martes, 6 de febrero de 2007

La última máscara


Adora las máscaras. Las busca, las aprehende. Cara a cara trata de descifrarlas. Primero las observa a distancia, se deja fascinar por ellas y más tarde las acaricia. La madera es una materia que le recuerda la piel. Incluso es más cálida. Y más suave también. Y envejece de otra manera. Ni parece que envejeciera. Ella lo sabe. Ella tiene ya sedimentada la capacidad de su tacto. Ha acariciado tanto que la sensibilidad de sus extremidades pervive sabia en su apaciguamiento. No abusa cuando frota los perfiles de los rostros de ébano con las yemas de sus dedos. No desgarra su envés cuando las sujeta con sus uñas afiladas. Hay atardeceres luminosos en que se sienta frente a ellas y las contempla largamente. Un intercambio de miradas, un trueque de complicidades. Hoy voy a ser tú. Hoy vas a ser yo. Poco a poco la mujer ha ido convirtiendo su vivienda en un hábitat de máscaras. Alguien que estuvo de paso dijo que incluso parecía un mausoleo. No, no un lugar de muertos. Ella dice que es simplemente un espacio de celebración y memoria de rostros milenarios a punto de extinguirse. Los dogon, los senufos, los bambara, los yoruba, los dan, los punu. África es un plato completo para ella siempre tan insaciable. Las paredes se han transformado en mapas tribales. Las estanterías de su biblioteca se pueblan de máscaras entre literaturas ancestrales y relatos contemporáneos. Una Divina Comedia ilustrada por Doré se deja atravesar por la mirada impía de una careta nuna. La vida de Rousseau se contempla en una bwa. Las máscaras se ha apropiado de la casa. Las hay por el suelo, apoyadas en los zócalos o adaptadas a las macetas. Hay momentos en que el sopor de la tarde de verano la vence y la mujer sueña. Entonces se ve agitada e inquieta en un círculo enloquecedor. Su propio rostro acompaña una danza ritual de hombres que adoran la nueva máscara. Ninguno la toca, ninguno la incita, ninguno la llama. Ella se ha tallado para ellos, para sorprenderles, para cautivarles. Pero los guerreros no ven sino la ancestral máscara, la misma que labraron sus padres y sus abuelos. Ella se desvanece, y el sueño es tan profundo.
(Sobre una fotografía de Man Ray)

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