domingo, 16 de noviembre de 2008

El color



Te adentras en el bosque porque no te crees sus colores. Quieres registrarlos y palparlos. Quieres olerlos y preservarlos. Y uno de ellos te da de plano y te toma. Te dejas, te abandonas.



Está por todas partes. Cae del cielo, sube desde la capa de humus bajo tus pies, tapa las huellas, colorea las sonrisas. Es su gran momento efímero. Todos tenemos nuestro gran momento efímero. Aunque no se note.



Como si volaran tus pisadas. Imperceptibles. El suelo ha desaparecido. Una nueva geometría. Textura y forma del ocaso. ¡Y sin embargo parece tan nuevo!



El color va ascendiendo. Oculta las raíces, la base de los árboles, tus pies, los gritos de los niños. Pronto llegará hasta...ni se sabe. Ascensión que todo lo ocupa y lo tiñe.



El piélago te moja. Te lame las rodillas, te acaricia los muslos, te atrae. Atractiva su mirada narcisa. No te apartas. Acabará engulléndote.


Queda el diálogo solitario. El color permanecerá por la noche y sólo lo disfrutarán los bancos de hoja perenne. Pronto ellos serán también atrapados. Su apacibilidad no es garantía de supervivencia.


Juegos al trasluz. Los guiños del crepúsculo sobre el color. Éste absorberá toda la luz posible para sobrevivir en la oscuridad.


Resuenan aquellos versos de Georg Trakl, de su poema Sebastián en sueños...


Qué otoño más suave. Bajo los árboles altos quedos resuenan nuestros pasos
por el viejo parque. Qué serio el rostro del jacinto del atardecer.


El manantial azul está a tus pies, misterioso el silencio rojo de tu boca
que oscurece el sueño ligero del follaje, el oro apagado de unos ruinosos girasoles.

Cargados de adormidera están tus párpados y sueñan silenciosos en mi frente.

Suaves campanas tiemblan en el pecho. Una nube azul,
tu rostro, va cayendo sobre mí, en el crepúsculo.

2 comentarios:

  1. yo que amo la pintura, que consigue darme -los colores de un rothko, de un greco, de un zao wo ki-, donde más he sentido la expresión del color -por no decir donde más he sentido, sin complemento directo ninguno, sencillamente donde más he sentido- es en un atardecer, en el mar a lo largo de las horas del día, en los bosques gallegos. me lo has recordado. me lo has revivido. mañana tengo que volver a mirar atardecer por los jardines del generalife.

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  2. Todos los bosques guardan un cordón umbilical los unos con los otros. Sus leyes son superiores a las del ojo humano. No podría decir de todos los que conozco cuál me ha hecho sentir más. En todos he escuchado voces ancestrales, he hallado señales de la naturaleza que a mi me faltaban y me he deslumbrado con los colores efímeros y veloces que los pintores, con la mejor intención, han trasladado a sus cuadros con bastante acierto. Pero siempre nos quedarán los bosques, ¿no?, para sentir otra cosa. Más allá o más acá de la pintura y de la fotografía. Gracias, Ana, por tu aportación. ¿Por qué no nos cuentas luego cómo has encontrado el Generalife?

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