martes, 13 de mayo de 2014

Imaginario, 36.




El río se abría violentamente en dos. Longitudinal, desproporcionado y a diferente ras. La navegación se interrumpía, los campos se anegaban, los meandros extraviaban sus contornos y el nivel de las aguas se elevaba incesante y precipitadamente. Mirándolo desde aquella altura yo tenía la sensación de que el tiempo volvía hacia atrás. Y que aquel afluente orgulloso pero humilde se vengaba de la erosión que lo había dejado convertido en mudo  -y menudo-  testigo.



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