sábado, 14 de enero de 2012

desde el sueño del desquite



No tienes idea de las veces que he soñado con sangre. No la que fluía de cada una de mis afirmaciones de adolescente. Sino la que contemplaba en aquel filo con el que una y otra vez arremetía contra tu imagen. En cuántas ocasiones durante mis sueños he alzado el arma vengativa. Recuerdo que siempre era lo mismo. La blandía en lo alto, descargaba el golpe, pero nunca supe si llegaba a hendirse en cuerpo alguno. Ni siquiera tenía certeza de que fueras tú quien se ocultaba tras una masa oscurecida que el sueño jamás me reveló. Mas yo quería que fueras tú, sí. Luego me quedaba mirando la hoja y pasaba la mano sobre aquella sustancia granate y viscosa que escurría por ella. Pero mis manos permanecían limpias. ¿Qué estaba diciéndome el sueño? ¿Era posible imponerme a ti, padre, sin que sintiera culpabilidad alguna? Pero en la realidad era tu actitud la que me detenía. Tu afán posesivo, tus ademanes despreciativos cuando yo pretendía transmitirte mis sentimientos. La brusquedad que exhibías al hablarme del mundo como si solo se dividiera entre cielo e infierno. Pero tú, que tanto te reclamabas de la probidad y del razonamiento, ¿en qué lado estabas de la vida? Me predicabas un territorio pero yo te veía como si defendieras el opuesto. ¿Pretendías hacerme creer a esas alturas que era yo quien rompía un pacto que jamás había sido entre iguales? Era lógico que me desprendiera de ti, poco a poco, imperceptiblemente. Y cuanto más me alejaba de ti, más empeño ponías en apretar tu mano de hierro. Yo veía tu sufrimiento. ¿Por qué no aceptabas el mío? Tal vez mis sueños de Némesis llegaban hasta los tuyos. Y temías dormido tanto o más como cuando estabas despierto. Tus momentos enfebrecidos te dejaban al descubierto y débil. Fue entonces cuando empecé a meditar sobre mis sueños. Cuando construí con ellos un pequeño relato para mí misma, dándome cuenta de que la línea que separa el sueño de la realidad es tan inconsistente como siniestra.

2 comentarios:

  1. Resulta familiar. Dichoso "pecado originario", porque de original no tiene nada. Bs.

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  2. Pues llamémosle pecado originario, MJ. Buen descanso.

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