domingo, 20 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 16

 


Tienes tu vida y yo la mía. ¿Acaso piensas que sería posible combinarlas? ¿De qué manera podríamos vivir si la pasión es reducida, ya no es acompañada por el vigor y, principalmente, por un cierto grado de ilusión si no de significado? ¿O si apenas compartimos otro bien que no sea un pasado cargado de memoria de lo experimentado pero ahíto de insatisfacciones? 

Las preguntas de la mujer me agobian. Ella continúa. Dices que a ti no te importa la distancia de los lugares donde vivimos. Que podríamos encontrarnos circunstancialmente o vivir en una perpetua comunicación. ¿De lejanías y de frustraciones? ¿Sorteando nuestras contradicciones con palabras escritas y alimentando nuestra imaginación de modo oscuro sin sentir el verdadero tacto de un cuerpo ni advertir las expresiones de un rostro? Nos veríamos arrastrados a vivir atenazados por los recuerdos. A pretender ser los mismos de entonces cuando ahora somos otros, ya siempre otros. Es obvio, tú eres tan posibilista que crees que la atracción reside ahora en que nos veamos como renovados y que el reencuentro es una clase de encuentro nuevo del todo. 

Me ha turbado. Percibo lo que opina como si buscase la excusa para poner punto final. Me hace dudar, pero me resisto. Somos nuevos y más enriquecidos por todo lo vivido, le digo. ¿No es bagaje suficientemente atractivo para reintentar lo que fue y quedó interrumpido por la historia? ¿No contamos con más elementos de conocimiento mutuo que nos lo facilita? Ella es implacable. ¿No es lo desconocido, el partir de no saber nada de un pasado de dos personas, lo que más incita y seduce? ¿No es el intento constante de descubrirse el uno al otro, pero a la vez como un efecto bumerán hallándose cada cual a sí mismo, lo verdaderamente poderoso? Y eso ya no existe. La historia siempre es la excusa para quienes jamás se entendieron a fondo, para los que no supieron comprender lo que vivían. En el amor como en la revolución, y de esto supimos bastante, o simplemente en lo que cada cual acumula dentro de sí el riesgo es la nostalgia. Con nostalgia se puede vivir, pero también te ves abocado definitivamente a aceptar la soledad. La nostalgia con ánimo de retomar una relación puede ser una condena de ambos. Te diré más. A lo largo de todos estos años de no saber nada de nosotros, ¿no hemos probado más de una vez con otros hombres o mujeres? 

No puedo ocultar una sonrisa de asentimiento. La interrumpo con un argumento tramposo. Acaso lo hemos hecho buscando reemprender lo que tú significabas para mí y yo para ti, aunque con otros rostros, con otros cuerpos. Se revuelve. No seas cínico, no hagas de menos a cada individuo que ha llegado en algún momento a nuestras vidas, siquiera por tiempo breve. La vida y la humanidad es un océano, y nosotros apenas una gota que puede ser sustituida o absorbida por otras gotas. Todo el mundo tiene la propia necesidad de satisfacer sus afectos. Cuántos nos han sorprendido y han hecho que nos viésemos como jamás alguien anterior nos había mostrado. Cambiamos, siempre somos diferentes. Dirás que envejecemos, pero envejecer se puede mirar de otro modo. Tal vez sea solo una sustitución de objetivos más que de sujetos. Un salto de vivir pendientes de vernos en otros a contemplarnos más a fondo y sinceramente a nosotros mismos. Además, te lo propongo, ¿por qué no reduces esa obsesión tan mental por reinventarte a ti mismo solo a través de una permanencia conmigo? 

Un cuervo se ha posado sobre la rama fría de un árbol. ¿Me veo en el espejo?



*Fotografía de Inés González.


miércoles, 16 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 15

 



¿No iba a llevarme por las avenidas de tilos, mi impulsiva amiga? Más bien me desvía y me conduce por zonas desconocidas. Cualquier otra zona es también ciudad, ¿no cree?, suelta Else con descaro. A un burgués bienpensante como usted le puede venir bien un baño de anomalía. La miro con asombro. Aunque no soy asustadizo anomalía es una palabra que siempre me ha resultado inquietante, ¿sabe? No sé por qué a usted le parece que mi normalidad es comodidad. ¿Solo porque me ve sentado metódicamente en un café, sin mayores aspavientos que leer o escribir un rato? Usted, Else, no sabe de la movilidad y desasosiego que hay dentro de mi mente,  como desconoce qué clase de vida llevo más allá de la hora puntual del Josty. 

Else se muestra picajosa. A los hechos me remito, y es cierto que si bien ignoro casi todo de usted hay determinados tics que le retratan. Y no me refiero solo a su quietud apacible o al hecho de que no quiera entrar al juego de las palabras con tertulianos. Tengo la impresión de que usted es un hombre al que no le gusta arriesgar. No es decidido para enfrentarse con los tiempos revueltos. Ni siquiera se le ve tentado de seducir o dejarse seducir. 

Hemos tomado la orilla del Spree, los edificios elegantes han ido quedando atrás. Caminamos con un ritmo pausado, practicando una tertulia que Aristóteles hubiera llamado peripatética. Un método a través del cual los pensamientos se iluminan más y las ideas tienden a ser menos cerradas. ¿Habrá alguna relación entre el cerebro y las tripas que ya el sabio vislumbró en su época? No se fíe, Else, de lo aparente. ¿Quién le dice a usted que no soy un hombre de doble vida? Y doble vida significa tanto variedad de pensamientos diferentes como comportamientos alternos y muchas veces opuestos. Por supuesto, no se le ocurra verme como aquel médico de día que era monstruo de noche, aunque, no crea, en ocasiones he pensado en el peligro de que las dobles vidas no se articulen o, mejor dicho, no se armonicen. Para la mayoría de los individuos desdoblarse es también destruirse. Para mí solamente disgregarme. Y en esa disgregación, que uno pretende bajo control, hay mucha persecución no solo de un pensar sino también de un sentir desde otro cuerpo o, si prefiere, desde una personalidad diferente.

Else se ha quedado por un momento paralizada. Reacciona. Si le dijese que este prototipo que usted me plantea sobre sí mismo no me espanta sino que incluso me resulta admirable, ¿me creería? Hablamos de hipótesis solamente, replico. Si me ve como personaje literario sería llevadero. Si de pronto me manifestara como algo tangible acaso usted saldría corriendo. Else se ha echado a reír. 

Cada vez nos alejamos más del centro próspero y confiado y rastreamos barrios sombríos, de callejuelas desoladas, arrostrando silencios sospechosos. No sobra luz por las avenidas de la urbe pujante, pero por estos arrabales que, no siendo extrarradio, se quedaron decrépitos las sombras generan extraños fantasmas. Quiero que conozca la ciudad que nunca duerme, simplemente porque esa ciudad que muchos ignoran no tiene dónde caerse muerta, salta Else.



*Fotograma de La calle sin alegría, de Georg Wilhelm Pabst

sábado, 12 de octubre de 2024

Ese soy yo, dice el superviviente. Un Nobel bien merecido para los hibakusha de Japón

 


Ese soy yo, nos dice Tarumi Tanaka, que no es un personaje de ficción. La ficción quedó en la fotografía escolar de Tokio, un tiempo antes de que aquella fatídica mañana de agosto se nublara en Nagasaki. Tarumi Tanaka, que llora aunque no quisiera llorar, dice: no quiero recordar por recordar ya más aquello, sino advertir. Los hibakusha, los que sobrevivimos de las dos ciudades enviadas a los infiernos, llevamos años advirtiendo. Es meritoria vuestra labor de trasladar conciencia, le replico, pero, ¿hasta qué punto es también la conciencia del mundo entero? Vamos quedando menos de aquella catástrofe, ¿sabes?, los que entonces éramos niños. Aunque el cáncer y el deterioro general de nuestras edades aún nos respetan. Si no seguimos advirtiendo y nosotros desaparecemos, ¿quién portará la llama de rebelarse contra la barbarie?

Mientras yo sigo imaginando esta conversación con Tarumi Tanaka, el panorama mundial es desolador. La tentación de utilizar abiertamente las armas nucleares y otras tan exterminadoras está al alcance de varias potencias que las poseen. Y hay, entre tantas guerras, algunas que parecen estar tentando a la suerte, que no es la suerte, sería el desatino de quienes las aplicaran de nuevo. Que le haya sido otorgado el Nobel de la Paz a la organización denominada Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha de las 47 prefecturas de Japón, sirve no solo para un reconocimiento sino para mantener vivo el debate sobre la promoción y uso del armamento nuclear. En ese sentido considero un Nobel merecido y constructivo y, por lo tanto, bien otorgado. Aunque los premios, los gestos de buena voluntad o los discursos bienintencionados no detengan las guerras. 

No todos los Nobel han sido siempre ni justos ni oportunos, principalmente los Nobel de la Paz, tantas veces motivados por el oportunismo político en lugar de la verdad justa. Aún me viene a la memoria aquella concesión del premio en 1973 a Henry Kissinger junto con su enemigo vietnamita Le Duc Tho, como si los invasores y depredadores estuvieran en el mismo plano moral que los atacados, invadidos y defensores. Por cierto mientras el vietnamita rechazó el Nobel -"mi país no está aún en paz", dijo- Kissinger tuvo la arrogante y cínica actitud de quedarse con él. Saque cada cual sus propias conclusiones.



* Fotografía tomada de El País.

* Icono de la organización Nihon Hidankyo.


martes, 8 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 14

 


Quién podía plantearse entonces tener un hijo, he respondido sin fuerza. Era lo más alejado tanto de nuestras actividades como de nuestras ilusiones en aquella época. Un hijo de la revuelta era lo más incierto que cabía esperar. Generar una vida para mantener una llama de nuestros afectos si todo iba mal, como así fue, no podía ser lo más noble. Pero para los humanos tener un hijo es una coartada, dice ella. Aunque lo llamen ley natural ni en aquella época ni menos en esta los hijos son necesarios más que los justos. ¿Olvidas cómo en la sociedad rural el padre bramaba si llegaba una hija en lugar de un hijo porque lo que quería era un bracero? Pero los tiempos de mano de obra dura y sumamente masculinizada ya no son los presentes, en que tener hijos es prácticamente un capricho, por no mencionar cómo influyen las leyes de la costumbre y de la religión, que todavía aprietan y reclaman el impuesto de la sucesión carnal. Todo el mundo da por hecho que quiere o debe tener hijos, sin pensar en ningún futuro, como si una especie de destino protector velara por ellos. 

La mujer no frena su invectiva, rayana en lo furioso. Prosigue. Y luego está ahí todo ese discurso que canta la proyección de los padres, incluso cuando han desaparecido, a través de sus hijos, el mito de asegurarse la prolongación de las generaciones, la garantía de una población autóctona que mantenga el país, que disponga de las ideas tradicionales que han existido siempre, ignorando que el mundo está intensamente lleno de seres sin futuro alguno que buscan romper los límites de su indigencia.

He debido hacer una mueca rara y ella está atenta a mis palabras. ¿No se dice que los hijos son producto del amor?, digo. Me horroriza la palabra producto aplicada a los humanos, pero ya me entiendes. Quiero decir consecuencia, efecto, don, como quieras verlo. Ha puesto una cara de encono. Los hijos son hijos del accidente, como lo fuimos nosotros. ¿De qué manera necesita hoy la sociedad, cada vez más tecnificada, que elimina mano de obra y a la que le desborda la población tan numerosa, tener hijos o al menos no tener un control limitado de ellos?

No deberíamos insistir en el tema, replica la mujer tras un silencio cansino. Además, no hace falta que te diga qué destino cruel iban a tener nuestros hijos, de haber tenido alguno, aunque se les considerase muy productivos, como así lo planteaban entonces las instancias del Estado. ¿No es un despropósito traer otros seres con los que, para más desatino, te entrañas, sientes como un tú propio, y luego los dejas en manos de la aberración de un ente que decide por ellos, por nosotros, por todo viviente, para utilizarlos de la manera más nefasta como puede ser la carne de trinchera, en nombre de falsos principios que ignoran el amor? ¿No debe ser un hijo una elección propia, en todo caso, y no un objeto que requiere la idea totalitaria, que primero lo manipula y luego lo utiliza hasta la destrucción?

Veo crecer la nieve sobre el ramaje del bosque. Hablo sin fuerza. Hemos atravesado un tiempo difícil y largo, digo cansino. Haber sobrevivido es una satisfacción incompleta. Si el único gesto de querencia que nos queda es el recuerdo de los tiempos más sencillos y sinceros me pregunto por qué nos hemos citado aquí. Ella se vuelve con ímpetu y me interroga con hosquedad. ¿No nos queda algo de la lejana pasión que hablaba por sí misma? Aquella pasión que edificaba sentimientos, nos llevaba del uno al otro, nos agotaba como animales en celo continuo. Tal vez un paréntesis de la memoria podría retrotraernos a un mundo exclusivamente nuestro, sin acontecimientos históricos. Imagina que solo somos dos animales que no dan vueltas ni al pasado ni al futuro y solo conocen sus ciclos naturales y sus necesidades insoslayables. La interrumpo. Mejor dos primitivos que han desarrollado un calor y no solo una necesidad. Imagina.

   


*Fotografía de Inés González.

viernes, 4 de octubre de 2024

Propuesta de otro brindis con Safo en la terraza al borde del océano

 


Fue después de aquel brindis que los otros comensales propusieron cuando quisimos sentirnos como dioses. Satisfechos, poderosos, plácidos, cumplidos. Pero hete aquí que al entrar en el oneroso sopor el paisaje se volvió turbio y las voces ya no eran las de mis acompañantes sino la de la hermosa señora de Lesbos. 

Me veía disfrutando con ella de una comida frugal, mas entretenida. Un aulós y una cítara se hacían oír desde el borde de la terraza donde llegaba la templada frescura del piélago egeo. Safo había dado la orden a sus criados:

Vamos, pues, lira divina, / háblame, hazte sonora.  

La señora de Lesbos y yo disertábamos con amabilidad y campechanía. 

- ¿Sabes lo que pienso?, le decía yo. Que cuando uno llega al corazón del otro es como si realizara un largo viaje. Allí le son revelados otros paisajes. Y el otro nunca es el destino definitivo sino una nueva manera de comenzar. Porque el viaje al otro es también un viaje hacia el interior de uno mismo. 

- Por eso a mí me gusta más escuchar que dar consejo, pues estos debe ser descubiertos por cada navegante hacia lo humano.

- Oh, no digo que se llegue al fondo, pues a lo profundo del hombre -sea el ajeno, seas tú mismo- no se llega jamás. No porque sea definitivamente insondable, sino porque cambia. Pues el hombre no es un pozo cegado, sino que está formado de cieno permeable y criador que nos sigue haciendo. Uno no se levanta cada día como se acostó la noche anterior. Uno no es el mismo tras haber amado a otra persona que también ha alcanzado a través de ti una parte de conocimiento de sí misma. Uno no permanece impasible tras desentrañar la materia o el acontecimiento que le intrigaba. Uno no es piedra de cantera, pues la bondad de otro ser cariñoso le modela con otra imagen. 

- Pero tanta gente, amigo mío, se deja vencer por la incertidumbre y la sensación del fracaso... 

- Mientras vives puedes sentir hastío o confusión o agotamiento, pero considéralo como debido al esfuerzo del recorrido. Incluso si llegas a la ancianidad, y no obstante el acoso de la enfermedad o de la degradación, te ha de parecer que tu vida, tu viaje, sigue estando pendiente de alguna manera o inacabado. Como si dejáramos sin acometer empresas o cultivar ilusiones que aún nos seducen. Tal es la pasión que ponemos en los vínculos por acercarnos a los otros, en todos cuantos nos vemos reflejados o simplemente atendidos. 

 - ¿Crees entonces, que cuando uno muere ya muy viejo, bien porque haya cansancio o por decrepitud, que invitan a la rendición total, no ha renunciado del todo al viaje?

- No hay renuncia nunca, solo hay impotencia. No renunciar es un acto aprendido y consolidado en nosotros mismos, pero hay que valorarlo y elevarnos a través de él. La impotencia y el desfallecimiento, que llevan en un momento concluyente a la aniquilación, se nos impone desde la implacable materia que no puede ya sobrevivir si está consumida.

- Mira que te escucho -y Safo tenía escrito el placer del diálogo en su sonrisa- pero acompañemos nuestras palabras con un brindis por la vida. Alza el kylix y moja tus sueños con el vino de nuestra propia región. Y yo te propongo:

Quédate frente a mí como un amigo / y despliega tu gracia ante mis ojos.





* Los versos en cursiva son de Safo, tomados del libro Poemas y testimonios, en la edición de Aurora Luque.

* Imagen: Escultura inacabada expuesta en la exposición temporal de 2020 del Museo Nacional de Escultura de Valladolid titulada Almacén. El lugar de los invisibles.

* La aportación del texto es a propósito de la entrada de Francesc Cornadó en su blog.

martes, 1 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 13

 


No tengo mayores intenciones con usted, dijo Else. Aquella tarde el Josty estaba menos frecuentado que de costumbre. También con menos humo y vocerío. Solo le sugiero que levante el culo de su choza favorita y ejercite la vista por la Unter den Linden, por ejemplo. Quién sabe si así mejorará su miopía, no solo la visual sino la de esa otra costra con la que usted parece sentirse tan familiar y cómodo. La mirada a los tiempos y a la sociedad que reclama una conversión de sus días. 

El tono de Else me pareció un tanto clerical, se lo hice saber. ¿Todo lo que no le gusta que le digan otros lo considera usted materia de pastores y de eclesiásticos? No creo que usted piense así. Se trata más bien, sospecho, de una resistencia. No hay ningún futuro escrito. Quiero decir que nadie sabe lo que le espera ni en su propia vida personal de un día a otro. ¿Acaso usted, amigo mío, creció con certezas absolutas? ¿Disfrutó siempre de una protección que le garantizara la salud o la disponibilidad de un trabajo o salir indemne de la guerra? No, tuvo que arriesgar siempre. Unas veces eligiendo por su cuenta, otras acatando. Porque el individuo nunca es libre, ni por naturaleza ni mucho menos por la idea absurda de resultar creación de un ser superior. Pero debe intentar serlo. La libertad es un descubrimiento siempre pendiente, que se espera obtener a través del rodaje de la vida. No pasa de ser un fruto del deseo crecido dentro del hombre, del que se espera que sea fecundado por la experiencia. Una bondad a la que se aspira no para imponerse a otros hombres sino para colaborar con ellos. ¿A usted le enseñaron a contribuir con los demás en los afanes comunes o le obligaron a someterse a ellos? Participar de lo colectivo, incluso en la propia familia, puede ser una tenaza si solo responde al orden social, que es tanto como decir a su rector el Estado. Pero si todos descubriésemos que lo más pequeño que hacemos con voluntad propia y afán desinteresado en nuestros círculos íntimos está vinculado a espacios amplios donde saben encontrarse con armonía los humanos, nos elevaríamos de nuestra insignificancia y superaríamos nuestras frustraciones.

Else se detuvo. Como si fuese consciente de que su imparable perorata, en absoluto malintencionada, había sido en exceso precipitada y, por supuesto, extremadamente sintética. Bebió de mi licor de cerezas y se relamió. Contemplé por inercia, pero enajenado, el perfil de sus labios, y sentí cómo me recorría una ficción voluptuosa y acosadora. Ella hizo un gesto para que siguiera atento a sus palabras. No le había pasado desapercibida mi evasión. Instintivamente me acaricié la barba, un gesto de autodefensa, una costumbre inducida por un instante de desconcierto, o de perplejidad.  

He sido demasiado categórica, dijo. Pero no se quede callado o me beberé de un trago lo que queda en su vasito. ¿Qué piensa? Entiendo el empeño idealista que pone usted en hallar esperanza a la situación en la que nos encontramos todos, dije con una formalidad tan fría como desinteresada. Se dio cuenta, intervino. Dejémoslo. No hablemos más por ahora de mis inquietudes, que son participadas por muchos otros. Pero insisto en que recorramos la alameda de los tilos o cualquier otro espacio que no sea el Josly. ¿Nadie le ha arrancado nunca del Josly? ¿Nadie se ha atrevido a levantarle del café y sus lecturas, rompiendo a lo salvaje su costumbre?

No sé qué extraño efecto tuvieron aquellas palabras que me puse en pie inopinadamente. También Else se sorprendió. Me colocó bien el cuello y las solapas del abrigo. No parecía la misma del atronador discurso de hacía un rato. Dejémonos llevar por el ritmo decadente de las luces, sugirió.



*Ilustración de Barbara Yelin