Las buganvillas recubren la marquesina del mirador. Algunos visitantes apresurados se regatean por la primera fila, pero desaparecen enseguida. Dos mujeres jóvenes llegan riendo hasta la baranda azulejada. La más alta posa para la fotografía que le va a hacer su compañera. Una parra corona su cabeza mientras se apoya en una columna. Eso las divierte más y la que posa dice: eh, mira, soy Baco. Y eleva su cabeza para que las hojas se ajusten a sus sienes. Se vuelven hacia el horizonte, se abandonan a la expectación y al silencio. Miran los colores -blanco, almagre- del caserío que se precipita abigarrado y tranquilo, sin perder el equilibrio, hacia el estuario. La mujer de menor altura sujeta de la cintura a la otra. Un estremecimiento recóndito y prudente las recorre. Una propone: yo cierro los ojos, tú te fijas en una parte del paisaje, el río, por ejemplo, o las casas, o los barcos, o el lado de la iglesia, y a continuación me lo relatas con todo el detalle posible, para que yo lo vea. Luego yo hago lo mismo y tú tienes que ver, también a ciegas, según te lo voy contando. Hay emoción en los ojos de las mujeres. Tiemblan por el juego, también por el paisaje que van a ver y a imaginar. ¿Sabes que lo bello, si además es real, siempre deja pequeño a lo imaginario?, le pregunta la otra. Pero yo no lo voy a imaginar, tú me vas a guiar a través de lo que existe con tus palabras, le responde. Sus miradas están cargadas de un paisaje abierto. De un paisaje en dos direcciones. Con o sin las hojas de parra eres Baco, sí, dice con insinuante ternura la mujer más leve.
La magia de las palabras, su belleza y por qué no, tambien su poder, sin dejar de ser tierno e insinuante.
ResponderEliminarHermoso texto, Fackel.
El significado de lo que consideramos mágico, bello, incluso poderoso, lo que nos roza, lo que se nos brinda, lo que se nos da, a veces sin darnos cuenta. Gracias por pasar, Carmela.
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