jueves, 17 de septiembre de 2015

Hallazgos: moras de la memoria

















Todo lo sensorial lleva adherida a su piel una cierta clase privilegiada de memoria. Olores de portales antiguos, una fruta u hortaliza exuberantes, el aroma profundo que emana de una tahona, la acidez de unas cubas de vino tinto, una visión de la ciudad con neblina, un cacharro de barro que se pega a las yemas de los dedos, el acento inusual, con deje de otra provincia apartada, de una voz que se escucha de pronto al transitar por una calle. El objeto que destaca a los sentidos se transforma de manera refleja en imágenes lejanas. Son fugaces, vertiginosas, efímeras. Permiten ser retenidas y prolongadas durante un breve tiempo. Ahí tiene que ver el propio esfuerzo, ahíto de densidad nostálgica, del perceptor. Entonces lo sensorial se proyecta y escala una armonía que se funde con la experiencia de infancia o juventud. Se goza con el recuerdo de situaciones. La conciencia del impacto de una imagen que llega desde lo inexistente se crece al recrearse cualquiera de nuestros sentidos en ella. Es altiva, embargante, embriagante incluso. Después el estremecimiento. Un cierto grado de congoja reprimida. Su disolución.


(Termino las últimas moras. Los zarzales deben estar ya vacíos. Aún paladeo su dulzor medido, que se derrama más allá de mi garganta. Mi lengua se tiñe de color, pero sobre todo de saber. Porque de pronto me he visto tan atrás en el tiempo, enzarzado en la recogida de aquel fruto en los ribazos de los arroyos, cubierto de arañazos y sumergido en el placer de su textura. Y he contemplado los años de paso. Una ocurrencia vulgar: sólo por probar las moras ha merecido la pena andar por este mundo. ¿No sería éste realmente el fruto prohibido? La tentación irresistible de la niñez. Pero había tantas seducciones...) 




12 comentarios:

  1. Ay, ay, ahí me has dado. Mi relación con las moras es intensa y peremne .....mientras pueda caminar entre zarzales asturianos.

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    1. Nunca pensé que ciertas prácticas y situaciones de infancia se convirtieran en icónicas de la memoria.

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  2. Todavía hay bastantes moras por lo caminos.
    Besos.

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  3. ¡Ah, las moras!... Nada más ver la foto he sentido el sabor de esos frutos y la imperiosa necesidad de acompañarte. Para mí las moras son sabores y recuerdos inolvidables de la infancia y de la adolescencia. También ahora me enzarzo sin temor para alcanzar las incitadoras moras, negras,brillantes, más alejadas del borde del camino.
    ¿Se interesan los niños de hoy por las moras? No saben lo que se pierden.

    ¡Qué buen rato he pasado con esta entrada!. Gracias por recordarnos que fuimos niños felices con algo tan silvestre como llenar un cesto o una bolsa de moras y volver llenos de arañazos y de polvo.

    Un abrazo.

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    1. Muchos niños de hoy ignoran lo que son. Pasa con frutas, hortalizas, etc. Lo ven en la tienda, pero no en el medio donde crecen. Me alegro que comentarios como los que hago impulsen recuerdos y reflexiones en otros. Todos estamos en cadena análoga.

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  4. fantástico!
    Lo siento así también,
    Otra cosa es la palabra precisa con que lo describes, Señor
    Un abrazo

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    1. Oh, gracias si le llega, Anónimo. Uno es un vulgar intermediario de las sensaciones y los recuerdos.

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  5. Me encantan las notas, las de mi infancia, las que iba a recoger con mi padre.

    No son solo frutas silvestres, son todo un mundo de sensaciones y de recuerdos.

    Un abrazo

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    1. Es que el mundo silvestre es muy aromático: en olores, sabores, y yo diría que hasta en visiones y tactos. ¿No existe acaso el aroma de la mirada y de las manos? Dirás que me he pasado, pero suena bien. Así es. Ver un fruto de infancia como ese no es solo recordar cuando lo recogíamos entre las zarzas sino el lugar, la familia, los veranos, las experiencias iniciáticas...

      Un abrazo.

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  6. Desde luego. No saben igual las moras recogidas por uno mismo que las moras compradas en el mercado.

    Las primeras tienen algo añadido. Una emoción. Las segundas son ricas, pero carecen de emociones. Lo mismo pasa con las setas.

    De pequeña iba con mi padre al monte a coger setas. Solo cogíamos níscalos y criadillas de tierra. Exquisitas ambas. Era todo un ritual cogerlas, llevarlas a casa. Limpiarlas y cocinarlas.

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    1. Mi experiencia de veranos de infancia va ligada a las moras y a los pacharanes, como frutos que cogíamos por doquier en los ribazos. Las primeras, dulcitas. Los pacharanes siempre ácidos, los recogíamos para que los padres y las tías hicieran el licor. Por supuesto, y más variedades de frutas, pero claro pacharanes y moras eran silvestres, también en algunos lugares fresas. Y esa experiencia de coger y comer, ah, como subirte a las higueras a ponerte ciego y producir morreras, no se olvida jamás. El mercado no sustituye nunca a las experiencias pero puede servir para recordarlas. Bien dices: emociones como valor añadido.

      Vaya, ¡por la nostalgia constructiva!

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