viernes, 18 de febrero de 2011
Mi ojo / 28
El viaje a la ciudad ha sido largo y bastante incómodo. Cambiamos de transporte varias veces. Todo ha sido muy precipitado. Mamá se arrancó ayer con enfado y decidió que teníamos que ir hasta la oficina militar del distrito. Dice que no soporta estar sin noticias de papá. ¿Solo de papá? Cuando llegamos estaba oscureciendo y tuvimos que hacer noche y buscar una pensión barata. No sabemos la dirección de Hitomi. Tendríamos que pasar al menos un par de días para preguntar y tener una pista. Mejor que no.
Hacía mucho tiempo que no pisaba la ciudad. No ha cambiado demasiado. La gente recorre las calles en silencio. Va deprisa. No veo buenas caras. En los puestos de mercado hay poco género. Han desaparecido bastantes tiendas que en otros tiempos mejores alegraban la vista del centro. La luz eléctrica era tibia. Tuvimos que darnos prisa para que no nos cogiera la hora del toque de queda. La pensión era muy modesta. Cuando nos hemos levantado hoy por la mañana, a mamá le picaba el cuerpo por todas partes. Circulan menos coches que la última vez que estuvimos. Las bicicletas, por el contrario, abundan.
Llegar hasta la sede del Ejército no ha sido fácil. No entendíamos además por qué nos han controlado varias veces. Nadie teme una invasión del enemigo. ¿No estábamos ganando la guerra? Cuando hemos llegado a aquel edificio tan antiguo había una fila de mujeres con la misma intención que nosotras. Unos oficiales, que mamá decía que eran de baja graduación, nos han atendido con flojera y poco interés. Los papeles que llevábamos no han servido para mucho. La fotografía de papá que yo buscaba el otro día y que la tenía mamá ni siquiera se la han dejado mostrar. La gente ha cubierto unos datos en unos pliegos y nos han contestado a todos que pronto tendríamos noticias. Que iban a cursar nuestra solicitud y que tuviéramos confianza. De pronto ha aparecido un oficial que parecía más importante, porque todos los cuadros y soldados presentes se le han cuadrado severamente, y nos ha hablado con monótono entusiasmo. Vuestros padres, vuestros hijos, vuestros hermanos, y bastantes de vuestras mujeres que han acudido al cuidado sanitario, están dando lo mejor de sus vidas por la defensa de la nación y por el honor del Emperador. Tenéis que tener esperanza y manteneros unidos en la retaguardia. El trabajo y el orden siguen siendo necesarios. Ése es el campo de batalla para los que permanecemos cómodamente en nuestro glorioso y eterno territorio. Eso ha dicho. Ha clavado una mirada en semicírculo al tropel de personas que estábamos allí y ha lanzado un viva al Hijo del Sol Naciente. Respondido por un murmullo tenue que apenas se oyó. Luego, tras una inclinación marcial de cabeza nos ha dado la espalda y se ha alejado entre la posición de firmes de su tropa de oficinistas de caki.
Nadie ha rechistado, pero en los rostros secos de todas las mujeres se leía la ira. La policía militar nos ha desalojado compasivamente. Ninguna de nosotras ha sollozado.
Estos nos los van a devolver muertos a todas. Si nos los devuelven, me ha dicho bajito mamá. Me ha apretado la mano y ha añadido con rabia cargada de prudencia: Jamás volveré por este antro de miserables. En ese instante me he dado cuenta lo lejos que mamá está del culto al Emperador y lo peligroso que puede ser expresar con palabras los sentimientos.
(Fotografía de Yamasaki)
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