Estaba allí, de pie, a estribor, oteando el atardecer que se iba consolidando poco a poco, su imagen permanecía en la penumbra, el destello de la llamarada de su boca llegaba hasta mis sentidos, y tanto si aquella facción horizontal se tratara de una letra recién incorporada al alfabeto como si desde su labio superior se tensara un arco de amazona, aquella encarnadura rosada emitía una señal nueva, aún indescifrable, y ponía un punto de luz acogedor en la anochecida en ciernes, y la armonía de aquel perfil pasivo pero seguro me deslumbraba, no podía apartar mi vista de su gesto altivo, apenas intuido, siquiera vislumbrado, y no sé qué paisaje escudriñaba ella, no sé qué equilibrio la mantenía firme en medio del embate cada vez más agitado del oleaje, no sé por qué esa actitud perseverante y calma, y mientras, la espuma del mar la salpicaba y de rebote me salpicaba, el olor a salitre impregnaba mi olfato, humedecía mis labios, entreabría mi boca, y a cada golpe de aire que agitaba nuestros cabellos me llegaba una ola de aroma diferente, ni salado ni dulce, ni acre ni suave, una fragancia que procediera de un mundo submarino o tramontano que yo no había conocido jamás, que no había probado anteriormente en navegación alguna, y sabía que Ítaca estaba ya lejos, nada me reclamaba regresar a ella, al menos no por la misma ruta, ni con los mismos nautas, y por más que la leyenda pregonara el retorno al origen yo no pensaba en la Ítaca que quedaba atrás, sino en la nueva que debía abrazarme tras la travesía, y en aquella figura solitaria y enhiesta empecé a vislumbrar el signo de una antorcha, la noche iba precipitándose en torno a mi, pero ella parecía no temerla, como si la oscuridad fuera su aliada y estuviera en aquel punto con objeto de alumbrar mis movimientos y mis trabajos para garantizar la supervivencia de la nave...
Es preciosa la viajera. Preciosa.
ResponderEliminarY enigmática...y no sólo es viajera...y el navegante lo sabe
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