jueves, 31 de agosto de 2006

Ponga una máscara en su vida

"Si la mente es la fuerza más terrible del mundo, también es la única que nos defiende contra el terror. O bien: la mente es la fuerza más terrible del mundo precisamente en esto, en ser la única que puede defendernos contra ella misma. En esta noción se basa el mundo moderno"

(Wallace Stevens, "Adagia")

¿Transformismo en la sala? Como un ritual de clónicos las máscaras nos avanzan que la farsa continúa. Podría ser un parlamento, una reunión de empresa, una conferencia partidaria, un congreso de profesionales, una congregación de fieles. Podría tratarse de cualquier función. Esa clonicidad tan efectista parece que asegura la apariencia y el divertimento. Al fin y al cabo debe resultar más cómoda la vida llevándola así que ejercitando los músculos faciales forzada y obligatoriamente como pasa con los empleados de McDonald.

¿Se repartirán en breve máscaras por doquier? ¿Correrán a cargo de las corporaciones municipales, de las autonómicas, del Estado? ¿Encargará la Unión Europea millones de copias a la correspondiente multinacional de máscaras? ¿Concurrirán los candidatos municipales y regionales a las elecciones de 2007 de tal guisa? ¿Se decidirá en la ONU celebrar sus solemnes Asambleas Generales con tal modelo? ¿Se recibirán y abrazarán los primeros ministros de los Estados con alguna de ellas? ¿Dará su bendición Urbi et Orbe su Santidad Apostólica con un prototipo chic de máscara? ¿Asesinarán las tropas israelíes a los palestinos a golpe de carátula sonriente? ¿Se dotará a la Guardia Civil y a los voluntarios de las ONG de modelos acordes para recibir a los próximos cayuqueros africanos? Una cosa si sabemos: que el presidente Bush no la usa; él es un profesional de la mascarada natural, no de este tipo light.

(Preguntas de un obrero, en este caso empleado, ante un libro, el de la vida, que hoy dice, por ejemplo, que los países europeos van a sufragar la reconstrucción de Líbano. ¿No suena a mascarada superlativa? Ah, y que me perdone Beltold Brecht)

miércoles, 30 de agosto de 2006

Naguib Mahfuz siempre


Siempre le estaré agradecido. Accedí a la inmensa, fantástica y enredante extensión de relatos conocida como LAS MIL Y UNA NOCHES por haber leído antes un sucedáneo, el libro de Mahfuz titulado "Las noches de las mil y una noches". El libro de Mahfuz fue un doble milagro: descubrí al autor egipcio y parte de su amplia obra, y me fue revelada la colección de relatos clásicos de Las Mil y una noches, narraciones que me acompañan asiduamente como objeto de ensueño, reflexión y armonía.

Los noventa y cinco años de Naguib Mahfuz han sido fecundos, tanto en vida y experiencia personal (a la cual no escapó el riesgo, ya que hace unos años atentaron los fundamentalistas contra él y le dejaron maltrecho pra siempre) como en su obra escrita. Qué ha sido espejo de qué, sólo lo sabría él mismo. Entre novelas históricas, novelas de corte realista y literatura simbolista se ha desarrollado toda su creación, donde siempre aparecen como referentes vivos los elementos de la naturaleza humana y su debate en las circunstancias sociales y políticas de cada momento.

"Simbad pensó que podría disfrutar del trabajo y de las conversaciones nocturnas hasta el final de su vida, pero tuvo un sueño y cuando despertó no podía olvidarlo ni olvidar su efecto. ¿Qué era ese anhelo? ¿Tendría que pasarse la vida zarandeado por las olas del mar? ¿Quién era el que llamaba desde detrás del horizonte? ¿Esperaba del mundo más de lo que éste le había dado? Cerró su tienda por la tarde y fue a casa de Abdullah-al-Balji pensando que el jeque tendría la solución. Cuando se dirigía a la habitación del jeque vio a Zubaida, su hija, y el suelo se hundió bajo sus pies"

(Del libro "Las noches de las mil y una noches", de Naguib Mahfuz)

Largo recuerdo, Naguib Mahfuz, siempre.

martes, 29 de agosto de 2006

El hombre que volaba demasiado



No es cierto, como dicen algunas malas lenguas, que a mi no me guste viajar en avión, no es verdad, lo dicen porque los días anteriores me ven nervioso, eso comentan alevosamente, y que pongo un gesto huidizo y malhumorado cuando sale el tema, pero esto son ganas de molestarle a uno, aunque no niego que lo que me incomoda y me agita es tener que estar en la estación del aeropuerto hora y pico antes de la salida del vuelo, y esperar, esperar mirándonos los presuntos pasajeros unos a otros, disimulando el aburrimiento con paseos entre los operarios que trajinan y se ríen y los policías, que siempre te observan y te analizan en un pispás, por si acaso, porque el oficio de los guardias por principio es sospechar de ti, esto es lo que me convulsiona, esperar y ser escudriñado, encima ahora los controles que llaman de seguridad se convierten en incómodos careos muchas veces, hace unos meses sucedió que cuando pasé por el detector sonó esa alarma preocupante que hace que todo el mundo se quede clavado con su mirada mosqueada sobre ti, y se genera una expectación y un silencio, así que tuve que quitarme aderezos y soportes, todo eso que llevas por todas partes cuando realizas una gira, pero el control no me daba luz verde, así que fuera el abrigo, la chaqueta, la camisa, la camiseta, pero el maldito faro rojo seguía iluminándose sin desaliento alguno, los policías empezaban a mirarme mal, no sé si tanto porque me vieran peligroso, que creo que no, como por el incordio de no dar con la clave que causaba la alarma, al fin me quité los pantalones y el sagaz aparatito dejó de funcionar, y es que uno de esos amuletos de metal que uno suele poner en sus bolsillos había acabado posicionándose en un dobladillo de la pernera debido a un roto inadvertido, pero todo el mundo respiró, yo intuí también que había gestos irónicos en sus rostros, todos querían disimular pero les estaba resultando la situación bastante cómica, y noté ciertas risitas, y yo sin embargo me alegré porque eso distendía el momento vivido, pues este tipo de avatares son los que me irritan, esto y que cuando llegas a destino tienes que recoger el equipaje como si estuvieras en la ruleta o en el juego de la oca, una vez cogí una maleta que se parecía a la mía, pero no era la mía, hasta tenía puesto un pequeño rótulo con mi dirección, pero no era la mía, debió ser cosa de un empleado gracioso, distinguí que no era mi maleta por el peso, ésta pesaba poco en comparación con la que yo había preparado la noche anterior, llena de libros y papeles y catálogos de exposiciones, siempre me sucede lo mismo, cuando regreso de otra ciudad traigo sobrepeso para mis propias posibilidades de cargar con comodidad con el equipaje, pero no puedo evitar traer papeles, aunque luego en casa los tire, hasta un simple billete de autobús me resulta significativo, y no obstante la gente cree que todas éstas no son suficientes razones para mostrarme inquieto, y ellos insistiendo por lo bajines en que me da miedo coger un avión, claro, se dirá que a todos los pasajero les sucede lo mismo, ya se sabe que nos gusta refugiarnos en el compartir colectivo de las aflicciones, aunque siempre preferimos ubicarnos algún peldaño por encima, esa sensación de yo lo he superado ya, así que no entiendo muy bien por qué se ceban mis amigos conmigo, yo, cuando estoy sentado en el avión y éste se mueve me crezco, me pasa lo mismo que cuando me tienen que extraer sangre, que me gusta observar la operación con tranquilidad, cuando sé que la mayoría de los pacientes miran para las paredes del cuarto o hablan animadamente con el practicante, pero a mi me gusta controlar el instante, participar del ritual, fijarme en cómo comprimen con una larga goma mi brazo, cómo me ordenan cerrar el puño, cómo se introduce con firmeza la hipodérmica en la vena más señalada, y ese flujo diagonal de la sangre negruzca que es absorbida ávidamente por el émbolo, y que quede claro que no es placer, claro que no, no me considero tan masoquista como para que ese ejercicio me dé gusto, yo soy más exigente, es algo así como la conciencia de la comprobación, esto lo considero más espiritual de lo que suele considerarse este tipo de pruebas, a mi me gusta ver una dimensión más prospectiva en las conductas, y pongo este ejemplo de la extracción de sangre porque algo de vuelo hay también en ella, y algo de ceremonia hay también en todo lo que rodea el desplazamiento en avión, porque éste tiene su parte pragmática y efectiva, pero volar también está cargado de simbolismos, eso de creerte tan divino cuando has subido a doce mil metros desfiando todavía más que allá abajo la gravedad e ignorando la fuerza de los vientos, tiene algo de ensoñación eso de estar por encima de las nubes que, en cambio, cuando estamos en tierra nos parecen el techo, y es ridículo pero necesario para nuestra afirmación, al menos durante las horas de vuelo, sublimar la situación, esto mismo ya me ocurría cuando era niño y aún no sabía qué era viajar en avión, la tentación siempre precede al pecado, y lo bueno de la tentación es que te imaginas desordenadamente las cosas, a tu gusto y criterio, tal me sentí Ícaro salvaje y sin alas de cera una tarde de verano en mi pueblo junto con otros amigos, corría imponiendo a mi cuerpo un movimiento oscilante con los brazos extendidos, giro a la derecha, giro a la izquierda, emitiendo con mi boca algo parecido al rugido del motor de una avioneta, y me arrimé tanto a los ribazos del río, cinco o seis metros de altura sobre éste, no sé que falló en mi, si el motor, la orientación o las condiciones climatológicas, pero acabé en caída libre y gracias a la espesura de las zarzas se amortiguó mi caída, y desde aquel día consideré que mi bautismo de fuego me tenía reservado un futuro de viajero sin horror al vacío, y esto no lo entienden mis críticos, pero yo lo cuento...

(De la autobiografía inédita de E.Flyn Carrier Jr, batería del grupo The Last Flight)

domingo, 27 de agosto de 2006

Casida para los ojos de un chador


El infiel no sabe si Alá es grande (él es infiel) ni si existe con certeza ser alguno (él es bárbaro) bajo las letras doradas. Ve sólo una especie de antifaz desafiante y una mirada que no mira de frente sino a un horizonte más hondo, que no necesariamente está enfrentado. La mujer no es intuición, es tan real como la mujer del mundo de los bárbaros y de los infieles. Y además ella da la pista: las líneas limpiamente perfiladas de los párpados se yerguen altivas, sí, pero el rímel de las pestañas coquetea con el chador, y le disputa la belleza del negro.

Difícil traducir el gesto. Las almendras de los ojos mantienen unas aberturas desiguales: con un ojo te observa, con el otro te reta. O sólo es un pulso. Difícil saber si de civilizaciones, de políticas o de sexos. Y el infiel, pero sobre todo el bárbaro, se preguntan dónde empieza la sacralidad y dónde se diluye en cuerpo. Es el poder del enigma.

Sus ojos juegan con el alma del amante,
¡no te enfades, Señor, con sus miradas!
Ha cometido el crimen de adueñarse de nuestros corazones
y Dios lo considera como una buena obra.
Ay hermosura, la belleza es una de sus cualidades,
y la magia se esconde en sus movimientos.

Lo dice Ben Sahl de Sevilla, poeta andalusí converso (de lo judaico a lo musulmán), en lejanos y ya desconocidos tiempos en que las artes y las ciencias fecundaban los territorios peninsulares, sin mayor conflicto que la búsqueda, satisfecha o no, de la innovación apostando contra lo tradicional de la cultura. Como casi siempre, vamos.

El arte no es un vicio solitario



Una entrevista de hace unos años al escritor Roberto Bolaño en la televisión chilena y que, curiosamente, acaba de encontrar en un blog le ha hecho dar un salto sobre sí mismo. En ella, Bolaño declaraba el impacto que le había causado la lectura iniciática de La caída, de Albert Camus.

Esa misma impresión había tenido él al leerlo, y además se sentía ratificado y hasta un tanto expurgado por la sincera vertiginosidad que hay en él. Ahora, recuerda: cierto que no es uno de los libros más citados del autor francoargelino (La peste o El extranjero son sus obras más leídas) y que no tiene el perfeccionamiento narrativo de éstas, pero se haya impregnado de un carácter más directo, más íntimo y arrasador. Tal vez por esto ha tentado a algunos a adaptarla a la escena teatral.

Bien podría decirse que La caída es una especie de Tratado del saber vivir, que es tanto como decir resistir, después de haber vivido ya bastante (nunca es bastante, se objetará) para uso y comprobación de viejas generaciones (las jóvenes dedican y despilfarran tal vez demasiado tiempo en el ejercicio probatorio) Una especie de confesión que habla por ti, que te sientes poseído por ese espíritu salvajemente inquieto y demasiado inmerso ya en la vuelta de las cosas, sin perder del todo las ganas de efectuar aún algunas idas. Un espejo donde no se reflejan tanto las conductas lineales como los desdecires, las dudas, las torturas y los desasosiegos de la capacidad de reacción humana (otros dirían simplemente del alma)

Camus lo tenía claro: "El arte no es un placer solitario -llegó a decir- es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de los sufrimientos y de las dichas comunes"

Bien, por eso, un tanto azorado por la sugerente revelación de Bolaño, has ido al estante y has tomado el libro, y no puedes resistir copiar aquí un párrafo.

"Durante algún tiempo, y en apariencia, mi vida continuó como si nada hubiera cambiado. Yo iba sobre rieles y rodaba. Como ex profeso, las alabanzas arreciaban sobre mí. Y justamente de ahí vino el mal. Recuerdo el dicho ese de "¡Pobre de ti si todos los hombres hablan bien de ti!" ¡Ah, cuánta razón tiene! ¡Pobre de mi! La máquina comenzó a tener caprichos, paradas inexplicables.

Fue entonces cuando la idea de la muerte irrumpió en mi vida cotidiana. Me ponía a calcular los años que me separaban de mi fin. Buscaba ejemplos de hombres de mi edad que ya estuvieran muertos. Y me atormentaba la idea de que no tendría tiempo para cumplir mi misión. ¿Qué misión? No lo sabía. Y pensándolo bien, ¿valía la pena que continuara haciendo lo que hasta entonces? Pero no era exactamente eso. En efecto, me perseguía un temor ridículo: me parecía que no era poible morir sin haber confesado antes todas mis mentiras; no a Dios ni a ninguno de sus representantes, yo estaba por encima de todo eso, como puede usted figurarse. No, se trataba de confesarlas a los hombres, a un amigo, o a una mujer amada, por ejemplo. Si no lo hacía así, una sola mentira que permanciera oculta en mi vida sería definitiva por obra de la muerte. Ya nunca nadie conocería la verdad sobre ese punto, puesto que el único que la conocía sería precisamente el muerto, dormido con su secreto. Ese asesinato asurdo de la verdad me daba vértigo. Hoy, dicho sea entre paréntesis, eso me procuraría más bien placeres delicados. La idea, por ejemplo, de ser el único que conoce lo que todo el mundo busca y de que en mi casa guardo un objeto que ha hecho correr en vano a tres policías, me resulta sencillamente deliciosa."

viernes, 25 de agosto de 2006

La caída de los planetas


No, no se trata de hablar de la Guerra de los Mundos, la vieja película inolvidable de Byron Haskin, donde uno salía del cine apesadumbrado e inquieto pero al fin feliz y seguro porque aquello, decíamos, era sólo cine. Acaso se trata únicamente de la guerra de los conceptos, lo cual es peor y tal vez suficiente para que, acumulando fractalidad tras fractalidad (recordando ese otro Congreso de Matemáticos en Madrid), pueda ser causante de la otra.

Que Plutón ya no es un planeta es un hecho (?) por obra y gracia de la Autorictas Maxima, es decir del o de los correspondientes organismos de astrónomos y de estados patrocinadores que deciden lo que es y no es en la realidad exterior. Entonces va uno y se queda perplejo recordando los cates que cayeron sobre tantas víctimas de la pedagogía y de la enseñanza por no saberse los nombres de todos los planetas. Más no te preguntaban, ni te enseñaban: nunca supimos muy bien la masa, ni la distancia, ni la gravitación de los planetas, pero que no mencionáramos los nueve planetas considerados tales podía ser objeto de suspenso, de humillación o simplemente de risotada de la clase. ¿Y cuántos alumnos se decidieron por lo que no querían dedicarse en el futuro debido a un suspenso basado en semejante minucia?

Lo de minucia se ha decidido ahora, y es de suponer que como este caso habrá miles. No quiero ni pensar en los terrenos de la biología, de la medicina o de la física en general. La primera conclusión que uno saca: los humanos tienen muy arraigado que una decisión suya es un hecho objetivo. La manía persecutoria por clasificar y pontificar en función de la capacidad de visión (y por lo tanto de las herramientas de investigación disponibles) es tan antigua como las primera culturas. Y se entiende, pero repele la pretenciosidad y el tono de axioma con que siempre se ha obrado.

No sé si los científicos tendrán siempre razón o no. Ya vemos que los criterios son modificables, como la condición humana per se. Pero nadie pone en duda que, en la medida en que se se precise el carácter de lo conocido (suele llamarse a esto avance del conocimiento, ejem) la ciencia tendrá fiabilidad. Pero la fiabilidad debe llevar siempre adjunta una virtud de modestia, un sentido de lo relativo y una conciencia de los límites. Si no, volverán a caer más planetas del olimpo de las categorías. Y esto no importa tanto, porque lo ridículo acaba sirviendo para curar los propios males del envanecimiento.

Siempre será mejor una ciencia con errores (uf, lo digo con reticencia pero con esperanza) que una Iglesia con dogmas (aggggg) donde nada se corrige, sino después de muchos siglos donde lo evidente ya no es discutible. La duda es si la utilización maniquea de de la ciencia por parte de corporaciones industriales, estados y comerciantes varios no estará causando a veces inconvenientes y frenos, anteponiendo su ceguera ideológica y sus intereses de negocio al desarrollo y aplicación científicos como tal.

En fin, que la pregunta, ante este rebajamiento de nivel categórico del planeta Plutón, sigue siedo: la comprobación humana, ¿avanza o simplemente cambia de posición? El universo/espacio exterior, amplísimo y apenas descifrado, sigue siendo tal lo diga Agamenón o el porquero.

jueves, 24 de agosto de 2006

Strand, ora pro Baalbek




El hombre del diario anota lo que se mueve entre su mente y el caos. Tendría que decir entre su mundo interior y el mundo exterior, pero sería tan perogrullesco como inútil mencionarlo así. Porque lo que bulle en la mente de uno es siempre una concatenación de estímulos, cuando no de abandonos. Y encima la memoria, esa larga mano que opera con un bumerán cifrado de misterios y de búsquedas.

El hombre del diario ha visitado en algunas ocasiones la fabulosa Baalbek, otrora insignia imperial romana y lugar turístico en estos tiempos. Siempre le pareció un complejo de ruinas admirable adscrito a una ciudad libanesa discreta y apacible. Hoy el hombre se sobrecoge. No sabe muy bien cómo habrán quedado las dos Baalbek tras la última aventura impune del Estado de Israel. No sabe si estarán enteras o no las piedras de los templos y de las calles (redundando: ¿pueden estar más ruinosas unas ruinas?)

La incuria de la historia (eufemismo usado para englobar arrasamientos, destrucciones, alejamientos y olvidos varios, con agentes directos con nombres y apellidos causantes de los desmanes) no le recuerda siempre a uno aquello de "Estos campos, Flavio, que ves aquí...", porque no se trata de algo meramente pastoril y con nostalgia bucólica. En Baalbek y otras ciudades libanesas huele aún la carne quemada, se filtra el humo de los edificios incendiados y las gentes se quedan perplejas ante las pérdidas y humilladas por las ofensas.

Y entonces, el hombre del diario, que anda leyendo estos días los poemas de Mark Strand, da con uno que se titula UN VIEJO SE DESPIERTA EN SU PROPIA MUERTE, y piensa que ese viejo del poema bien podría tratarse de una ciudad en ruinas: un hombre y una ciudad en ruinas comparten la vejez, o bien ese paso más acá y más allá de la muerte llamado intemporalidad.

"Éste es el lugar que me ofrecieron

cuando fui a dormirme,

el que me arrebataron cuando desperté.

Éste es el lugar ignorado por todos,

donde los nombres de las estrellas y los barcos

vagan fuera de todo alcance.

Las montañas no son más las montañas;

El sol no es el sol.

Uno tiende a olvidar cómo era;

me veo a mi mismo y veo

un fulgor de tinieblas en mi frente.

Una vez yo fui todo, una vez yo fui joven...

Como si eso importara ahora

y tú pudieras escucharme

y el tiempo de ese lugar pudiera detenerse."

Como una oración laica por Baalbek, la nueva y la de siempre.

Inolvidable


"Si muriera el alfabeto
morirían todas las cosas.
Las palabras
son las alas.

La vida entera
depende
de cuatro letras"

Federico García Lorca


(A los setenta años de su muerte a manos de los energúmenos, Federico García Lorca bien se merece algo más que el ligero recuerdo. Nuestro homenaje: revivir y disfrutar la lectura de su obra)

martes, 22 de agosto de 2006

Dioses y héroes (caídos) de Mitoraj



Los dioses y héroes de Igor Mitoraj son las figuras que encarnan el retorno. Sus volúmenes sugieren el discurso de los clásicos y el rearme estético de los renacentistas, pero ya no son aquellas propuestas. Éstas son figuras diezmadas, quebradas, ahuecadas, labradas en las mejores estirpes del acero o de lo pétreo, y que no pierden por ello su canon de belleza ni su digna majestuosidad. Si se inspiran en los ancestrales mitos y en la búsqueda de la perfección humana, esta manera de representarlas como caídas del pedestal o volatilizándose, que tanto recuerda la belleza oculta de las ruinas, las deposita el artífice en el trance vertiginoso y fáustico de nuestro tiempo. Pero ellas siguen en pie, añorando el espíritu perdido del mito, transmitiendo el velado mensaje de que a los seres humanos nos persigue el eterno destino de lo inacabado.













Sí, este Karl Kraus retratado en la pintura expresionista adjunta es el que comentó una vez:

"Los cuchillos dicen: ¡sin nosotros no habría jamón!

Los periodistas dicen: ¡sin nosotros no habría cultura!

Los gusanos dicen: ¡sin nosotros no habría cadáver!"

¿Sigue en vigor el aforismo?

Kraus vive


Ésta no es una página sobre Karl Kraus ni sobre su obra, lo cual no quiere decir que no se le cite cuando apetezca. Todo es más sencillo. En junio ha hecho setenta años de su muerte, a causa de un atropello en una calle de Viena. Bien, un aniversario puede ser algo convencional, pero para este blog es sobre todo un homenaje. Y principalmente una excusa.

Traer el nombre de Kraus a la Europa de 2006 no pretende sólo sacar del olvido a un hombre y a una obra satírica y literaria, hecho que por sí sólo merecería la pena. Es más interesante rescatar un espíritu, el de la crítica y el de la conciencia moral en el rigor de la palabra, como dice el profesor Francisco Fernández Buey. Tamaña tarea no es más que una modesta intención para este cuaderno. Tan modesta tan modesta que tomamos como lema uno de sus aforismos: "La mitad del tiempo se la pasa resistiendo, la otra mitad indignándose".

En este sentido, a partir de ahora, hablemos.