jueves, 4 de octubre de 2007

Nombres


Cuando se encuentra con el ánimo poco estimulado, sueña. Sueña despierto, recreando lo que pudo ser y no fue. Sueña rescatando las imágenes que hacen de intermediarias con los recuerdos. ¿O son esas imágenes lo único que permanece, sin saber muy bien si son las causas o los efectos de lo vivido? Hay tanto bagaje en la historia de cada individuo. Es decir, en ese recorrido que unos llaman vida, otros experiencia, otros madurez. Piensa en los nombres, por ejemplo. Desde niños le enseñaron nombres. No siempre se correspondían con lo real ni con lo razonable ni con lo imaginario ni con lo entendible. Se le iba dictando nombres. Nombres que debían escribirse y repetirse oralmente y luego recitarse ante los superiores de la tribu. Nombres que debía tomar como certezas y cargar con ellos, impregnarse de ellos y adorar y demonizar bajo su égida sustantivada. Sería injusto olvidar que también hubo muchos nombres sencillos, que se repetían lo justo o sin darle más entonación, porque no contenían pizca de épica alguna: madre, pan, lluvia, escalera, muerto, nombres que se veían. Se veían tanto que pasaban desapercibidos; era como si no fueran nombres, sino estados de ser. Había otros también que no eran ni grandilocuentes ni tangibles, y que parecía que estaban formados de otra materia, tal como silencio, o que fueran producto del azar o de la equivocación, por ejemplo placer. Y había algunos que perseguían obsesivamente, tales letra o número o verbo. Y luego aquellos nombres que no se enseñaban sino que se aprendían a la manera como la tierra toma las esporas volantes: escondite, escapada, mirada. Nombres a contrapelo de todos los nombres y que se instalaban en la prioridad del niño que respondía a su llamada primitiva. Se salva a sí mismo una noche más con este arriesgado ejercicio de funambulista, el de recorrer un espacio entre lo deseable y lo soñado. ¿Recuerdas que recita el poeta portugués a propósito de los nombres? Eugenio de Andrade lo dice así:

Hay un tiempo en que damos extraños
nombres a las cosas.
Por ejemplo, fulgor; por ejemplo,
mundo; por ejemplo, deseo.
Nombres nuevos, como en la infancia
la nieve.
Un día despiertas, tienes trece,
catorce años, descubres que estás desnudo
y tienes al lado otro cuerpo
también sin ropa y menos inocente.
A tu oído, cómplice con la luz
matinal de los naranjos,
llega un rumor de sílabas roncas
húmedas de deseo.
Como otros días, de rama en rama,
la nieve.


(Fotografía del checo Jan Saudek)

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el texto Fackel.
    Lo peor es cuando aprendes nombres propios que no puedes olvidar.
    Buenas noches

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  2. Gracias, Olvido. Es que habría tanto que escuchar dentro de uno sobre los nombres...Y sí, a veces los nombres propios son los más comunes. Buena noche.

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  3. Mucho antes que yo, ya había quien hablaba de la sed. Yo sólo voy lentamente descifrando ese camino y a la vez haciendolo mío.

    Sabes, le he pedido o a los Reyes Los Surcos de la Sed. Me cuesta esperar tanto.

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