...aproximé la mano para ver, y advertí que, a partir de una ciénaga difícil de descifrar en el corazón mismo de la palma, tenía lugar una emersión de salpicaduras negras, irregulares y oscilantes, yo sacudía la mano y lograba librarme de muchas de ellas, pero tan pronto como la enderezaba nuevamente volvía a aparecer aquel círculo sin nombre, solo que cada vez con mayor diámetro, y de él parían nuevas gotas móviles, y cuantas veces agitaba mi mano para desembarazarme de aquella peste, más deprisa y con mayor intensidad volvían a crecer sobre la piel, y la picazón volvía, y el desasosiego tomaba forma dentro de mí, y lo comprobaba no solo en mis extremidades, sino en el sudor que humedecía con frialdad mi nuca, en la respiración agitada, en un cosquilleo que hurgaba en mi tripa y potenciaba su ritmo, y de pronto sentía que me paralizaba, y aquellos pequeños tiznes iban adquiriendo no solo otra proporción sino principalmente la contextura de una actividad con vida propia, y me parecía ver en ellos diminutos seres que no sabía catalogar, seres dibujados, individuos de especie ignota que caminaban con rapidez en todas las direcciones de mi mano, y aquel fenómeno atrapaba mi mirada, y la nutría de un cierto horror, horror a no encontrar explicación, temor a lo que pudiera venir después, espanto al presumir que mi cuerpo empezaba a quebrar y que lo hacía de manera vertiginosa e inclemente, sin darme tiempo a pensar, sin dejarme tomar decisiones...
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