Es como si lo supieran más que nunca. A los toros los crían para que sean bravos y ellos quieren ser consecuentes. Naturalmente, hacer un toro bravo es una mixtificación. Es transformarlo en figura de la llamada fiesta nacional. Es ser objeto sin dejar de ser sujeto. Es amoldarse a unas formas para que se porte según los cánones, esto es, al negocio multifacial que se genera, a la demanda de la masa espectadora y al ritual que consagra cual si de religión se tratara y al que llaman arte. Los toros no tienen un ápice de tontos. Sospechan enseguida su destino y saben portarse con arreglo a su biología. Los toros ya no distinguen entre toreros, público o quien pasa por la calle. Saben que el animal humano que concurre a cualquiera de las variantes de fiesta (corrida, encierros o sueltas varias) está involucrado en verle bailar al son de las apetencias humanas. Así que no resulta raro que su bravía (o simplemente cabreo) se haya desatado este año con cualquier feligrés de andanada. Por llegar lejos han llegado a saltar las barreras, a encornar público y a escaparse del trazado del encierro al campo. Los toros están hasta las narices de ser el eje del espectáculo. Y se rebelan. No sé si les consuela lo aprobado en el Parlamento de Barcelona, pero no se fían. Los catalanes siempre son diferentes, dicen ellos.
Y no habría hablado del tema si no fuera porque me he topado con un ejemplar maravilloso de Ferdinando el toro, del norteamericano Munro Leaf . La edición que tengo, de Ediciones Lóguez, de Salamanca, lleva unos dibujos semi naïf de Werner Klenke que me apasionan. Recomiendo el libro y el mensaje. No todos los toros son como Ferdinando, un exponente de la resistencia pasiva (otros le llaman el toro pacifista) De momento, como la violencia de los hombres desata violencia, los toros siguen los derroteros de su sangre y responden como lo hacen los hombres. A pura sangre derramada.
Claro que uno piensa en aquel toro que hace un mes se escapó de la ceremonia en Valtierra, Navarra, campo a través y tardaron los forales en hallarlo varios días. ¿Sería una réplica de Ferdinando? ¿Qué ejemplo cundirá entre los toros bravos? ¿El de los que han optado por la vía armada? ¿El de los que son domesticados para saltar al ruedo? ¿O
el modelo risueño y rompedor que prefiere oler las flores y tumbarse bajo los olivos?
Me hablaron de Ferdinando cuando alguien desde Madrid lo homenajeó con motivo de la prohibición de los toros en Catalunya. Por lo demás, es cierto, qué maravilla, qué delicadeza...
ResponderEliminarEs decir, que siendo un clásico (esta obra no es precisamente por causa del abolicionismo de las corridas y la factoría Walt Diseny ya hizo una película hace muchísimos años) veo que siempre es nuevo. No esgtá mal. Como en literatura descubrir los clásicos sigue siendo modernidad.
ResponderEliminarMe alegro que alguien lo conozca, Ramón. ¿Cuántos de los abolicionistas sabrán del libro?
Un abrazo.