Tal vez no esté perdida toda esperanza. Lo infrecuente no es lo inexistente. Dejándose atizar por un sol compasivo, el niño ha tomado el banco. Tal vez se fuga tras un misterio, una indagación, una curiosidad. En definitiva, en pos de una irresistible atracción cuyas claves permanecen reservadas tanto a él como a cada lector. Haciendo un corte de mangas al desasosegante estrés infantil, que abunda, el chaval campa a sus anchas. Puede tratarse de una lectura pasajera, de espera, de reencuentro consigo mismo. Probablemente sea efímera. Mas acaso lo efímero se repita más veces al cabo del día, pasando los días. Entonces ya es frecuencia. Si el soporte cambiara, la reflexión ¿sería la misma? ¿Es el libro la seña de identidad para la elaboración del pensamiento profundo? ¿O va quedando desplazado? ¿Es la matriz donde se funden todas las figuras que nos rondan? ¿El crisol de todas las influencias? Son preguntas de mayores cuyas respuestas siempre son relativas y dudosas. Los desafíos del futuro tendrán que ser arrostrados, sin temor, pero también sin claudicación. A los que nos gusta leer, nos gusta el verbum impreso. La quintaesencia, lo aparentemente frágil pero lleno de vigor. Aunque nunca compremos bestsellers. El niño ni se enteró del paso del fotógrafo accidental que pateaba las calles de su ciudad esta mañana.
El joven lector me recuerda a mí mismo a su edad.
ResponderEliminarY a sus preguntas: No,si,si,si.
Salud y lectura
Aragonía, es lo bueno que tiene una imagen como ésta. Ahora que lo pienso, los chicos de otro tiempo leíamos más, aunque fueran ediciones sintéticas y escuchimizadas de los autores importantes. Y aunque todo se canalizara como libros de aventuras, jaj. Luego descubrimos que los libritos de aventuras eran de mayor calado aventurero y de páginas, y los hemos releído como cuenta pendiente. Qué gozada. En cuanto tenga un rato no laboral, voy me pillo otro banco. Estaría bueno.
ResponderEliminarSalud y a poner buena cara a la semana.