sábado, 24 de mayo de 2008

El muro


Podría decirse que estás ante un muro. No hay reflejo, te basta la luz de la mesita para creer que ves. Pero te opones también a ella. Te resistes a considerar tu propia transparencia. Al menos esa forma reverberante que te resulta confusa. El espejo es un testigo ausente. La celosía de tus dedos te aíslan de una comprobación que no te parece necesaria. No la deseas. Todo lo que tienes que ver está dentro de ti. El objeto exterior no te sirve. La refracción te hace desconfiar. El fondo de la caverna es inútil. La proyección no aprecia tu dimensión íntima. Por eso huyes de ella. Te basta un gesto. Te ubicas ante el espejo y a la vez lo ignoras. Al dividir la estancia de tu vida de la que otros esperan de ti en realidad la preservas. ¿Crees que todo acaba en lo que no se entiende a primera vista? Tu vida se enciende de nuevo donde no veías anteriormente. Sólo la oscuridad nos hace anhelar la luz. El fin de un argumento no es el fin de quien lo genera. Una historia que acaba semienta otra que comienza. ¿Por qué nos aterran tanto los límites siempre relativos de nuestras propias experiencias? Tu negación es también tu afirmación. Tienes claro que preguntar al espejo carece de sentido. Podrías girar trescientos sesenta grados dentro de ti y percibir la visión que te esclarecerá. ¿Para qué seguir manteniendo la distancia ocular cuya medida es siempre aparente y equívoca? No escapas de ti misma, huyes en realidad de las dobleces que pueden hacerte quebrar. De aquello que es confuso porque no se contempla bajo el imperativo de la claridad. No escondes tu rostro entre las manos, más bien lees en ellas. Su postura es una enunciación protectora. Separa la frialdad de lo opaco de lo que empiezas a comprender lentamente. Aísla lo baldío de lo que empieza a adquirir sentido en ti. Ni por asomo te planteas flaquear simplemente por una situación de desconcierto. Sólo que prefieres ignorar la visión que podría devolverte el espejo adulterada. Te miras en tus manos, tu mejor espejo. Pero ¿resistirás la tentación de entreabrir los dedos?



(Foto de Nan Goldin)

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