesta de los manifestantes estaba en un sencillo bote que te venden en los lineales de un supermercado. El ligue de los artistas, en tiempos de no-obreros. Los símbolos más edulcorados de los 60 del siglo pasado. Los derechos civiles de beber un refresco, o lo que sea. El guiño a los guardias, que ya no pide pégueme más por favor. La conquista feliz y a carcajada y aplauso limpio de la calle. Todos iguales y la diferencia no era sino un producto. Y el choque apenas un recuerdo de los malos tiempos. Guays y divertidos somos y en el camino a la banalidad nos encontraremos. Al final, todos tan amorosos y queer, a casa, o a los bares. Objetivo conseguido. Reivindicaciones satisfechas. El mundo nuevo. La Democracia es ¿o era? una fiesta. Lo demás no existe. Estamos en sus manos. ¿No hay escape?


martes, 4 de abril de 2017

Evgueni Evtushenko ya está en la ciudad No




Yo creía que ya había muerto hace tiempo aquel poeta que deambulaba entre la ciudad sí y la ciudad no. Son cosas del olvido de los vivos. A los poetas los leemos por temporadas o rachas o impulsos.Y si uno hace un repaso de lo acontecido a lo largo de los años diría que por imposición, consejo, iniciación, moda, vacío, búsqueda, afán de descubrimiento y sed de placer. Por ejemplo. Tal vez por ese orden algunos hemos ido leyendo la poesía y, en general, la literatura. Naturalmente el carácter y la calidad misma de los textos que caían en nuestras manos en cada fase tenían una característica y una pretensión. Leer es algo muy curioso. Nos decían de niños: hay que leer para instruirse. Sigo sin saber qué es instruirse. En mi época nos daban para leer o cosas muy frágiles o cosas muy duras. Las primeras eran obras importantes harto recortadas y sintetizadas, por lo que sabían a poco, aunque entonces no teníamos idea de su dimensión literaria. Las segundas resultaban duras porque era un vano empeño que en nuestra visión de niños y jóvenes, que apenas habíamos tenido experiencias, pudiéramos captar lo escrito. Tema aparte sería las deficientes traducciones, la escasez de títulos, y nuestra propia limitación lectora. Así que podía ser normal que empezáramos leyendo ciertas obritas pero que con la adolescencia y sus experimentaciones y después con la primera juventud y sus complicaciones frente a la sociedad y la política imperante prescindiéramos de centrarnos más en leer y disfrutar. Algunos pudieron compaginar aventuras políticas y lecturas, e incluso estudios, para otros era difícil mantener equilibrios. Para mí, leer ha sido un ejercicio caótico, pero siempre bienvenido.

La primera vez que supe que había un autor ruso, entonces soviético, llamado Evgueni Evtushenko fue precisamente por estar metido en líos. Un compañero de facultad. algo mayor, tenía un empeño personal de verdadera militancia de la cultura frente al régimen del miedo y el vacío, y editaba una revista artesanal. Jugándosela en cada número, no creo que sacara muchos, y no obstante ir su revista de carácter cultural y literario, tenía problemas constantes con la policía política. Uno de aquellos artículos versaba sobre el poeta ruso. No recuerdo nada del texto, digamos que me pillaba grande, y probablemente los demás que recibieran la publicación pensaran lo mismo. El autor de la revista probablemente iba de honesto difusor de ideas y otros estilos, marcándose sus pruritos literarios. Pero entendiéramos mucho o poco era una manera de ir teniendo certeza de que el mundo era muy grande más allá de las costas peninsulares. Después de saber de aquel poeta ruso vivo supimos de otros ya muertos y nunca tuvimos tiempo suficiente para leer la literatura rusa con tranquilidad. Ni tiempo ni actitud, pues el largo debate político lo anegaba todo. Hoy leo por algún sitio que el mismo poeta era percibido entre los suyos de modo contradictorio, ora manipulable por el régimen para unos, ora crítico para otros. Yo, no sé.

Aunque tardé algunos años en descubrir la obra de Evtushenko, sí que supe de un poema que siempre me fascinó: "Entre la ciudad Sí y la ciudad No". En homenaje al autor, ahora que acaba de morir, la reproduzco aquí:


"Soy un rápido tren
que hace años va y viene
entre la ciudad Sí
y la ciudad No.
Mis nervios están tensos
como cables
entre la ciudad No
y la ciudad Sí.

Todo está muerto y asustado en la ciudad No.
Es como un despacho empapelado con tristeza.
Fruncen el ceño en él todas las cosas.
Hay recelo en los ojos de todos sus retratos.
Cada mañana enceran con bilis su parquet.
Son sus sofás de falsedad, sus paredes de desgracias.
Jamás en él un buen consejo te darán,
ni un ramo de flores, ni un simple saludo.

Las máquinas de escribir teclean, con copía, la respuesta:
“No-no-no... no-no-no... no-no-no...”
Y cuando al fin se apagan todas sus luces
los fantasmas inician su lúgubre ballet.
Jamás, ni aunque revientes, billete lograrás
para escapar de la negra ciudad No.

La vida, en cambio, en la ciudad Sí, es un canto de mirlo.

Carece de paredes la ciudad, es como un nido.
Las estrellas te piden acogerse en tus brazos.
Y, sin avergonzarse, los labios solicitan tus labios
con un quedo susurro: “Todo son tonterías...”
La reseda incitante solicita ser cortada,
y ofrecen los rebaños la leche en sus mugidos,
y en nadie hay un asomo de recelo,
y adonde quieras ir, te llevarán al instante trenes,
barcos, aviones,
y, con rumor de años, va el agua murmurando:
“Sí-sí-sí... sí-sí-sí... sí-sí-sí...”
Sólo que, a veces, en verdad, es aburrido
que todo se me dé apenas sin esfuerzo
en esta ciudad Sí multicolor y deslumbrante.

¡Mejor ir y venir hasta el fin de mi vida
entre la ciudad Sí
y la ciudad No!
¡Mejor tener los nervios tensos como cables
entre la ciudad No
y la ciudad Sí!"



Hace casi diez años dejé esta entrada:






sábado, 1 de abril de 2017

Bosníaca. Madre




Todas las mañanas llegaba la mujer a la plaza del mercado. Allí compartía con los ociosos el entretenimiento de dar de comer a las palomas. Se desplazaba de un lado a otro, observando con intensidad, pero disimuladamente, a los niños. Si un día faltaba alguno de los habituales preguntaba por él. Se ha ido a pasar unos días con sus tíos a Novi Travnik, le decían. O bien: hoy le han llevado hasta Igman como premio a sus estudios. Se movía despacio, trazando círculos con el vuelo del oscuro niqab. A veces se quedaba parada, inestable, como tomada por un leve mareo. Luego alzaba con discreción los ojos al cielo y pronunciaba muy bajo algo que no se sabía si era invocación o queja o simplemente un suspiro. Los niños, aunque la querían por la fuerza de la costumbre,  recelaban de ella. Se sabía los nombres de todos los que jugaban ordinariamente allí. Les preguntaba por su familia, les daba consejos. En su afán protector no dudaba en derrochar gestos de bondad. El mismo tono de su voz era una caricia. Un día uno de los más pequeños, tan decidido como ingenuo, no pudo reprimir su curiosidad. ¿Dónde están sus hijos?, la espetó. ¿O no ha tenido jamás hijos? No están ya, respondió. ¿Se hicieron mayores hace mucho?, persistió la criatura. Sí, se hicieron demasiado mayores. Y eso fue hace tanto que no puedo calcular. ¿Y no vienen nunca a verla?, siguió diciendo el inocente. Sí, vienen por la noche, cuando estoy dormida. ¿Y no puede verlos?, razonó el pequeño en una escalada entrometida. Sí, sí, los veo, tal como eran. Tal como me dejaron una madrugada de nieve. ¿La abrazan fuerte y le dicen cosas bonitas?, exclamó el niño. Me abrazan tanto que hay días que me cuesta despertar. Y me hablan con tanta ilusión como cuando salían a jugar al patio o a correr por las calles del barrio.  El niño no parecía conformarse nunca con las respuestas de la mujer. ¿Y qué le dicen? Ay, tantas cosas me dicen. Sobre todo que venga a veros, que os diga que sigáis siempre así, como ahora. ¿Es que sus hijos no quieren que nosotros crezcamos? La mujer dudó en ese momento. Me dicen que ellos no debieron haber crecido nunca. Luego se quedó callada, apagada. Al niño le llamaron los demás y echó a correr. Confuso, apenas le dio tiempo a decir: si no es bueno hacerse mayor, yo no quiero serlo. La mirada de la mujer fue una sonrisa que blanqueaba su tristeza.




(Fotografía de Inés González)