martes, 14 de septiembre de 2010

Preguntas extrañas


Me mantuve inquieto buena parte de la noche, haciéndome preguntas extrañas. Dónde van a parar los animales muertos, por ejemplo. No sus cuerpos, esas extremidades desperdigadas, una cabeza hecha añicos, las vísceras salpicando el barbecho. Eso ya lo veo con frecuencia. No pienso en sus volúmenes, que en un tris dejan de ser una cabalgadura o en los hábiles azuzadores de un rebaño o en el tacto suave que gustaba de acariciar unas manos femeninas, sino que me pregunto si hay otro destino para ellos. No sé por qué le doy vueltas a esto, tal vez por haberles tratado durante toda mi vida, y más en los últimos tiempos. Podría preguntarme simplemente a dónde va a parar su alma. Pero después de ver lo que he visto, que el alma en nuestra especie se pierde ordinariamente antes de perder el cuerpo, no tiene mucho sentido la pregunta. Porque ellos, los animales, nuestras bestias, al decir de muchos hombres ingratos, no hacen dejación de su espíritu. A diferencia de los hombres ellos no cesan de dotarse de vigor y de entrega. He contemplado a muchos de estos animales en pleno estertor, incluso después de haber sido machacados. En sus miradas me parecía seguir viendo el sentido de la vida latente, bastante confuso pero absolutamente leal. Y sin embargo, quién les iba a decir que la domesticidad en la que se habían acogido iba a ser también su perdición. He visto muchos más cadáveres de animales que de hombres. En los libros y en las clases de historia no se habla de ellos, porque la historia de los animales se oculta. Cuando se les menciona es como si se hablara de herramientas o de recursos o de compañías, pero nunca se cuenta con aprecio su vida. No hay una historia de los animales. Las guerras suelen traer para ellos la desgracia multiplicada. Pero de su infortunio, pagado con la propia vida, castigado con el abandono, no se escribe ni se hace película alguna. En una guerra se menciona primero al ejército, después a los generales, más tarde se habla de la estrategia y como mucho se nombran los distintos cuerpos, la marina, la artillería, la aviación. Todo ese aparato oneroso con el que se pretende dar respuesta o tomar iniciativa al enemigo de allá por parte del enemigo de este lado. Ni siquiera el hombre adquiere reconocimiento como tal. El hombre se transforma en el guerrero. En una guerra, incluso mucho antes, en las clases de formación de los militares y en las proclamas inductoras de las autoridades sobre la población para ir predisponiéndola hacia la matanza, las palabras están vaciadas. Es necesario que mueran las palabras para que se levanten sus sombras. Y cuando éstas se erigen en rectoras de la vida de una sociedad cabe esperar lo peor. La guerra es la muerte de la palabra. Se designan términos suficientemente abstractos para que la gente se identifique con la parte épica de su personalidad salvaje y que, por otro lado, no se sienta herida en su fragilidad aún primitiva. Aquel que no haya ido a una guerra no sabe que se trata de otro mundo. No solamente de otra existencia física, sino sobre todo de una dimensión atemporal. En ella se juega de antemano con la sangre y se calculan los daños como quien prevé la impedimenta. Los errores de cálculo son frecuentes. En la guerra en la que yo participé se valoraba a los animales que había a nuestra disposición como una parte de los pertrechos. Te podías quedar sin los jumentos o sin los perros de la misma manera que se te había acabado la munición. Se asolaban las aldeas matando de paso a sus habitantes y a sus animales, o bien algunos de estos eran requisados para la alimentación de los invasores. Si alguien tenía un punto de lástima lo alojaba en lo más oculto de su pecho. Había más animales que hombres yaciendo destrozados por las cunetas o entre las ruinas. Los caballos caían abatidos antes que los jinetes. No había mucho que hacer ante la capacidad desleal del nuevo armamento del ejército opuesto. Si los hombres perecían en el anonimato, las bestias no humanas lo hacían también en el olvido más hiriente de su consideración, y en esa manera de perder la existencia las especies, irónicamente, se hermanaban. Una fraternidad de impotencia y de negación. Las noches no son ya apacibles para mi. El recuerdo de lo experimentado es un arma arrojadiza contra mi retiro. Un ajuste de cuentas difícil de saldar.
(Fotografia de Shomei Tomatsu)

9 comentarios:

  1. Creo que los animales muertos van directamente a la luz. Se lo merecen mucho más que algunos de nosotros.

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  3. Es curioso que escribas esto hoy, y no sé si hablamos de lo mismo. Esta noche un animal que me ha acompañado durante unos diez años acaba de morir. Su vida y su muerte han sido dulces. Lo veo en todos los otros animales. Siempre he pensado que comparten la misma alma. No es una idea metafísica, es algo que siento. Si viniera de una tribu primitiva, seguramente lo llamaría el Espíritu.

    Y seguramente le pediría perdón a un animal antes de cazarlo para comer. Será porque las tribus primitivas no tienen ejércitos.

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  4. "También mueren caballos en combate,
    y lo hacen lentamente, pues reciben
    flechazos imprecisos. Se desangran
    con un noble y callado sufrimiento.
    De sus ojos inmóviles se adueña
    una distante y superior mirada,
    y sus oídos sufren la agonía
    furiosa y desmedida de los hombres."
    de Julio Martínez Mesanza

    Un saludo cordial
    k

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  5. Fackel:

    una entrada espléndida. No tengo respuestas a tus preguntas, pero comparto las dudas: intensamente, ahí, siempre, aún...

    "Es necesario que mueran las palabras para que se levanten sus sombras": esto es poesía, Fackel. Poesía.

    Y ahora saco la vena de profesor exigente y te pido que pases, leas y pienses en lo último que he subido a Marienbad: te interesa, te interpela. Te aseguro que lo vas a incrustar en tu pensamiento, honda carne adentro. También están los animales ahí, siempre los animales, y otras muchas cosas.

    Afila el lápiz y a la tarea, cuando tengas un rato más bien largo (y atención a la bola extra del final).

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  6. RAB. Lo había oído. Algo así acontece también con los humanos que se han dejado guiar por su ejemplo. Los humanos que no han olvidado los orígenes y se han dejado conducir por la bondad.

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  7. Hiniare. Es un azar que las meditaciones de mi post y la muerte de tu perro hayan confluido en el tiempo. Me hace pensar y sentir también lo que dices sobre que la vida y muerte de tu perro han sido dulces. Suponiendo que la muerte sea dulce. Pero entiendo que te refieras a que no es con padecimiento y dolor.

    La consideración que tiene el hombre-sistema sobre los animales está condicionada y modelada por el uso (y abuso) que nuestra especie ha hecho siempre de ellos. También las tribus primitivas habrán utilizado a otras especies, pero su vinculación directa con animales y tierra les volvía más próximos.

    Me gusta esa frase última sobre pedir perdón a un animal antes de comerlo. No deja de ser un acto ritual, pero también de reconocimiento. Se agradece sensibilidades como la tuya.

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  8. Gracias, Karmen, por esa cita. Desconozco al autor. Muy oportuna con arreglo a mi entrada. Pero impresionante. En esos versos (porque lo parecen, ¿no?) se sintetiza tan bien el sufrimiento de los animales como la confluencia en el daño y la agonía. Qué curioso, también el autor habla de ese hermanarse en el fin y en el dolor.

    Gracias por pasarte, y cuando quieras.

    Salud siempre.

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  9. De acuerdo, Stalker. Lo haré en cuanto tenga un rato tranquilo. Siempre lo hago, aunque no siempre exprese opinión, y tú lo sabes.

    Abrazo.

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