martes, 10 de julio de 2007
Magdalena
Se sabe impura. ¿Quién no? ¿Es impura porque se ha entregado? No, más bien, porque no ha hallado satisfacción. La pureza vale mientras se permanece incólume. Mientras el individuo no prueba, es decir, mientras no arriesga sus capacidades, todo permanece dentro de él en un terreno de expectativas y preservación sagradas. Pero eso es fácil. Es lo irreal, y en esa geografía de dictadura de la renuncia el ser nunca es. La cuestión reside en lo que acontece cuando las exigencias que nacen paralelas no propician el arranque. Y por lo tanto no se percibe el conocimiento. Y sin conocimiento no se toca el sentido que tiene dentro de uno el valor que sólo se obtiene por lo percibido, por lo experimentado. Los humanos se sienten impelidos por la necesidad. Se dice en singular, pero se manifiesta en plural. Tal es el rostro del hombre. Múltiple, complejo, correoso. Infinito en su extensión. Inagotable en sus límites. Contradictorio en sus aspiraciones. Frustrante en sus tentativas. Pero irredento. Lo maldito -lo impuro- es el juego de contenciones, autocondenas, indecisiones y dudas que lo acorralan de ordinario. Los mitos hablaron. Quisieron comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, proclamó uno de los mitos de más éxito, es decir, quieren conocer ilimitadamente. Quisieron ser como dioses, dijo otro, pero si Prometeo no hubiera robado el fuego, a pesar de sus consecuencias, ¿dónde estaría la humanidad? Probar es arriesgar en esta especie nuestra. Comprobar certifica una verdad que siempre se está construyendo. Comprender la vida como procesos, no como estructuras rígidas. Porque la vida ofrece esa impureza que nos libera un poco más. No hay más reino que conquistar que nuestro descubrimiento interior, tal vez. Y por qué hay que proponerse un reino. Pero ni siquiera esta aceptación individual puede ser certera sin fomentar un encuentro que la evolución de la cultura y de la coincidencia en las necesidades reclama para ese conjunto que llamamos Humanidad. Lo categórico, lo legitimado, lo convenido, lo doctrinario...¿todo eso supone verdad? ¿O sólo son recursos temporales para la subsistencia, por una parte, y para la consolidación de los dominios de las castas, por el otro? Viejo dilema. Deshacerse del pensamiento superfluo y viajar con escaso bagaje, a lo Machado, puede ser una clave. Se sabe impura. El tránsito de la vida se lo manifiesta, pero eso la confirma en su integridad. Bienaventurados los impuros, porque de ellos será la búsqueda que les dé sentido vivir.
Recuerdo una robaí, esa estrofa de cuatro versos que Omar Jayyam, el matemático, filósofo y poeta persa escribió en la primera década del siglo XII:
“¿Hasta cuándo mezquitas, ritos, templos del fuego?
¿Hasta cuándo hablarán de infierno y paraíso?
Mira que en su tablilla el dueño del destino
escribió en un principio cuanto habría de ser”
Magdalena se siente impura, sí, pero más dueña de su destino.
(Paul Delvaux pintó)
F. Me ha gustado eso de deshacerse del pensamiento superfluo. Cazi ná. Nos pasaremos toda la vida, y puede que perezcamos en el intento. Pero comparto tu sugerencia. Lo malo es que te liberas de cierto pensamiento inútil del pasado y te vas adscribiendo al nuevo, que también se las trae. ¿O es la falta de pensamiento lo que califica estos tiempos? Saludos.
ResponderEliminarHola, Zeleste. Supongo que el pensamiento de hoy sigue sus vericuetos. Aunque ciertamente, hay una falta de pensamiento muy extendida que adquiere su carta de reconocimiento. Es como si de diera por hecho que las cosas funcionan robóticamente, sin preverlas, sin pensarlas, sin repensarlas. Me preocupa que la gente se convierta en masa y dé carta abierta a los poderes instituídos, que dudo tengan pensamiento, más bien intereses. Pero incluso para defender estos necesitan su cuadro mental. A veces uno tiene la sensación de que lo cíclico vuelve. Sólo es sensación. Yo no lo creo. Al menos no vuelve de la misma manera. Siguen existiendo fuerzas y oposiciones que buscan su lugar en el planeta. Acaso porque la globalización es una tendencia, pero no un manto protector, precisamente. Tampoco tengo claro que un mundo con ideologías férreas y obtusas valga más que esta sociedad de consumo, que también tiene las suyas. El asunto es dónde anda el individuo, dónde el ciudadano, dónde el ser. Frente a tirios y troyanos, seguirá siendo necesario reivindicarlo.
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