jueves, 19 de abril de 2007

La visión velada


(Variaciones VI)
La tarde caía sorprendentemente cálida sobre la casa. El ventanal ardía y la persiana no funcionaba. Sólo quedaba apartarse y abandonar la estancia, o utilizar un viejo recurso que las mujeres de su niñez ponían en práctica. Desplegar unas sábanas que frenaran levemente la acción del sol. Resultaba chapucero y su acción era limitada, pero al menos no recibían los rayos solares con toda su brutalidad, aunque no pudieran conseguir rebajar el calor. Según se sienta a leer las está viendo. Sus tías dedicadas desde la mañana a la noche a labores de cosido y planchado, inclinadas sobre una Singer y sobre los bajos de decenas de pantalones y mangas de americanas. Sudando la gota para malvivir. Le choca que en estos tiempos de abundancia él tenga que recurrir a un método antiguo y casero. Es una primavera tan calurosa, se dice. Pero él no tiene que soportar estos rigores inusuales por obligación, sino por ocio. No se siente a gusto. Comparar imágenes sufrientes con sus pautas elegidas le incomoda. Y además él quiere contemplar los márgenes de color y de sombras que los desniveles del terreno ofrecen a su vista. ¿O simplemente desea aislarse hasta extremos imprevisibles? Le resulta lóbrega esa cortina con aspecto de sudario que acaba de colocar sobre la ventana y que la brisa mueve con lentitud. Demasiada rigidez y más opacidad de la que él quisiera. Ha convertido su comportamiento en una estética que le aplana. Desde la terraza que da al otro lado de la casa le viene una corriente con los olores penetrantes de los jazmines, las jaras, los heliotropos. Permanece pensativo. Le acecha cierto desasosiego. ¿Estará siendo así su vida? Se pregunta. ¿Debatiéndose entre el albur de las fragancias que las nuevas experiencias ponen en su camino y los tules velados que desgastan su cotidianidad cada vez más marchita? No puede apartar la mirada de la sábana que se agita pero que esconde el más allá. Le confunde esa pantalla ocultadora y sin embargo, a la vez, su admirable blancura le hipnotiza. Se siente aprisionado por su propia metáfora.
(Fotografía de Jorge Molder)

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