Todo el mundo se mueve, pero nadie se ubica donde debería hacerlo. Van a pasar trenes ficticios y los viajeros se subirán una vez más equivocadamente a ellos. Se fiarán de los altavoces, interpretarán a su manera la pizarra electrónica de llegadas y salidas, leerán a la carrera el rótulo de los vagones, adquirirán el billete erróneo. Todos querrán subirse al tren que les traslade al destino imaginado, e incluso anhelado, aunque no sepan con claridad su nombre. Ya emprendida la marcha les asaltarán las dudas sobre a qué estación querían dirigirse y descubrirán que no está en la dirección que va el tren. Será tarde para reclamar a los empleados del servicio, que se sentirán aliviados una vez más por lo bien que han montado el recorrido. Los viajeros, confusos, volverán a comprobar de nuevo que el tren que han tomado no va a ninguna parte. Y que de momento se lo tragará la niebla, con todos ellos dentro, sin saber por cuánto tiempo.
Siempre es preferible tomar un tren hacia lo desconocido que permanecer anclado a una estación perpetua que no satisface tus expectativas vitales en determinada época de una existencia particular. Antes que tirarse a las vías del inmovilismo siempre es preferible huir/escapar hacia adelante… aunque te trague la niebla de los días. Entre el cero establecido y el uno de lo imaginado y anhelado prefiero la aventura. Demos por supuesto que la opción de elegir destino debería ser LIBRE para todo viajero.-
ResponderEliminarPues no sé, es muy arriesgado ir hacia lo que se presume desconocido pero que puede ser viaje a ninguna parte, o como se dice hoy "más de lo mismo". Por supuesto que el inmovilismo es fuente de males, pero acaso hay viajes inmovilistas, aunque parezca contradictorio. Sí, la elección que dices debería ser libre, pero ¿hasta qué punto hay una elección libre cuando te abocan a la elección que otros quieren?
EliminarCansada de tanto equívoco en el juego error-acierto brumoso. Me parece que encontraré la luz interior penetrando en la más densa de las nieblas, la que absorbe formas.
ResponderEliminarCree en tu niebla protectora, pues las luces pueden ser engañosas, depende desde dónde y desde quién o quiénes lleguen...
EliminarHay trenes fantasmas cuyo paso nos recuerda que debimos habernos subido a alguno. Viajemos.
ResponderEliminarHuy, unos cuantos trenes expreso que no vimos venir o fue eso, una ráfaga, y no osamos subirnos a lo vertiginoso.
EliminarLos trenes de la niebla pueden llevarnos a precipicios insondables. Las estaciones fijas a veces se parecen a cubos de hierro tragándonos con sus raíces. Es alucinante la alegoría tan hermosa que has creado en este texto precioso de prosa poética.
ResponderEliminarEl simbolismo del tren como trayectoria vital es universal. Siempre nos hace soñar.
Un abrazo
Quién no ha tomado alguna vez un tren de la niebla. Quién de nosotros no lo tomamos con frecuencia. ¿Quiénes se imaginan libres de los trenes nebulosos? Ah, desdichados que creéis saber en qué tren os montáis y qué dirección tomáis, sin haber resulto el destino, porque o está en vuestras manos...
EliminarVuelvo a este texto tan fabuloso que me atrapa. Sencillamente genial.
ResponderEliminarLa niebla me fascina: es y no es de este mundo: somos y no somos sometidos a su imperio.
ResponderEliminarGracias por dejarte atrapar en ella.