martes, 11 de septiembre de 2007
Invisibilidad
(Invocaciones III)
Te despliegas ante mi. Nítida, te deslizas entre el ramaje del invierno. Poblando de vida la arboleda caduca. Pero yo no te veo. Cuando sopla el viento frío los árboles se agitan convulsos y desprovistos. Sólo entonces tú surges desde el escenario de aquella carencia, como una permanencia posible, esperanzadora. Sé que me contemplas. Desde algún lugar de los espacios más grises contienes la afrenta de mis indecisiones. Los ciclos se suceden y el bosque es más viejo. Tu rigidez está poseída de una serenidad expectante. No te veo, pero tu rostro habla. No puedes creer que yo no haya entendido todavía que la temporalidad también es un enemigo para mi. No puedes captar que no me haya dado por enterado, como si mis cabellos no se hubieran teñido de colores opacos, como si mi rostro no se mostrara más encogido, como si mi cuerpo no se desplomase un poco más a cada paso. Tu fijación me amonesta. La firmeza de tus facciones no se alteran por el claroscuro que te ilumina y te oculta, alternadamente. De tu severidad se desprende un interés fiel y antiguo por mi, tal vez el último gesto que yo me merezca de ti. Es probable que ese cuerpo que se teje y se desteje entre los álamos no sea más que un eco. Acaso una fantasía. El testimonio ligeramente púber que no he podido jamás retener sino en la memoria. Acaso te exhibes para mi como un homenaje a los tiempos que creímos que nos pertenecían. Luego nos convertimos en dos fugitivos que traicionamos la constancia. Ahora estás y no estás. Apareces y desapareces, como días imaginarios, como cambios que acontecen en las estaciones. Tu mirada proyecta asombro, y sé que se queja de mi aparente impasibilidad. Es en ese momento cuando me siento tomado por ti. Y me perturba un estremecimiento cálido. Pero por más que entonces intento alargar mi mano hacia ese lugar no revelado desde el que te dejas sentir, más invisible te percibo.
(Foto de Leonard Nimoy)
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