domingo, 9 de marzo de 2008

De pies


Vienes de pies. De la manera más difícil que la naturaleza pueda decidir. Y eso puede ser un signo. Te expulsa una vagina cúbica a un mundo poliédrico, ignoto. Un mundo en el que, según caigas, será decisivo para garantizar un futuro o negártelo. Fíjate si es importante dónde se coloque tu cuerpo desde el primer instante. Pero aunque te acoja una tierra segura, tú no lo estarás con plena certeza. Porque un territorio son muchos territorios. Al principio verás un rincón desde tu cuna. Desde ahí hasta el otro rincón donde clamarás con nostalgia lenta y agónica “Rosebud, Rosebud”, hallarás infinidad de habitaciones, multitud de ambientes de colores, innumerables caminos y una enorme dispersión de paisajes abiertos. Pero cada espacio tendrá también su contraespacio. Cielos anubarrados, sombras imprevistas, esquinas de callejones sin salida aparente, rostros de dolor, desencuentros, y sed, mucha sed. Los antiguos oráculos decían que al que nacía de pie le sonreía la vida. Pero la vida no es una sonrisa permanente, como tampoco es una mueca de disgusto o de censura permanente. Tú desciendes dispuesto al aterrizaje de la sorpresa. Es posible que eso esperes de la vida en esta superficie que pertenece a todas las geometrías posibles, menos a la plana. Y si logras reforzarte en el estímulo de la sorpresa, si te propones hacer de cada gesto, de cada actitud diaria, una experimentación y un juego, el oráculo habrá acertado sobre ti. Nada ni nadie te salvará de la erosión de las formas que te acogen. Pero mientras, tu bajada de pies habrá asentado unos pasos que deben dirigirse a todos los lados de ti mismo.


(Foto de Jorge Molder)

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