Quiero que conozca a un personaje interesante. Se llama Helmut. En cierto modo se parece a usted, pero no es nada pasivo. Esta calificación de Else sobre mi persona me parece en extremo gratuita y desafortunada. ¿Por qué se empeñará en zaherirme?
La taberna no tiene la prestancia del Josty y la clientela dista un abismo de aquella otra. Hasta el humo habla del tipo de tabaco tan diferente, aquí extremadamente grueso.
Y, sin embargo, nada más entrar el ambiente me parece amable y el vocerío, si bien es bravo, no emite la jactancia remilgada de las palabras flotantes de mi café habitual. No me siento en absoluto incómodo, estoy hecho para cualquier ámbito. Se lo hago saber a Else, que me sonríe triunfal. Else se ha puesto a echar un vistazo por todas las mesas y desde todas ellas es respondida por miradas simpáticas, incluso insinuantes si no provocadoras. Es obvio que se la conoce aquí. Algunos parroquianos la saludan agitando la jarra de cerveza, otros la invitan a sentarse al lado.
No ha llegado todavía, me dice. ¿Tu activo amigo?, se me ocurre en un intento de sacarme la espina. Bueno, es lógico. No siempre actividad y tiempo se ajustan.
Else lo encaja, pero se trasluce que le ha molestado. Le defiende. Él es un intelectual discreto, amigo de la gente sencilla, tan atractivo como usted, salvo en que es menos teórico. Y sobre todo un tipo que sabe colaborar, que llega a la gente. No sé si dejarme afectar por los elogios o decaer por las comparaciones. Me ronda una respuesta contundente, algo así como: usted no sabe apenas de mí, Else. Lo pienso pero no lo digo. Que siga el curso de sus impresiones. Al fin y al cabo es entretenido y bonito el juego. Los juegos más apreciados son aquellos que no se ven venir, los que ocultan fichas o donde se interrumpen de improviso los movimientos. O bien los que dan giros inesperados, aunque sean arriesgados. ¿Cuál de todos ellos se estaba poniendo en aquel momento sobre el tapete de nuestra incipiente amistad?
Propongo sentarnos y hacer tiempo. No esté inquieta, Else, se lo sugiero. Si viene su hombre, bien, y si no, otro día será. Pero ella se mueve entre los grupos de tipos que confraternizan. A alguno le pregunta con cierta reserva por el tal Helmut. Mientras, desde el banco corrido en que me he instalado -qué distintos estos asientos de las sillas individuales del café burgués- observo este tugurio digno sin sentirme extraño. Qué diferente resulta aquí el sesgo de las conversaciones. Qué rostros tan rudos y qué características tan descuidadas las de los contertulios. La vehemencia con la que se exponen sus ocurrencias es natural, aunque las expresiones sean con frecuencia brutales, pero carecen del engolamiento de los biempensantes del Josty.
Pongo el oído a la mesa más próxima. No hablan de negocios, sino de necesidades. No exhiben conocimientos de modas artísticas ni literarias, sino que cuentan entre sí percances de sus oficios. No presumen de saber de enredos políticos, pero distinguen a los personajes públicos que les defienden de los que van a calentar poltronas. Proponen ideas que pueden parecer descabelladas y que para ellos son acuciantes. No ven claro cómo salir de la situación endiablada que se ha generado en el país, pero se resisten a retroceder. Hay en ellos una tensión esperanzadora que, a tenor de muchos comentarios pasionales, les puede complicar la existencia. Cada vez que pronuncian al unísono Prost, Bruder y juntan las jarras es como si hubiesen sellado un pacto de afectos que les compromete mucho más que los pensamientos.
Nadie sabe dónde está Helmut, dice Else de vuelta de sus indagaciones. Ni le han visto ni ha dejado aviso alguno. Alguien de sus más íntimos opina que le habrá surgido alguna tarea especial. No, no tengo por qué pensar lo peor. Él es así, entregado y constante.
Por primera vez desde que la trato veo a Else presa de una suerte de aflicción. ¿Tanto le aprecia o...le quiere?, le digo tomando una iniciativa consoladora que puede ahondar su fragilidad. Me mira indulgente. Usted no sabe lo que pueden vincular las causas difíciles, contesta con un desdén rabioso.
Tal vez observando el lugar y escuchando las conversaciones tu protagonista pueda entender esa distinción entre lo activo y lo pasivo. Es como si en este local la gente bailara con la vida en la pista de baile y en el Josty sólo la observan desde el balcón.
ResponderEliminarY sí, las causas difíciles unen mucho
Me gusta mucho cómo va surgiendo esta relación entre el protagonista (¿tiene nombre?) y Else.
Besos
Eran bailes diferentes los que se traían en los dos locales. El hombre debe tener nombre, pero como es el que narra no gusta de citarse, jej. Las causas difíciles unen y disgregan, en ocasiones dramáticamente.
EliminarParece que Helmut existe solo en la mente de Else, o quizás sea la imagen de nuestro hombre que ella proyecta en este otro entorno.
ResponderEliminarSaludos.
La mente es potente para imaginar o recrear, pero nos ha pasado a todos. Ha habido esperas de las que nunca supimos si había nombres y rostros detrás, tal como se nos decía o imaginábamos.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarparece que a Else le gustan los hombres "activos", aunque la "pasividad" no siempre se debe asimilar a "cobardía o pasotismo".
Veo que han cambiado de aires y se han ido a tabernas "populares". En los sitios "elegantes" te puedes encontrar con auténticos "catetos" y los antros "humildes" puedes conocer a gente maja.
A esta Else la veo yo muy "culo de mal asiento". Ya veremos...
Salu2.
Por supuesto, sobre actividad y pasividad se podría matizar mucho. En todos los ambientes cuecen habas, uno debe estar donde se encuentre a gusto.
EliminarProcura-se simplesmente uma forma de viver....na leveza das coisas...como se encara o dia...
ResponderEliminarInteressante como sempre...
Beijos e abraços
Marta
No sé si estos personajes de otro tiempo viven en la levedad. Además ¿hay algún tiempo de levedad? Tal vez la infancia, pero tampoco del todo.
EliminarCayendo en el tópico, es desmentido por la crudeza de la lucha.
ResponderEliminarAh, la crudeza, siemopre latente y entre ellos más.
EliminarTodas las mentes, en algún momento, engendran un Helmut que nos lo explique todo... o, al menos, nos justifique.
ResponderEliminarLas mentes pueden engendrar de todo, aunque lo normal es que las mentes sean regidas por otras mentes y en esa delegación ciega anidan los peligros.
EliminarEsperar es, siempre, un buen ejercicio para no caer en la desesperación. O un tobogán hacia ella.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Así es, al menos es prudencia. Pero ¿cómo saber si se espera lo justo o por esperar demasiado uno se aboca a la pérdida?
EliminarAixò de ser passiu em sembla fantàstic. Els homes que no en són, és que són violadors en potència.
ResponderEliminarHuy, eso está pidiendo matización.
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