Hicimos una escapada del congreso de arqueólogos para mostrar a nuestros colegas indonesios la huella viva del terremoto. Fue una propuesta suya. Aunque la ciudad fue arrasada por el seísmo y los incendios y más tarde reconstruida, ¿no queda nada que recuerde el terrible acontecimiento?, preguntó la responsable de la delegación indonesia, la doctora Cahaya Lestari. A nuestro arqueólogo emérito Joaquim Maria de Sousa Gonçalves se le iluminaron los ojos. Yo me encargo de que vean algo de aquella catástrofe. Hagamos novillos, como en la escuela, y disfrutemos un rato mostrando a nuestros amigos rincones agradables de la ciudad. La doctora Lestari era dulce pero entregada con tozudez a las enseñanzas de su trabajo. Nosotros estamos acostumbrados a descubrir ruinas y a tener que afrontar rehabilitaciones sucesivas, explicó. Los elementos están siempre ahí, golpeando las piedras y las vidas. A veces se corre más riesgo procurando cuidados que mejoren el estado de las ruinas que aceptando su decrepitud. No todo suele ser tan ruinoso como parece. El doctor Sousa captó el mensaje. No tema, lo que le vamos a mostrar está más firme que lo que dejaron los constructores iniciales, dijo con cierta soberbia de occidental añejo que desviaba intenciones confusas. Eso sí, apuntilló, a mi modo de ver, si bien se trata de una seña de identidad a la que se le ha dotado de un uso para que no sean meras ruinas a la intemperie, tan importante como el museo que alberga es el mirador desde donde se contempla la zona de Rossio y las freguesías más altas por las que emerge el Castelo de San Jorge. Ustedes tienes muchos espacios elevados para admirar la ciudad. Además, creo también que la ciudad sabe contemplarse a sí misma, dijo la arqueóloga indonesia. Al doctor Sousa se le veía eufórico y satisfecho por el reconocimiento de un foráneo. Cualquier comentario le daba pie para alardear de su amada ciudad de las colinas, como la solía denominar. En efecto, se explicó. Hay miradores que miran hacia el interior, miradores que contemplan el estuario y la otra costa, cuando vienes de Almada la vista desde el puente es otro mirador, y si tomas el ferry se despliega una visión más horizontal pero no menos hermosa. Yo creo, pontificó el doctor Sousa, que hay miradores para todas las estaciones del año, para toda clase de estados de ánimo, para encuentros con diferentes personas, miradores para llevar a un amante oficializado o a uno clandestino, para entregarte a la soledad melancólica o para planear un guión cinematográfico. Yo mismo, a mi edad, no tengo un mirador favorito, los prefiero todos. Solo me defino por uno u otro en función de la luz del día, de la humedad, de un recuerdo o de la necesidad de respuestas que mi cuerpo me exige sobre la marcha. Cuando llegaron a Largo do Carmo, tras subir la empinada cuesta de Calçada Sacramento, Cahaya Lestari propuso al doctor Joaquin Maria de Sousa Gonçalves: esta plaza pequeña y vegetal me gusta. Y dirigiéndose al resto del grupo: el que quiera visitar la iglesia memorial del terremoto, que vaya. Usted y yo, doctor Sousa, tomemos algo en una de las mesas de ese bar y dejemos las ruinas para otro momento. Luego la doctora Lestari, con un tono que desbarató al hombre, dijo: hábleme más de usted y de sus miradores.
Ah, qué delicia de entrada. Las ruinas y las huellas de un seísmo conducen a la conversación y a los seres humanos...
ResponderEliminarY al estado de los cuerpos y a la necesidad de que sobrevivan las emociones...Gracias, Pedro.
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