Querida Francesca. Cada vez que veo esta fotografía pienso si no sería un ensayo letal. Tú ensayabas cada día. Lo hacías sobre los objetos que te rodeaban, sobre los espacios que te comprimían, sobre las personas que te apesadumbraban. Ensayar era una suerte de experimentación. Tu cuerpo era experimento. Algo así como si te dijeras voy a probar qué diferencia hay entre mi desnudez y mi caricatura. Deambulabas por la vida como por una pose. Pero eras tú. Sombras, cuerpos demediados, retorcimientos, exageraciones. Movimientos sin fin, porque nada permanece un instante estable ni con el mismo rostro. Los amantes de la imagen dirán: lo representaba todo. ¿Todo? ¿Qué saben ellos? Se figuran que en el barroquismo buscado de tus representaciones estaba tu intimidad. ¿Qué entienden ellos, en su estúpido voyeurismo, de tu intimidad? Miran tu cuerpo, las posturas recónditas de tu cuerpo, y se desilusionan. No es lo que quisieran ver, se dicen. Pero tú no quisiste nunca posar, ni siquiera para ti misma. Al menos no de la manera ordinaria, pensando en el espectador testigo. En todo caso te ofrecías a tu propia y pasajera mirada. Siempre circunstancial, cambiante. Verte en la inquietud perpetua de tu cuerpo, de tu nervio, de tu desazón. Caminabas sobra las aristas, los planos, la contemplación aérea, las concavidades, lo borroso del ejercicio rápido con que te obligabas a pasar por instinto de un instante a otro. Dos veces no transcurre la sangre de la misma manera por mis venas, me dijiste una vez. Aún no te entendía. No se comprende a primera vista a una persona cuando uno se aproxima a ella. Menos a una mujer de la que tratas de obtener una atención. Aún me dijiste más. Siento mi sangre como cosquilleo, como impulso, y sueño a veces con que se desborda y cubre mi cuerpo; eso me dijiste. ¿Era aquella idea otra de tus imágenes letales? Como a continuación te reías, el escalofrío que sentía al escucharte se diluía y ambos apurábamos en risas y en palabras aquellas cuitas, hasta disolverlas. Perdona que te recuerde ahora, pero esa foto me trae a la mujer ingrávida que, no obstante su ternura rebelde, no se dejaba poseer ni atar ni sustituir. Así te recuerdo.
A propósito de esta levitación, permíteme amigo Fackel estos versos:
ResponderEliminarEl deseo se trasladó del conocimiento al instinto,
el amor subió de la memoria al cielo
y la imaginación se convirtió en locura,
mientras las bóvedas, cada vez más pesadas,
se apoyaban en muros más y más gruesos
y del interior oscuro, las voces del miedo
anunciaban que al principio fue el Verbo
y entre el Pantocrátor y los retablos nadie recordaba
que al principio fue Cronos: el Tiempo.
Los delfines, el Príncipe de los Lirios
y las diosas de abundantes ubres
fueron sustituidos por códices
y martirologios de tintas sangrientas.
"Sederunt Principes" entre el barro y el púlpito.
Las monodías se mezclaban con el sudor
y el silencio con los retortijones del hambre.
Ningún canto hasta
la llegada de Beatrice a sus nueve años.
Ningún soneto hasta
que el amor bajó del cielo a la memoria.
Salud
Qué bueno, qué bueno, Francesc. ¿Se te ha ocurrido sobre la marcha y sobre la visión de la Woodman? ¿Qué tiene el dintel que recuerda la bóveda celeste?
EliminarMuchas gracias (y cómo no iba a permitírtelo)
Amigo Fackel
EliminarA propósito del dintel no puedo dejar de pensar en la arquitectura griega. Los griegos fueron poco amantes de la bóveda, utilizaron mejor la arquitectura arquitrabada (vigas y pilares).
Arquitrabes y dinteles son elementos arquitectónicos que soportan tensiones de flexo-compresión. Cubren los vanos (puertas, ventanas, etc.) recibiendo las cargas que inciden encima y las transmiten a los apoyos situados en sus extremos.
Construyeron dinteles de madera y de piedra, y como que estaban convencidos de que la arquitectura también puede servir para comunicar algo, se dedicaron a grabar inscripciones en los dinteles.
Las palabras inscritas sobre las puertas servían para indicar alguna prohibición o para advertir de lo que te podía pasar si franqueabas la entrada.
En la puerta del templo de Apolo en Delfos la inscripción era esta:
γνωθι σεαυτόν
transliterado como gnóthi seautón o sea “conócete a ti mismo”
En entrada a Academia de Platón se podía leer la siguiente inscripción grabada en el dintel:
αγεωμέτρητος μηδείς είσίτω
transliterado como medeis ageometros eisito o sea “prohibida la entrada a quien no sepa geometría”
En el caso del templo de Apolo el peligro estaba servido: ¿qué ocurriría cuando uno se conociera a sí mismo? ¿Cabría la posibilidad de cabrearse y de retirarse la palabra a sí mismo y para siempre?
En el caso de la academia de Platón nos encontrábamos con una prohibición clara. Si no sabías geometría mal podrías resolver los problemas que te plantearían dentro, cuestiones como esta:
buscar las reglas que rigen el movimiento aparentemente desordenado de los planetas, y confrontarlas con las que gobiernan las acciones de los hombres.
Problemas así son terribles.
Pasaron los griegos y la costumbre de inscribir sobre los dinteles continuó. Muchas veces frases de terror, véase Dante, 'Lasciate ogne speranza voi ch'intrate' y otras veces inscripciones de soberbia o vanidad acompañadas de escudos heráldicos. Terrorífico también.
Salud
Francesc Cornadó
Qué interesante todo eso, Francesc. Y es una mínima parte lo que conocemos y nos ha llegado respecto a lo que tuvo que existir. En otra culturas no griegas también debía existir una arquitectura semejante. Pienso en Moisés encargado por Yahvé de transmitir a su pueblo que pintara los dinteles de las puertas con sangre animal para cuando pasara el ángel exterminador y distinguiera a los suyos de los otros...Aunque Yahvé ya había abandonado a su pueblo elegido cuando el exterminador de las SS entró a cuchillo y gas sobre ellos (no hubo marcas que les pusiera a salvo de la barbarie)
EliminarSiempre me llamó la atención también la arquitectura inca, mucho más reciente que la griega. O la maya. ¿Realmente desconocían el arco? Lo que quiere decir que el arco es un invento moderno por lo general y no transmitido ni paralelamente ni probablemente conocido por todas las culturas existentes.
En los campos de exterminio nazis hicieron una especie de arco tudor con la frasecita: Arbeit macht frei . Terrible.
Empezando por decirle que había leído "Recordando a la francesa", como quien "se hace la sueca", le diré que el buen Emilio Lledó decía que podemos llegar al desconocimiento por extrañamiento "aunque la memoria insista", al haber estancado imágenes del pasado y traerlas al presente.
ResponderEliminarNo sé a qué viene este devaneo mío, pero bueno, aquí se lo dejo. Quién sabe si podremos acuñar algún día, desde algún Sillón, la expresión o frase hecha "recordar a la francesa" como desconocimiento en el presente sobre lo ya conocido en el pasado a causa de la erosión del tiempo en su superficie exterior o en su condición interior natural...
Veremos. Saludos!
No deje de lado nunca a Lledó, es un sabio, PeterPan. Usted me hace recordar otra expresión: "despedirse a la francesa" que escuchaba en mis lejanos tiempos infantiles. No sé si la animadversión española a los usos y costumbres de sus vecinos del norte fue la que propició tan expresión. Aquí no acabamos de superar el ruido, el engolamiento, el me voy pero no me he ido y la pomposidad que eterniza una despedida. Si se pasa algún día por Madrid, dentro del período de PhotoEspaña 2013, creo que podrá ver algunas fotos de esa narcisista sorprendente llamada Francesca Woodman a la que uno perdona todo.
EliminarComo me llamo Francesca me imaginaré que este texto es para mí :)
ResponderEliminarNo está mal. Luego tú sabrás lo que tienes de Woodman para que te lo adjudiques...
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