Las letras no pueden esperar. El mecanismo se muestra expectante. Tus manos se ausentan. No pueden esperar las letras porque por naturaleza son hijas del caos. Como tú. Como tus sentimientos. ¿Pueden detenerse tus sentimientos? ¿Alguna vez obedecieron órdenes ajenas que pretendían que fueran sometidos? ¿Alguna vez te exigieron que los domeñaras? Claro que sí, pero no les hiciste caso a los autoritarios de turno; aparentaste, nada más. Cuando tus sentimientos se rasgaron -y desde entonces no han parado de desgarrarse- buscaron enfebrecidamente la complicidad de las letras. ¿Para complementarse o para distanciarse? ¿Para compensar lo que ellos no obtenían por sí mismos? ¿O acaso fueron los progenitores de esta insolente encrucijada de vocablos e hilaciones sintácticas que ni tú sabes a dónde te llevan? No te engañes. Los sentimientos jamás han existido en estado puro. Como mucho tienen un punto fugaz de revelación que no atrapas. Un instante inadvertido, que cae como rayo sobre el territorio del hombre. Su carta de naturaleza está en que se hallan abocados sine die a ser representados por las palabras. Sentimos con nuestra pronunciación más íntima, pronunciamos los sentimientos. Por eso sabes que lo que quieres decir no puede esperar. Pero si esperase, si nunca más emitieras palabra alguna, si renunciaras a explorar, si te olvidaras de tus aflicciones y de tus impedimentos, si abortaras tus tentaciones, si tragaras saliva y detuvieras tu caos, ¿dejaría de amanecer? (Preguntas de un disoluto ante una máquina de escribir)
Tu pie en la esquina izquierda.
ResponderEliminar¡Entrometida punta de una zapatilla!
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