domingo, 9 de octubre de 2011

la noche que (no) vio a las dracónidas


Los hombres se pierden cada vez más los acontecimientos extraordinarios. Sobre todo aquellos que están fuera de su control. Los que precisamente por no haber intervenido nuestra especie sobre ellos deberían convocarnos a todos. Si un fenómeno como el de la noche pasada -no es realmente una lluvia de estrellas pero el encantamiento y atracción que los astros producen sobre nosotros nos hace llamarlos así- se da cada equis años, ¿no es para despertar la curiosidad, el instinto natural, el sentido de la belleza y la capacidad de asombro de los seres humanos?

Siempre queda la opción personal de apartarse de una urbe y subir a un cerro. Pero él imagina por un momento que podrían haberse producido otras actitudes. Si no fuera porque los humanos viven encerrados en sus rediles minúsculos, mirándose al ombligo sin obtener respuestas en lugar de contemplar las estrellas, que sí las dan. ¿Por qué ha dejarnos de convocarnos la naturaleza?, se pregunta. Y sin embargo los hombres la siguen temiendo. A las sociedades desarrolladas, que han puesto abundantes medios en práctica, tanto de prevención como paliativos, les alarma como les espanta a los que no pueden ponerse a salvo cuando se producen las furias naturales. Pero estos últimos perecen más. ¿Por qué ese extravío del vínculo con lo natural, ese desinterés, ese volver la espalda a lo que es superior a los hombres?

Se apena por la ocasión perdida. Imagina que la noche pasada todo el mundo se ha parado para contemplar el cielo. Que las luces de las ciudades se han apagado, que los automóviles no circularon, que las televisiones detuvieron sus emisiones. Que la gente subía a las terrazas o se concentraba en la calle para admirar lo real y tangible, no lo virtual. Para ponerse los hombres contentos, para admirarse, para sentirse más llenos de verdad. Pero el animismo no cunde en estos tiempos de olvido de los orígenes. En estos tiempos en que el hombre teme al hombre y piensa que siendo todos de la misma hornada se van a quemar menos. Él no quiere dejar de soñar con que son estrellas, aunque no lo sean. Se tendió sobre la cama, desnudo, mirando el techo, derivando sobre las sombras como si las estrellas cayeran sobre él para fecundarle. Y aun deslumbrándole la interpretación científica él necesita elegir la onírica también. Para humanizarse dos veces. En tiempos de desolación, pensó, mejor mirar el firmamento. Aun el soñado.



(Imagen de Presencia de espíritu)

2 comentarios:

  1. Algo intermitente brilló en el cielo mientras daba mi paseo diario con Zola, si bien la luz de la luna, cuasi llena, resplandecía en el cielo. ¡Quizás fueran los destellos de algún avión comercial! ;) En estos tiempos... ya se sabe. Conviene buscar las estrellas interiores.... a falta de pan..... Besso.

    ResponderEliminar
  2. Depende donde estuvieras, Emejota, pero era la noche del descuartizamiento de los meteoros surgidos de cierto cometa que anda por ahí cerca. Tal vez los viste, pero verlos, sentirlos y disfrutar ese acontcecimiento es parte del alimento de nuestro interior.

    ResponderEliminar