lunes, 10 de septiembre de 2007

Preservación



(Invocaciones II)


Cuanto más tarda en decidirse, más me diluyo en la neblina de la inseguridad. Cuanto más me evaporo, más se aleja él de mi. No sé si me escucha, aunque no le hable. No sé si él me habla, aunque me ofrezca la franqueza de su mirada. Este juego de aproximaciones y alejamientos me desconcierta. ¿Me refugio en la disolución o esta etereidad es la señal inequívoca de que me distancio definitivamente? No siempre las palabras cubren todos los espectros de la necesidad. Ni son los argumentos decisivos de la atracción. No es verdad que la palabra sea el comienzo. Éste se puebla de escarceos, de tentativas, de semblantes. Un juego de progreso y reacción, como en la música, pone en contacto al hombre y a la mujer. Hay tonos, hay desviaciones, hay frecuencias. La cuestión es aceptarse en esta especie de variación irracional que teje un conocimiento. Responder a la sensibilidad que emana de los elementos en estado bruto. Cuando llegan las palabras, ¿es más poderosa la red instalada entre dos individuos? ¿Es más rica y más determinante la materialización que pretende traer consigo la palabra? ¿Ratifica más el mundo de emociones y sentimientos o sólo lo adultera? Yo antes me rendía ante la evidencia avasalladora del discurso. Me parecía que me superaba, que aportaba un mundo del que yo carecía. Aquellas hilaciones verbales desnudaban mis resistencias. Y cuanto más me entregaba a la palabra advenediza permanecía más ausente de mi misma. Mis territorios indígenas peligraban porque temía desmerecer con mis recursos. Los veía como limitación. Es ahora cuando vuelvo a reconocerme en los signos más íntimos, algunos incluso más primitivos, para echar a suertes las exploraciones que me llegan. Y éstas me parecen abstractas. Y me hacen temer por imprecisas. Y me convulsiono en su lentitud. Podría resumirlo en un no sé lo que quiero, pero sonaría demasiado falso. El cuerpo habla de infinitas maneras. Las manos son capaces de sacar, de traer, de reposar, de prospectar, de señalar. Acaso en el principio fueron las manos más que nada. Sin ellas, sin su inmediatez y sus divagaciones no habría llegado la palabra al reino de los signos. Qué lejos de la luz queda el perfil de mis dedos. Sobre mi pecho, tratando de encontrarse con las clavículas, la mano ahuesada forma los pliegues de una serranía. Conato de preservación. No hay sobrecogimiento que no se exprese con las manos, ni avance ni deseo ni motivación ni marca ni reunión. Él debe saberlo como yo lo sé. Mi retroceso es un mohín reflejo. Una no se guarecería en la sombras si afuera no hubiera luz. Una pista más.


(Fotografía de Leonard Nimoy)

2 comentarios:

  1. También al cuerpo se le da demasiada importancia Fackel, como a las palabras.
    Queda lo que no se expresa.
    Interesantes tus 'enredos'
    Buenas noches

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  2. Hola, Olvido. Pretendía simplemente nombrar y advertir de lo interesantes que son los otros lenguajes (los no hablados) ¿Queda lo que no se expresa? A veces sí. A veces no existe. Gracias por tu comentario.

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