miércoles, 29 de noviembre de 2006

Próxima estación



El gran desasosiego que le invade, la turbación que muestra, el desconcierto que le corroe, el nerviosismo que exterioriza, el agotamiento que va haciendo mella en él le tiene en guardia últimamente. Se mira en los escaparates para percibirse, en el espejo del ascensor para advertirse, en el baño para sugerirse. Irse, desinencia o verbo. Se deja contemplar por los viandantes y les devuelve la pregunta: cómo me verán, se dice. Curiosidad morbosa. Qué aspecto les ofreceré, qué imagen estarán recibiendo de uno, se pregunta. Trata de analizar las miradas rápidas, las fijaciones inacabables, las observaciones disimuladas, las ojeadas irónicas. Pero en absoluto le inquieta el tic de los oteadores callejeros. No son representativos. Los animales se cruzan a todas horas por supermercados, calles, escaleras y estaciones de bus, y tienen claras sus delimitaciones. Se miran pero no se dicen. Los encuentros casuales con conocidos no valen mucho más: el juego de máscaras funciona con rapidez y efectividad y, salvo un mal día especial, no es difícil mantener el tipo de las apariencias. Y se sobrevive. Otra cosa es la dosis de soportabilidad que hay que desarrollar en las horas obligadas, aquellas que porporcionan cubrir las necesidades elementales y contra las que, con frecuencia, la filosofía se estrella. Cubramos un tupido velo, que decía el clásico. Se ha apoyado sobre las dos manos, sujetándose los pómulos, tamborilea con sus dedos en las mejillas ajadas por efecto del cansancio nocturno, echa un último vistazo a un texto de André Comte-Sponville, El mito de Ícaro y encuentra...

La gran tentación es la mentira. Y menos por querer engañar a otro que por miedo de reconocer la verdad ante sí mismo. Si es que hay una verdad. Las felonías son raras; la mentira más frecuente es la charlatanería. Se miente por horror al vacío...Pero el hablar por hablar es también una cobardía: miedo al silencio, miedo a la verdad...Es palabra, pero palabra asustada. Este miedo hace que en público todos seamos unos charlatanes. Por esta razón la soledad se presenta como una oportunidad: para, al menos una vez, llegar al final de su silencio. Esta soledad es ante todo interior, "somos soledad", como decía Rilke, en el corazón de la pareja o en medio de la multitud. Pero esta soledad es difícil y uno no la alcanza de golpe. Es más fácil de entrada aislarse en el sentido material del término: el aislamiento no es la soledad pero puede llevar hasta ella. Pedagogía del desierto: hacer el vacío alrededor de sí para encontrarlo en uno. No escuchar a nadie; tampoco decir nada; escuchar su silencio...De entrada para no seguir mitiendo hay que callar. El invierno es la primera estación del alma.

Se queda pensativo, absorto, lejano. ¿Habrá tomado nota?


(El hombre filósofoes una fotografía de Ivan Cap)

2 comentarios:

  1. Me has dejado sobrecogida Fackel. Con tus palabras y con ese texto tan precioso. Pero quizá para sobrevivir quizá no tendríamos que dar tantas vueltas o quizá si. El arduo camino es saber sobrellevar esa soledad interior.
    Un abrazo

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  2. La mentira como negación es tan intrínseco en cada individuo, como antiguo en la historia de los individuos de la Humanidad. Qué hay de necesidad, de resistencia o de negación está por dilucidar. No tanto en el piscoanálisis como en la medida de conducta interior de cada cual. Interesante, Fackel.

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