Hubo un tiempo de juventud en que veíamos las películas más sorprendentes. No sólo veíamos a François Truffaut o a Eric Rohmer en los cineclubs, verdadero bastión para ese saber algo más de cine que en las salas de distribución de la todopoderosa industria de Hollywood. Había algo más en aquellos cineclubs. Y es que aprendíamos también a hablar. Y lo hacíamos en unos planos diferentes y más abiertos a los de los militantes políticos, mucho más reducidos estos en su visión y temática. Así, gracias a la mano de algún aficionado que iba unos pasos por delante del común, accedimos a películas húngaras o checas o incluso rarezas alemanas que jamás volvimos a ver. Y así llegó Rohmer a mi vida. Con sus silencios, sus aparentes banalidades, su carencia de argumento al uso clásico. Pero también con su deslumbramiento. Y junto a él la figura cautelosa y engañosamente distante de Jean Louis Trigtinant, que era una constante en las películas de Rohmer, y la aureola de Françoise Fabian. Rohmer va vinculado a mis años de descubrimientos más que ningún otro. Y aunque no he visto ni por el forro toda su obra, sí que recuerdo con entusiasmo sus Seis cuentos morales, películas donde la cotidianidad de la vida se imponía, emergiendo desde lo trivial y volviendo transcendentes los insignificantes acontecimientos. Siempre tenía la sensación de que en las películas de Rohmer no se contaba casi nada y, no obstante, me atrapaban. ¿Por su estética, por las formas pequeñobuguesas de la vida francesa, por el encanto de sus actores? Tal vez debiera ver de nuevo ciertas obras. Ya empecé a hacerlo no hace mucho con Truffaut. Acaso debiera embarcarme en Rohmer un día de estos, porque me pregunto ¿de qué manera lo veré un montón de años después, sobre todo aquellos films de mediados de los sesenta? Hace tiempo ya sospechaba que tenía cuentas pendientes con él. Tal vez su muerte sea la excusa para indagar en sus mensajes. Tal vez hasta me lleve la sorpresa de que no me interesa su obra ni siquiera estéticamente. Y sé que entonces algunos matices de mi pasado, en alguna escala que se oculta, se derrumbarán. Ocasión para situar claves y desmitificar ficciones.
Estimado Fackel:
ResponderEliminarAun reconociéndole como uno de los grandes maestros de la cinematografía francesa, a mi nunca me llenó el ojo. Probaré con alguna nueva visualización de sus filmes, mas por respeto que por convicción. Con todo y con ello se lamenta su perdida.
Algo parecido me pasa a mi, pero tengo ciertos recuerdos de juventud y me pueden. De ahí que diga que me gustaría revisionar películas de hace tiempo. Para salir de dudas.
ResponderEliminarGracias por opinar, Ara.
Así lllegué yo también a Rohmer, Fackel, en mi adolescencia. Gracias a la cinemateca de la Sala Lugones, donde aprendí a ver el mundo. Esa fue mi universidad.
ResponderEliminarEn las noches sin fondo, Rohmer fue la soga que me devolvió a ese mundo que me había enseñado a mirar. Donde parecía que no pasaba nada, mientras se desataban los cataclismos interiores.
En esas noches me impuse una disciplina terapéutica: otra vez Godard, otra vez Truffaut, otra vez Rohmer.
El me enseñó a esperar el rayo verde. A gozar de la espera, aunque el rayo no llegue.
Tu mensaje de fin de año me emocionó, mucho.
Rohmer sigue filmando en la república de los sueños, que él bautizó Losange.
Un abrazo fuerte.
Eh, Pájaro, gracias por reaparecer por mi blog colético, jaj. Trato de localizar los Seis Cuentos Morales de Rohmer, al menos para despejar dudas. Lo que vimos con veinte años hoy puede tener otra dimensión. Eso e slo que me interesa ahora.
ResponderEliminarUn beso y gracias por tu estímulo.
Resistamos. Disfrutemos, hermana.