domingo, 27 de agosto de 2006

El arte no es un vicio solitario



Una entrevista de hace unos años al escritor Roberto Bolaño en la televisión chilena y que, curiosamente, acaba de encontrar en un blog le ha hecho dar un salto sobre sí mismo. En ella, Bolaño declaraba el impacto que le había causado la lectura iniciática de La caída, de Albert Camus.

Esa misma impresión había tenido él al leerlo, y además se sentía ratificado y hasta un tanto expurgado por la sincera vertiginosidad que hay en él. Ahora, recuerda: cierto que no es uno de los libros más citados del autor francoargelino (La peste o El extranjero son sus obras más leídas) y que no tiene el perfeccionamiento narrativo de éstas, pero se haya impregnado de un carácter más directo, más íntimo y arrasador. Tal vez por esto ha tentado a algunos a adaptarla a la escena teatral.

Bien podría decirse que La caída es una especie de Tratado del saber vivir, que es tanto como decir resistir, después de haber vivido ya bastante (nunca es bastante, se objetará) para uso y comprobación de viejas generaciones (las jóvenes dedican y despilfarran tal vez demasiado tiempo en el ejercicio probatorio) Una especie de confesión que habla por ti, que te sientes poseído por ese espíritu salvajemente inquieto y demasiado inmerso ya en la vuelta de las cosas, sin perder del todo las ganas de efectuar aún algunas idas. Un espejo donde no se reflejan tanto las conductas lineales como los desdecires, las dudas, las torturas y los desasosiegos de la capacidad de reacción humana (otros dirían simplemente del alma)

Camus lo tenía claro: "El arte no es un placer solitario -llegó a decir- es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de los sufrimientos y de las dichas comunes"

Bien, por eso, un tanto azorado por la sugerente revelación de Bolaño, has ido al estante y has tomado el libro, y no puedes resistir copiar aquí un párrafo.

"Durante algún tiempo, y en apariencia, mi vida continuó como si nada hubiera cambiado. Yo iba sobre rieles y rodaba. Como ex profeso, las alabanzas arreciaban sobre mí. Y justamente de ahí vino el mal. Recuerdo el dicho ese de "¡Pobre de ti si todos los hombres hablan bien de ti!" ¡Ah, cuánta razón tiene! ¡Pobre de mi! La máquina comenzó a tener caprichos, paradas inexplicables.

Fue entonces cuando la idea de la muerte irrumpió en mi vida cotidiana. Me ponía a calcular los años que me separaban de mi fin. Buscaba ejemplos de hombres de mi edad que ya estuvieran muertos. Y me atormentaba la idea de que no tendría tiempo para cumplir mi misión. ¿Qué misión? No lo sabía. Y pensándolo bien, ¿valía la pena que continuara haciendo lo que hasta entonces? Pero no era exactamente eso. En efecto, me perseguía un temor ridículo: me parecía que no era poible morir sin haber confesado antes todas mis mentiras; no a Dios ni a ninguno de sus representantes, yo estaba por encima de todo eso, como puede usted figurarse. No, se trataba de confesarlas a los hombres, a un amigo, o a una mujer amada, por ejemplo. Si no lo hacía así, una sola mentira que permanciera oculta en mi vida sería definitiva por obra de la muerte. Ya nunca nadie conocería la verdad sobre ese punto, puesto que el único que la conocía sería precisamente el muerto, dormido con su secreto. Ese asesinato asurdo de la verdad me daba vértigo. Hoy, dicho sea entre paréntesis, eso me procuraría más bien placeres delicados. La idea, por ejemplo, de ser el único que conoce lo que todo el mundo busca y de que en mi casa guardo un objeto que ha hecho correr en vano a tres policías, me resulta sencillamente deliciosa."

5 comentarios:

  1. Camus es mucho Camus. Algunos le han olvidado, pero es que otros ni siquiera le han descubierto. Acertado lo de traerle a colación, Fackel. Habría que hablar más de él, habría que leer y releer (que cada cual se sitúe) su obra. Es un autor clarividente para tiempos de vértigo. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Los imprescindibes secretos.

    Un saludo

    ResponderEliminar
  3. De acuerdo: en tiempos en que las modas, inclusive las que lo ignoran todo, priman efímeramente no suele haber lugar para sentirse Camus. He ahí lo importante de la lectura: buscar el sentimiento, es decir, la otra reflexión. Bien por tu sensibilidad camusiana, Quercus.

    Olvido: sí, los secretos tal vez son imprescindibles, o sólo latentes, pero son un tesoro de cada cual.

    ResponderEliminar
  4. Excelente reflexión sobre Camus y su obra.

    Un abrazo grande

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Son descubrimientos -o eran- y ahora aún sigue uno descubriendo. Uno no sabe hacer otra cosa. Gracias por leer tan atrás.

      Eliminar