Cada día que pasa el aire le sujeta con más firmeza, tal vez se sorprenda por ello, o apenas lo sospeche, él mismo está perplejo, el aire le cimbrea con el ritmo de sus caricias, le trae rumores, aromas, geografías, no hay roce del aire que no conmueva primero cada zona de su cuerpo, que no recomponga después cada espacio expuesto a la intemperie, él mismo no imaginaba los territorios sin explorar que había dentro de sí mismo, los que se encienden a cada instante de la vida en que existe otra luz para él, los que crecen, fructifican, sangran, vuelan, se incendian o desbordan los límites, el aire no le hace oscilar, más bien le agarra sin que apenas note el asimiento de sus manos invisibles, le sustenta como jamás antes le había sustentado la materia terrestre, el aire le habla cuando parece que no habla, le piensa cuando simula no apreciar su presencia, le siente incluso cuando sentirle cuesta, y él se deja, y él se abre, y permite que el aire le ocupe y se apropie de él, halla lugar allí donde creía que todo estaba ya ceñido por los márgenes de la escasez, o atenazado por el debilitamiento del abandono, no sabe de dónde procede el aire, no sabe por qué le ha situado a él en el vórtice, no sabe desde dónde se renueva, le cuesta imaginar ya el mundo sin ser engullido por el viento, lo considera ya una improbabilidad, qué pretende, qué trae, qué exige, el aire profundo atraviesa todos los pliegues de su piel, acaricia las costras de sus heridas cicatrizadas, lame las más recientes, navega entre sus venas aún fluidas, alimenta su imaginación insaciable, aleja las cercanías o aproxima las distancias, y él se acostumbra cada vez más a un aire cuya textura le amasa y cuya calidez le nutre, y se deja impregnar por los alisios que aún no distingue, por los ponientes que aún no sueña, por los mistrales que aún no valora, y los vientos van quebrando con furor los meandros de su melancolía, van erosionando su tedio inconsistente, van abriendo su caparazón enmohecido, van limpiando las flaquezas de su caos, y él se admira nuevamente de su capacidad para absorber todo el frescor que el aire deposita sobre los alvéolos de sus pasiones, a través de los estratos de su inteligencia, entre los bancales de su curiosidad, sobre las laderas de la meseta desde donde ejercita aún risueño su larga mirada, él se queda atónito ante la receptividad con que acoge la fina corriente, ante la predisposición que le deja paso por los cauces secos de su desierto antiguo e inmemorial, ante el embate arrasador con que busca las grietas volcánicas que llevan al sustrato donde la energía permanecía agazapada, siente que su morada se ventila, siente que el aire hace saltar las cerraduras de su casa, que apenas desde el umbral el viento húmedo empieza a abrir puertas y ventanas, a comunicar estancias, a mostrar la luz que confluye desde todos los puntos cardinales buscando un alma única, y él sabe que no es fácil situar la morada del hombre, ni siquiera para el aire lo es, no es sencillo distinguir la disposición de las habitaciones ni comprender los pasos del habitante ni asumir la artesanía de su búsqueda, pero el aire no pregunta, llega, pasa adentro, se instala lentamente, ocupa, y ya no se sabe bien quién acoge a quién, si el aire al hombre o el hombre a los vientos que le elevan con su espiral, no se sabe, pero un movimiento magnético los retiene, los conforma, los alterna, tal es el poder del destino del viento, tal es la voluntad de la opción del hombre
Aire unido a olores. Olor penetrante y sensual de la jara. Olor de "hay más allá" de la orilla del mar.Olor atávico de la tierra mojada.
ResponderEliminarCon ellos respirar deja de ser algo involuntario. Lo hacemos con el deseo de llenarnos de...de fundirnos con...
Ésta es una tarde cálida. Bajo a tomar el sol y a dejarme acariciar por el aire. Por un tiempo seré una con ellos.
Sí, el aire implica siempre una fusión, de alguna manera. Primero con la piel, después con la memoria y, más allá, tal vez, con la sangre.
ResponderEliminarBuen día cálido, Lagave.