martes, 24 de julio de 2007
Fucsia
Te lo he dicho mil veces. No me gustas de fucsia. Te encuentro demasiado diabólica. El color no te hace más cuerpo por eso. La mirada, sí. La mirada gana en maldad, porque tú no tienes una mirada como ésa. Enmascara los ojos que me observan furtivamente cuando tomamos tequila en el bar de Rockwell. Pero resulta. Es una pose. Los labios, con excesivo carmín. No lo necesitas para que yo te los absorba, y tú lo sabes. Son sinuosos por naturaleza, y su carnosidad me engatusa. Así, en cambio, me repelen. El cigarrillo te viene demasiado grande. Y además no sabes fumar. Ese cabo de ceniza demuestra que no disfrutas, que te da lo mismo, que no distingues un pitillo oriental de un nativo. Mejor, yo ya he fumado todo por ambos. No sé por qué este recibimiento. Me he dejado enredar en la coincidencia. Había quedado con Bill y no tenía previsto cruzarme contigo. Mucho menos subir a tu piso. Si me has querido sorprender, bien, lo has hecho. Pero no me gusta. Demasiado irreal, es como si me estuvieras pidiendo que te tratara de otra manera. Y a lo mejor lo hago. E incluso tire de cartera, aunque no sé si entonces te parecerá que he llegado demasiado lejos. Estoy preparado para que me abofetees. De cualquier manera lo hubiera intentado, aunque te mostraras en tus modos habituales. No te entra en la cabeza que las cosas hay que trabajarlas con la imaginación. Que no es necesario ningún aderezo, que los disfraces se ponen sobre la marcha, que basta confiar en la calidez de las palabras. Pero tal vez no es suficiente este punto de vista. Resulta demasiado académico, ¿verdad? Y en la pasión, lo académico acaba aburriendo. Y lo monótono, agotando las posibilidades. Puede que no lo hayamos intentado nunca con excesivo fervor. Hemos sido demasiado elementales en nuestros encuentros. Ahora observo la desviación forzada de tus cabellos. Si te los recoges y los dejas caer hacia un lado con objeto de sugerir una lascivia de cartón piedra, te diré que no era necesario. Demasiada tramoya. No sé si quieres ponerte o quitarte años. De verdad que no adivino tus intenciones. Suena a provocación, a que tal vez empieces a estar harta de mi y quieras desdoblarte para que yo me irrite y me pierda. Me conoces lo suficiente como para adivinar que me iba a disgustar, y sin embargo lo has intentado. No sé si hay algo oculto en tus intenciones. Probablemente. Ni por qué buscas una trasgresión. Y sin embargo no puedo dejar de contemplarte absorto mientras recorres la habitación ejecutando movimientos incesantes y pringándote de más color. La luz poderosa del neón de la fachada de al lado se funde en tu menudencia. Pero consigues que me aligere en mi gravedad. Creo que lo tomaré como un juego. Si intento atraerte a mis consabidos razonamientos me dirás: mira el viejo este, siempre con la misma retórica. Y eso me molesta enormemente. Que taches de retóricas mis sugerencias. Reconozco que me partes la seguridad. No la que debería mostrar contigo, sino la que creía consolidada dentro de mi. Y llegado a esta situación, me pensaré si dejo que me la rompas. Tú propones una representación en toda regla. De acuerdo. Admito el reto, acepto la sorpresa. No tengo nada que perder. Es como actuar, como volver a aquellas comedias que preparábamos cada año los chicos del instituto de la calle 49. La mayoría no concluían en su escenificación, pero prepararlas nos divertía. Te miraré fijamente durante un rato, mientras bailoteas a tu aire el ritmo de un blues de fusión. Te miraré inmóvil, hasta que sienta cómo me atrapa la forma de tu rostro. Tan pronunciado. Ese cruce aparentemente anodino de geometrías ovaladas. Una que desciende y la horizontal que forma la línea dura de tus facciones almendradas. Ya estás consiguiendo que te atraviese con otra visión. ¿Es lo que buscabas? Conozco tu cuerpo de apariencia púber palmo a palmo, pero ahora mismo me parece nuevo, proyectado. Si al llevar tus manos hacia la nuca te pretendes Sherezade, llevas camino. Todo es que yo me lo crea. Todo es que esta historia de ritmo y de miradas y de colores que inundan tu cuarto cautive al espectador. Una oleada de calor fucsia entreabre mi boca.
(Richard Kern fotografió a la chica)
Pero ¿no decían que el neón era frío?
ResponderEliminarAnónimo, el neón es todo lo frío que el objeto iluminado por el mismo quiera que sea.
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