domingo, 27 de julio de 2008

Clamor


Es probable que eso sea el tiempo: erosión. Es posible que ése sea el destino: desgaste. Aguantar solitariamente los embates del viento imparable que lo arrasa todo. Del que no se sabe desde dónde sopla, por qué flanco llega. Desaparecer entre la arena que surge de las escamas desprendidas de nuestra propia piel. Permanecer impasibles a ver quién es el último. Confundiéndonos entre la línea del horizonte y el solar yermo. Sin un color diferente que rompa la monotonía cromática. Retorciéndonos sobre una raíz cada vez más débil. Dejadez entre vacíos. Flacidez de los arbustos que apenas resisten. La última diagonal se cubre de una belleza humilde. Es probable, es posible. No hay sombra para los malditos. Acaso ni noche. Los días se deslizan bajo el signo del despojo. ¿Qué fue de la lluvia? ¿Qué del viento que traía frescor? ¿Qué de la luz medida que iluminaba los silencios? ¿Qué de la palabra que rompía el alba con su carga de diamante puro? Peligra la consistencia de los árboles. Su menudencia oculta un arraigo del que nada se sabe en esta hora mortal. Afilados en su desesperada caída, sienten sobre su lomo maltrecho algo mucho peor que la naturaleza acosadora: el abandono. Claman. El roce de sus voces habla. Es posible el despertar. Es probable la redención. Mientras, sueñan que llega la primavera al desierto.



(Fotografía de la mejicana Graciela Iturbide)

2 comentarios:

  1. No sé quién eres. He llegado a tu blog por casualidad. Me he quedado hipnotizada por tus palabras. Como si después de un viaje por el desierto llegara a un palmeral. Volveré a leerte.
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  2. Gracias, anónimo, por interesarte. Ni uno mismo sabe qué hay de desierto y qué de oasis en la invención o recurso de sus propias palabras. Sólo intenta hacer más llevadero el recorrido. Salud.

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