sábado, 8 de febrero de 2014

Diario del registro




















Hoy toca el sano ejercicio de registrar cajones. Este verbo tiene un montón de acepciones. Incluso unas pueden llevar a otras si hay actitud de hacerlo. En principio mi pretensión es la más elemental: comprobar lo que contienen. Naturalmente me refiero a cajones, cajas e incluso alguna maleta que trasladan cosas viejas o de las que he olvidado su existencia. Digo trasladan porque siempre hago fantasía con que los objetos, los más nimios y los más espectaculares, allí dentro, todos mezclados, establecen una suerte de movimientos y de expresiones. Acaso se trate exclusivamente de un diálogo sordo para un humano. Pero imagino que entre ellos hablan y se relatan historias. Al mirar en el interior de esos contenedores voy cayendo otra vez en la cuenta de que me había olvidado de muchos de aquellos objetos. Lógica implacable. Uno no está pendiente de ordinario de cachivaches menores que no usa. De muchos de ellos ni recordaba su existencia. Ni siquiera me acuerdo si los guardaría yo o si lo hicieron otras personas que ya no andan respirando por el mundo. Personas que sobreviven para mí en otro plano que solo se manifiesta en el lenguaje del recuerdo, en parte materializado precisamente por la existencia de esos objetos. Hoy toca mirar y palpar. Tomarlos en las manos y activar el mecanismo de la memoria. Pero no es lo que más me entusiasma esa especie de recuperación nostálgica, no obstante su regustillo ora compensador ora lacerante. Lo que me atrae es percibir significados nuevos. El mero hecho de seguir haciéndome preguntas ante una medalla de guerra, un viejo reloj de tratante o una cartera de piel de Villarramiel es que el tipo que los usó se planta delante y me da siempre alguna pista nueva. Que uno se haga una pregunta que nunca se había hecho antes ya indica que el sistema de indicios funciona. La cadena de la indagación se activa. Tal vez se detenga en el siguiente eslabón y no pueda avanzar en una interpretación real de los hechos. Y qué más da. Registro y me limito a saborear mis propias preguntas. Corro unas cosas y otras, las saco de la caja, las coloco sin orden encima de una mesa y las contemplo. Como un tarot, los objetos depositados al azar sugieren una suerte. Un trozo de mi destino. Destellan en mi cerebro. En el recorrido visual siempre hay algo que destaca mi interés. Pregunta instintiva: por qué ahora esto que tomo entre mis dedos me llama la atención. Luego: qué quiere decirme. Más tarde: dónde quiere llevarme. Hoy toca un ejercicio aparentemente inocuo donde lo que uno busca, supongo que inconscientemente, no es tanto un entretenimiento como un rastro. Sin respuestas que certifiquen que las cosas fueron como puedo deducir. Pero es lo que tiene la alianza entre la memoria, más clara o más oscura, y las ganas de saber imaginando. Que se crea una situación alternativa, unos individuos que son otros, un sentido del objeto diferente. Es el juego. Las cosas en la existencia de aquellos personajes pudieron ir por ahí, me digo. Nada en la vida de lo que fue se reproduce dos veces. Una vez muertos los hombres y apagadas sus voces parece que fuera la nada. Incierto. Hasta que abres un cajón, presionas las hebillas de un maletón de cerraduras oxidadas o separas la tapa pegada de un estuche que mira, estaba allí y no lo habías visto nunca. Y, sin embargo, te esperaba.   


6 comentarios:

  1. Proust en los cajones, que no es lo mismo que salir del armario.
    El texto perfecto, su estilete incontestable. Los versos de Khayam sobre el breve temblor entre dos nadas eternas que somos, y sin embargo allí seguiremos viviendo en los cajones de la imaginación de los que nos prosigan. Como a las bodas de Fígaro, a este texto no solo no le sobra ni una nota, incluso crea la ilusión de contener al otro lado de sus puertas abiertas la vida que fogonea...
    Un abrazo, artista...

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    1. Omar Jayyam me apasiona, pero hay más de uno como él. La vida, ¿la tendremos en cajones olvidados? Papeles, fotos, objetos...significados ocultos...

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  2. Por ejemplo:
    "TAMBIÉN YO QUISE HUIR DEL MUNDO. USTEDES ME LO IMPIDIERON, CON SUS CARTAS, CON SUS PALABRAS POR LAS CALLES, CON SU DESAMPARO.
    LES PROPONGO ENTONCES, CON LA GRAVEDAD DE LAS PALABRAS FINALES DE LA VIDA, QUE NOS ABRACEMOS EN UN COMPROMISO: SALGAMOS A LOS ESPACIOS ABIERTOS, ARRIESGUÉMONOS POR EL OTRO, ESPEREMOS, CON QUIEN EXTIENDE SUS BRAZOS, QUE UNA NUEVA OLA DE LA HISTORIA NOS LEVANTE. QUIZÁ YA LO ESTÁ HACIENDO, DE UN MODO SILENCIOSO Y SUBTERRÁNEO, COMO LOS BROTES QUE LATEN BAJO LAS TIERRAS DEL INVIERNO.
    ALGO POR LO QUE TODAVÍA VALE LA PENA SUFRIR Y MORIR, UNA COMUNIÓN ENTRE HOMBRES, AQUEL PACTO ENTRE DERROTADOS. UNA SOLA TORRE, SÍ, PERO REFULGENTE E INDESTRUCTIBLE.
    EN TIEMPOS OSCUROS NOS AYUDAN QUIENES HAN SABIDO ANDAR EN LA NOCHE."
    - Ernesto Sábato (Antes del fin)

    Un abrazo,
    Tula

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    1. La palabra de Sábato transmite lo que los hombres han hecho toda la vida, todo su tiempo desigual...Los hombres han sabido andar en la noche y en el fin de la noche. Pero la noche está poblada también por grandes agujeros y vacíos.

      Tuña, gracias por citar al gran Ernesto.

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